PARTE II
"EL QUELL"
10
No tiene sentido. Mi pájaro convertido en pan. Al contrario que los estilosos accesorios que vi en el Capitolio, esto definitivamente no es un objeto de moda. ¿Qué es eso? ¿Qué significa? Pregunto con aspereza, todavía preparada para matar.
Significa que estamos de tu parte. Dice una voz temblorosa detrás de mí.
No la vi al llegar. Debe de haber estado en la casa. No aparto la vista de mi actual objetivo.
Probablemente la recién llegada esté armada, pero me apuesto a que no me dejará oír el clic que significaría que mi muerte es inminente, sabiendo que mataría al instante a su acompañante.
Ven aquí para que pueda verte. Ordeno.
No puede, está… Empieza la mujer de la galleta. ¡Ven aquí! Grito. Oigo un paso y un sonido de arrastre. Puedo oír el esfuerzo que el movimiento requiere. Otra mujer, o tal vez debería llamarla chica ya que parece tener alrededor de mi edad, cojea hacia mi campo de visión. Está mal vestida en un uniforme de agente de la paz completo con la capa blanca de piel, pero que es varias tallas demasiado grande para su pequeña figura. No lleva ningún arma a la vista. Sus manos están ocupadas manteniendo derecha una vasta muleta hecha a partir de una rama rota. La punta de su bota derecha no es capaz de levantarse sobre la nieve, de ahí el arrastre.
Examino el rostro de la chica, que está de un rojo brillante por el frío. Sus dientes están torcidos y hay una marca de nacimiento color fresa sobre sus ojos marrón chocolate. Esta no es una agente de la paz. Tampoco una ciudadana del Capitolio. ¿Quiénes sois? Pregunto con precaución pero con menos beligerancia.
Me llamo Twill. Dice la mujer. Ella es mayor. Tal vez treinta y cinco o por ahí. Y esta es Bonnie. Nos hemos escapado del Distrito Ocho. ¡Distrito 8! ¡Entonces tienen que saber más sobre el levantamiento! ¿Dónde conseguisteis los uniformes? Pregunto.
Los robé de la fábrica. Dice Bonnie. Allí los hacemos. Sólo que pensé que este sería para… para otra persona. Por eso se ajusta tan mal.
La pistola viene de un agente de la paz muerto. Dice Twill, siguiendo mi mirada.
Esa galleta en tu mano. Con el pájaro. ¿De qué va todo eso? Pregunto.
¿No lo sabes, Katniss? Bonnie parece estar genuinamente sorprendida.
Me reconocen. Por supuesto que me reconocen. Mi rostro no está cubierto y estoy aquí en el exterior del Distrito 12 apuntándoles con una flecha. ¿Quién más podría ser?
Sé que es como la insignia que llevaba en la arena.
No lo sabe. Dice Bonnie suavemente. Tal vez no sepa nada.
De repente siento la necesidad de aparentar estar por encima de todo.
Sé que ha habido un levantamiento en el Ocho.
Sí, por eso tuvimos que salir. Dice Twill.
Bueno, ahora estáis bien y fuera. ¿Qué vais a hacer? Pregunto.
Nos dirigimos al Distrito Trece. Responde Twill. ¿El Trece? Digo. No hay Trece. Desapareció del mapa.
Hace setenta y cinco años. Dice Twill.
Bonnie cambia de postura sobre su muleta y hace una mueca de dolor. ¿Qué te pasa en la pierna? Pregunto.
Me torcí el tobillo. Mis botas son demasiado grandes. Dice Bonnie.
Me muerdo el labio. Mi instinto me dice que están diciendo la verdad. Y detrás de esa verdad hay un montón de información que me gustaría conseguir. Sin embargo, doy un paso el frente y recupero la pistola de Twill antes de bajar mi arco. Después vacilo un momento, pensando en otro día en este bosque, cuando Gale y yo vimos un aerodeslizador aparecer de la nada y capturar a dos fugitivos del Capitolio. Al chico le lanzaron una lanza y lo mataron. La chica pelirroja, lo averigüé cuando fui al Capitolio, fue mutilada y convertida en una sirvienta muda llamada Avox. ¿Alguien os persigue?
