‎- Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Los juegos van a comenzar. Los tributos deben salir a la Arena y luchar por sobrevivir. Ganar significa Fama y riqueza, perder significa la muerte segura...

¡Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Fragmento de Sinsajo


Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuesta tu cabeza y cierra tus adormilados ojos
Y cuando los abras de nuevo, el sol estará en el cielo.
Aquí es seguro, aquí es cálido
Aquí las margaritas te protegen de cualquier daño
Aquí tus sueños son dulces y mañana se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

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sábado, 20 de agosto de 2011

Sinsajo/Capitulo 15


CAPITULO 15


Las implicaciones de lo que está sugiriendo Gale propagan el silencio por la habitación. Puedes ver la reacción llevándose a cabo en los rostros de las personas. Las expresiones van desde el placer a la angustia, del dolor a la satisfacción.
—La mayoría de los trabajadores son ciudadanos del Dos —dice Beetee neutral.
—¿Y qué? —dice Gale—. Nunca seremos capaces de confiar en ellos otra vez.
—Al menos deberían tener la oportunidad de rendirse —dice Lyme.
—Bueno, eso es un lujo que a nosotros no nos dieron cuando ellos bombardearon el Doce, pero todo es más acogedor con el Capitolio aquí —dice Gale. Por la mirada en el rostro de Lyme, creo que ella podría pegarle un tiro, o al menos darle un golpe. Probablemente tendría las de ganar también, con toda su formación. Pero su ira sólo parece enfurecerle y él grita—. ¡Vimos a niños quemándose hasta la muerte y no había nada que pudiéramos hacer!
Tengo que cerrar los ojos un miNuezo, mientras la imagen rompe a través de mí. Tiene el efecto deseado. Quiero a todos en esa montaña muertos. Estoy a punto de decirlo. Pero entonces... Yo sólo soy una chica del Distrito 12. No el presidente Snow. No puedo evitarlo. No puedo condenar a alguien a la muerte que él sugiere.
—Gale —le digo, cogiéndole del brazo y tratando de hablar en un tono razonable—. La Nuez es una antigua mina. Sería como causar un masivo accidente en la mina de carbón. —Sin duda, las palabras son suficientes para que cualquier persona del 12 piense dos veces acerca del plan.
—Pero no tan rápida como la que mató a nuestros padres —replica—. ¿Ese es el problema de todos? ¿Que nuestros enemigos pueden tener un par de horas para reflexionar sobre el hecho de que se están muriendo, en vez de ser volados en pedazos?
De vuelta en los viejos tiempos, cuando éramos nada más que un par de niños cazando fuera del 12, Gale dijo cosas como esta y peores. Pero entonces no eran más que palabras. En este caso, al ponerlas en práctica, se convierten en hechos que no se pueden revertir.
—No sé cómo esas personas del Distrito Dos terminaron en la Nuez —le digo—. Pueden haber sido coaccionadas. Pueden estar retenidos contra su voluntad. Algunos son nuestros propios espías. ¿Vas a matarlos, también?
—Yo sacrificaría unos pocos, sí, para eliminar al resto —responde—. Y si yo fuera un espía allí, diría: “¡Traigan las avalanchas!”
Sé que está diciendo la verdad. Gale sacrificaría su vida de esta forma por la causa, nadie lo duda.
Tal vez todos haríamos lo mismo si fuéramos espías y se nos diera la oportunidad. Supongo que sí. Pero es una decisión insensible que hacer por otras personas y aquellos que los aman.
—Dijiste que teníamos dos opciones —le dice Boggs—. Atraparlos o hacerlos salir. Yo digo que intentemos lo de la avalancha de la montaña, pero que dejemos lo del túnel del tren. Las personas pueden escapar por ahí a la plaza, donde vamos a estar esperándolas.
—Fuertemente armados, espero —dijo Gale—. Puedes estar seguro que ellos lo estarán.
—Fuertemente armados. Los tomaremos como prisioneros —está de acuerdo Boggs.
—Vamos a traer al Trece hacia un bucle ahora —sugiere Beetee—. Dejemos que la presidenta Coin lo sopese.
—Ella desea bloquear el túnel —dice Gale con convicción.
—Sí, probablemente. Pero ya sabes, Peeta tenía parte de razón en sus propos. Acerca de los peligros de matarnos a nosotros mismos. He estado jugando con algunos números. Facturando a las víctimas y los heridos, y... creo que es por lo menos digno de una conversación —dice Beetee.
Sólo un puñado de gente es invitada a formar parte de esa conversación. Gale y yo somos despedidos con el resto. Lo llevo de caza para que así pueda desahogarse, pero no habla sobre ello. Probablemente, está demasiado enfado conmigo por luchar contra él.
La llamada se hace, la decisión está tomada, y por la tarde me meto en mi traje de Sinsajo, con mi arco colgado al hombro y un auricular que me conecta con Haymitch en el 13, por si acaso se da la oportunidad de un propo. Esperamos en el techo del edificio de Justicia, con una visión clara de nuestro objetivo.
Nuestros aerodeslizadores son inicialmente ignorados por los comandantes en la Nuez, porque en el pasado han sido poco más que moscas zumbando alrededor de un bote de miel. Pero después de dos rondas de atentados con bombas en las elevaciones más altas de la montaña, los aviones captan su atención. En el momento en que las armas antiaéreas del Capitolio comienzan a disparar, ya es demasiado tarde.