No lo creemos. Pensamos que creen que morimos en la explosión de la fábrica. Dice Twill. Sólo fue de casualidad que no fuera así.
Está bien, vamos dentro. Digo, señalando con la cabeza la casa de cemento. Las sigo al interior, llevando la pistola.
Bonnie se dirige directa al hogar y se sienta sobre una capa de agente de la paz que ha sido extendida ante él. Alza las manos ante la débil llama que arde en un extremo de un tronco carbonizado. Su piel está tan pálida que parece traslúcida y puedo ver el fuego brillar a través de ella. Twill trata de colocar la capa, que debe de haber sido la suya propia, alrededor de la chica tiritante.
Una lata de un galón ha sido cortada por la mitad, el borde irregular y peligroso. Está sobre las cenizas, lleno con un puñado de agujas de pino hirviendo en agua. ¿Haciendo té? Pregunto.
En realidad no estamos seguras. Recuerdo ver a alguien hervir agujas de pino en los Juegos del Hambre hace unos años. Por lo menos, creo que eran agujas de pino. Dice Twill con el ceño fruncido.
Recuerdo el Distrito 8, un lugar feo y urbano apestando a gases industriales, la gente alojada en gastados edificios de varias plantas. Apenas si una brizna de hierba a la vista. Sin oportunidad, jamás, de conocer la naturaleza. Es un milagro que estas dos hayan llegado hasta aquí. ¿Sin comida? Pregunto.
Bonnie asiente.
Cogimos lo que pudimos, pero la comida ha sido tan escasa. Nos quedamos sin nada hace tiempo. El temblor en su voz derrite mis restantes defensas. No es más que una chica malnutrida y herida escapando del Capitolio.
Bueno, entonces este es vuestro día de suerte. Digo, dejando caer mi bolsa de caza en el suelo. La gente se está muriendo de hambre por todo el distrito y nosotras aún tenemos más que de sobra. Así que he estado repartiendo un poco por ahí. Tengo mis propias prioridades: la familia de Gale, Sae la grasienta, algunos de los otros miembros del Quemador que se quedaron sin puesto. Mi madre tiene otra gente, sobre todo pacientes, a quienes quiere ayudar. Esta mañana llené a propósito mi bolsa de caza hasta los topes, sabiendo que mi madre vería la despensa vacía y asumiría que estaba haciendo mi ronda a los hambrientos.
En realidad estaba haciendo tiempo para ir al lago sin que se preocupara. Tenía intención de repartir la comida esta tarde al volver, pero ahora veo que eso no va a suceder.
De la bolsa saco dos bollos frescos con una capa de queso gratinado encima. Parece que siempre tenemos provisión de estos desde que Peeta averiguó que eran mis favoritos. Le lanzo uno a Twill pero me acerco y le dejo el otro a Bonnie en el regazo ya que su coordinación parece un poco cuestionable de momento y no quiero que la cosa termine en el fuego.
Oh. Dice Bonnie. Oh, ¿todo esto es para mí?
Algo dentro de mí da un vuelco cuando recuerdo otra voz. Rue. En la arena. Cuando le di el zanco de granso. "Oh. Nuca antes había tenido un zanco completo para mí." La incredulidad de los crónicamente hambrientos.
Sí, cómela. Digo. Bonnie sostiene el bollo como si no se acabara de creer que es real y después hunde los dientes en él una y otra vez, incapaz de parar. Es mejor si lo masticas.
Asiente, intentando ir más despacio, pero sé lo difícil que es cuando tienes tanta hambre.
Creo que vuestro té está listo. Aparto la lata de las cenizas. Twill saca dos tazas de lata de su mochila y vierto el té, dejándolo sobre el suelo para que se enfríe. Se acurrucan juntas mientras comen, soplando sobre su té, y tomando sorbitos hirvientes mientas yo preparo el fuego. Espero hasta que se están chupando la grasa de los dedos para preguntar. Así que, ¿Cuál es vuestra historia? Y me la cuentan.
Desde los Juegos del Hambre, había estado creciendo el descontento en el Distrito 8.
Siempre había estado allí, por supuesto, en cierto grado. Pero lo que era diferente era que sólo hablar ya no bastaba, y la idea de pasar a la acción pasó de un deseo a la realidad. Las fábricas de textil que sirven a Panem son muy ruidosas por la maquinaria, y el barullo también ayudaba a hacer correr la voz, unos labios cerca de un oído, palabras sin llamar la atención, sin vigilar.
Twill daba clase en el colegio, Bonnie era una de sus alumnas, y después del timbre final, las dos se pasaban un turno de cuatro horas en la fábrica que se especializaba en uniformes de agentes de la paz. Le llevó meses a Bonnie, que trabajaba en el frío muelle de inspección, asegurarse los dos uniformes, una bota por aquí, unos pantalones por allá. Se suponía que eran para Twill y su marido porque era entendido que, una vez que el levantamiento empezase, sería crucial hacer correr la voz acerca de él más allá del Distrito 8 si debía extenderse y tener éxito.
El día que Peeta y yo fuimos e hicimos nuestra aparición del Tour de la Vic toria era de hecho un tipo de ensayo. La gente de la multitud se colocó según su equipo, junto a los edificios que serían sus objetivos cuando estallara la rebelión. Ese era el plan: traer abajo los centros de poder en la ciudad como el Edificio de Justicia, el Cuartel General de los agentes de la paz, y el Centro de Comunicaciones de la plaza. Y en otras localizaciones en el distrito: la vía de tren, el granero, la estación eléctrica, y la armería.
La noche de mi compromiso, la noche en que Peeta cayó de rodillas y proclamó su amor inmortal hacia mí delante de las cámaras en el Capitolio, fue la noche que empezó el levantamiento. Era la tapadera ideal. Nuestra entrevista del Tour de la Vic toria con Caesar Flickerman era de visión obligada. Le dio a la gente del Distrito 8 una razón para estar en las calles después de caer el sol, ya fuera reuniéndose en la plaza o en diversos centros comunitarios alrededor de la ciudad para verla. Normalmente esa actividad habría sido demasiado sospechosa. En vez de ello todo el mundo estaba en su sitio a la hora acordada, ocho en punto, cuando se pusieron las máscaras y se desató el infierno.
Tomados por sorpresa y superados en número, los agentes de la paz fueron inicialmente superados por la multitud. El Centro de Comunicaciones, el granero y la estación eléctrica fueron todos asegurados. A medida que fueron cayendo los agentes de la paz, los rebeldes fueron apropiándose de armas. Había esperanza de que esto no hubiera sido un acto de locura, que de alguna forma, si pudieran hacer llegar la voz a los otros distritos, tal vez fuera posible la caída del gobierno del Capitolio.
Pero entonces cayó el hacha. Empezaron a llegar agentes de la paz a millares.
Aerodeslizadores bombardeaban las fortalezas rebeldes hasta dejarlas reducidas a cenizas. En el completo caos que siguió, todo lo que la gente podía hacer era volver a sus casas con vida.
Llevó menos de cuarenta y ocho horas someter a la ciudad. Después, durante una semana, se cerró la ciudad. Sin comida, sin carbón, se les prohibió a todos abandonar sus casas. La única vez que la televisión enseñaba algo que no fuera estática era cuando los instigadores eran ahorcados en la plaza. Después, una noche, cuando todo el distrito estaba al borde de la hambruna, llegó la orden de volver al trabajo como siempre.
Eso suponía colegio para Twill y Bonnie. Una calle hecha intransitable por las bombas hizo que llegaran tarde a su turno en la fábrica, así que aún estaban a cincuenta metros cuando explotó, incluyendo a todos cuantos había dentroincluyendo al marido de Twill y a toda la familia de Bonnie.
Alguien debe de haberle contado al Capitolio que la idea del levantamiento había empezado allí. Me dice débilmente Twill.
Las dos corrieron de vuelta a casa de Twill, donde aún aguardaban los trajes de agentes de la paz. Arañaron juntas cuantas provisiones pudieron, robando libremente a los vecinos que ahora sabían que estaban muertos, y llegaron a la estación de tren. En un almacén cerca de las vías se cambiaron a los atuendos de agentes de la paz y, disfrazadas, fueron capaces de entrar en un vagón de carga lleno de tela en un tren dirigido al Distrito 6. Se escaparon del tren en una parada por combustible durante el camino y viajaron a pie. Escondidas en el bosque, pero usando las vías como guía, llegaron a las afueras del Distrito 12 hace dos días, donde fueron obligadas a parar cuando Bonnie se torció el tobillo.
Entiendo por qué escapáis, pero ¿qué esperáis encontrar en el Distrito Trece?
Pregunto.
Bonnie y Twill intercambian una mirada nerviosa.
No estamos exactamente seguras. Dice Twill.
No hay más que escombros. Digo. Todos hemos visto las secuencias.
Es exactamente eso. Han estado usando las mismas secuencias tanto tiempo como nadie en el Distrito Ocho puede recordar. Dice Twill. ¿De verdad? Intento recordar, rememorar las imágenes del 13 que he visto en la televisión. ¿Sabes como siempre enseñan el Edificio de Justicia? Prosigue Twill. Asiento. Lo he visto miles de veces. Si miras con mucho cuidado, lo ves. En la esquina de arriba a la derecha. ¿Veo qué? Pregunto.
Twill alza de nuevo la galleta con el pájaro.
Un sinsajo. Sólo un instante mientras pasa volando. El mismo cada vez.
En casa, creemos que han estado reutilizando las secuencias viejas porque el Capitolio en realidad no puede enseñar lo que hay allí ahora. Dice Bonnie.
Suelto un gruñido de incredulidad. ¿Vais al Distrito Trece basándoos en eso? ¿Una imagen de un pájaro? ¿Creéis que vais a encontrar alguna ciudad nueva con gente paseando por ella? ¿Y eso le parece bien al Capitolio?
No. Dice Twill con seriedad. Creemos que la gente se refugió bajo tierra cuando todo en la superficie fue destruido. Creemos que han logrado sobrevivir. Y creemos que el Capitolio los deja solos porque, antes de los Días Oscuros, la industria principal del Distrito Trece era el desarrollo nuclear.
Eran mineros de grafito. Digo. Pero después vacilo, porque esa es información que conseguí del Capitolio.
Tenían varias minas pequeñas, sí. Pero no las suficientes para justificar una población tan grande. Eso, supongo, es lo único que sé con seguridad. Dice Twill.
Mi corazón está latiendo demasiado rápido. ¿Qué pasa si tienen razón? ¿Podría ser cierto? ¿Podría haber un lugar al que huir más allá de la espesura? ¿Algún lugar seguro? Si existe una comunidad en el Distrito 13, ¿sería mejor ir allí, donde podría ser capaz de conseguir algo, en vez de esperar aquí por mi muerte? Pero entonces… si hay gente en el Distrito 13, con armas poderosas… ¿Por qué no nos han ayudado? Digo enfadada. Si eso es cierto, ¿por qué nos han dejado para vivir así? ¿Con el hambre y los asesinatos y los Juegos? Y de repente odio esta imaginaria ciudad subterránea del Distrito 13 y a aquellos que se sientan sin hacer nada, mirándonos morir. No son mejores que el Capitolio.
No lo sabemos. Susurra Bonnie. Ahora mismo, sólo nos aferramos a la esperanza de que existan.
Esto me devuelve el sentido. Esto no son más que fantasías. El Distrito 13 no existe porque el Capitolio nunca lo dejaría existir. Probablemente se confundan acerca de las secuencias. Los sinsajos son casi tan escasos como las piedras. Y casi tan fuertes. Si pudieron sobrevivir al bombardeo inicial del Distrito 13, probablemente les vaya ahora mejor que nunca.
Bonnie no tiene hogar. Su familia está muerta. Volver al Distrito 8 o adaptarse a otro distrito sería imposible. Por supuesto que la idea de un Distrito 13 fuerte e independiente la atrae. No consigo obligarme a decirle que está persiguiendo un sueño tan insustancial como una voluta de humo. Tal vez ella y Twill puedan labrarse una vida en el bosque. Lo dudo, pero son tan desgraciadas que tengo que intentar ayudarlas.
Primero les doy toda la comida de mi bolsa, sobre todo grano y habas secas, pero es suficiente para mantenerlas durante un tiempo si tienen cuidado. Después me llevo a Twill al bosque e intento explicarle los puntos básicos de la caza. Tiene un arma que, de ser necesario, puede transformar energía solar en rayos mortíferos, así que puede durar indefinidamente.
Cuando consigue matar a su primera ardilla, la pobre cosa es un desastre carbonizado porque recibió un disparo directo a través del cuerpo. Pero le muestro cómo desollarla y limpiarla. Con algo de práctica, lo conseguirá. Corto una nueva muleta para Bonnie. De vuelta en la casa, me quito una capa extra de calcetines para la chica, diciéndole que los coloque en las puntas de las botas para andar, y que después se los ponga en los pies por las noches. Finalmente les enseño cómo preparar un fuego de verdad.
Me ruegan que les diga detalles sobre la situación en el Distrito 12 y les cuento cómo es la vida bajo Thread. Puedo ver que creen que es información importante que les llevarán a aquellos que dirigen el Distrito 13, y yo les sigo el juego para no destruir sus esperanzas. Pero cuando la luz señala que ya es tarde, me he quedado sin tiempo para complacerlas.
Tengo que irme ya. Digo.
Ellas muestran todo su agradecimiento y me abrazan.
Lágrimas caen de los ojos de Bonnie.
No puedo creer que llegáramos a conocerte de verdad. Eres prácticamente lo único de lo que nadie ha hablado desde…
Lo sé. Lo sé. Desde que saqué esas bayas. Digo con cansancio.
Apenas me doy cuenta del camino a casa incluso aunque empieza a caer una nieve húmeda. Mi mente está dando vueltas con información nueva sobre el levantamiento en el Distrito 8 y la improbable pero tentadora posibilidad de un Distrito 13.
Escuchar a Bonnie y Twill confirmó una cosa: el Presidente Snow me ha estado teniendo por tonta. Todos los besos y las muestras de afecto del mundo no habrían podido detener lo que se cocía en el Distrito 8. Sí, el que yo sacara las bayas había sido la chispa, pero yo no tenía forma de controlar el fuego. Él debe de haber sabido eso. Así que ¿por qué visitarme en mi casa, por qué ordenarme persuadir a la muchedumbre de mi amor por Peeta? Era obviamente un complot trazado para distraerme e impedirme hacer nada más inflamatorio en los distritos.
Y para entretener a la gente del Capitolio, por supuesto. Supongo que la boda no es más que la necesaria extensión de eso.
Me estoy acercando a la valla cuando un sinsajo se posa con suavidad sobre una rama y me gorjea. Al verlo me doy cuenta de que nunca obtuve una explicación completa del pájaro en la galleta y lo que significa.
"Significa que estamos de tu parte." Eso es lo que Bonnie había dicho. ¿Tengo a gente de mi parte? ¿Qué parte? ¿Soy sin pretenderlo la cara de la tan esperada rebelión? ¿Se ha convertido el sinsajo de mi insignia en un símbolo de resistencia? Si es así, a mi bando no le está yendo demasiado bien. No tienes más que ver lo que pasó en el 8 para saberlo.
Escondo mis armas en el tronco hueco más cercano a mi antigua casa en la Ve ta y me dirijo a la valla. Estoy sobre una rodilla, preparada para entrar en la Pra dera, pero todavía estoy tan preocupada con los eventos del día que hace falta el repentino chillido de un búho para devolverme la sensatez.
En la luz difusa, las cadenas se ven tan inocuas como siempre. Pero lo que me hace apartar la mano con violencia es el sonido, como el zumbido de un árbol lleno de nidos de rastreavispas, indicando que la valla está viva con electricidad.
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