El plan de Gale supera las expectativas de todos. Beetee tenía razón acerca de que es imposible controlar las avalanchas, una vez que han sido puestas en marcha. Las laderas de las montañas son naturalmente inestables, pero debilitadas por las explosiones, parecen casi líquidas. Secciones enteras de la Nuez colapsan ante nuestros ojos, haciendo desaparecer cualquier signo de que seres humanos hayan pisado el lugar. Estamos sin palabras, pequeños e insignificantes, mientras olas de piedras bajan por la montaña. Enterrando las entradas bajo toneladas de roca. Levantando una nube de polvo y escombros que ennegrece el cielo.
Convirtiendo la Nuez en una tumba.
Me imagino el infierno dentro de la montaña. Sirenas. Las luces parpadeando en la oscuridad. El polvo de las piedras asfixiando el aire. Los gritos de pánico, los seres atrapados tropezando locamente hacia una salida, sólo para encontrar las entradas, la plataforma de lanzamiento, los pozos de ventilación obstruidos con tierra y roca tratando de abrirse paso. Alambradas soltándose, fuegos brotando, los escombros haciendo de un camino conocido un laberinto. La gente golpeándose, empujándose, luchando como hormigas mientras las prensas de la colina amenazan con aplastar sus frágiles estructuras.
—¿Katniss? —La voz Haymitch voz suena en mi auricular. Trato de responder de vuelta y encuentro mis dos manos apoyadas firmemente sobre la boca—. ¡Katniss!
El día en que murió mi padre, las sirenas sonaron durante mi almuerzo escolar. Nadie esperó la autorización para irse, o esperaba darla. La respuesta a un accidente de la mina era algo fuera del control hasta para el Capitolio. Corrí a la clase de Prim. Todavía la recuerdo, una pequeña de siete años, muy pálida, pero sentada con las manos cruzadas sobre su escritorio. Esperando a que yo la recogiera como le prometí que haría si alguna vez sonaban las sirenas. Saltó de su asiento, agarró mi manga de la chaqueta, y pasamos a través de las corrientes de personas saliendo a las calles hacia la entrada principal de la mina. Encontramos a nuestra madre apretando la cuerda que se había colocado a toda prisa para contener a la multitud. En retrospectiva, creo que deberían haber sabido que había un problema en ese momento. Pero ¿por qué fuimos a mirarla, cuando dar marcha atrás hubiera sido lo correcto?
Los ascensores estaban chillando, sus cables quemándose de arriba a abajo, mientras vomitaban humo ennegrecido de las minas a la luz del día. Con cada grupo venían gritos de socorro, los familiares pasaban bajo la cuerda en busca de sus maridos, esposas, hijos, padres, hermanos. Nos quedamos en el aire helado mientras la tarde se nublaba, una ligera nevada sacudió la tierra. Los ascensores se movían más lentamente ahora y sacaban cada vez a menos personas. Me arrodillé en el suelo y apreté las manos en las cenizas, queriendo liberar a mi padre. Si hay un sentimiento más impotente que tratar de llegar a algún ser querido que está atrapado en la mina, no lo conozco.
Los heridos. Los cuerpos. La espera de toda la noche. Mantas puestas alrededor de los hombros por parte de extraños. Una taza de algo caliente que no bebes. Y, por último, al amanecer, la expresión en el rostro del afligido capitán de la mina que sólo podía significar una cosa.
¿Qué es lo que acabamos de hacer?
—¡Katniss! ¿Estás ahí? —Haymitch está probablemente haciendo planes para hacerme un grillete para la cabeza a mi medida en este mismo momento.
Dejo caer mis manos.
—Sí.
—Quédate en el interior. Por si acaso el Capitolio trata de responder con lo que queda de su fuerza aérea —me ordena.
—Sí —repito. Todo el mundo está en el techo, con excepción de los soldados apostados con las ametralladoras, que comienzan a abrirse camino en el interior. Mientras bajan las escaleras, no puedo dejar de pasar los dedos a lo largo de las paredes de impecable mármol blanco. Tan frío y hermoso. Incluso en el Capitolio, no hay nada que coincida con la magnificencia de este viejo edificio.
Pero no hay adaptabilidad en la superficie, sólo mi carne cediendo, mi calidez arrebatada. La piedra vence a las personas todo el tiempo.
Me siento en la base de uno de los gigantescos pilares del gran vestíbulo. A través de las puertas puedo ver la extensión de mármol blanco que conduce a la plaza. Me acuerdo de lo enferma que estaba el día en que Peeta y yo aceptamos las felicitaciones allí por ganar los Juegos. Cansados por el Tour de la Victoria, fallando en mi intento de calmar a los distritos, frente a los recuerdos de Clove y Cato, particularmente de la horrible y lenta muerte de Cato a mano de los mutos.
Boggs se agacha junto a mí, con su pálida piel en las sombras.
—No bombardeamos el túnel del tren, ya sabes. Algunos de ellos probablemente van a salir.
—¿Y entonces vamos a dispararles cuando muestren sus caras? —pregunto.
—Sólo si tenemos que hacerlo —responde.
—Podríamos enviar los trenes nosotros mismos. Ayudar a evacuar a los heridos —le digo.
—No. Se decidió abandonar el túnel en sus manos. De esta manera, pueden utilizar todas las pistas para sacar a las personas —dice Boggs—. Además, nos dará tiempo para obtener al resto de nuestros soldados en la plaza.
Hace unas horas, la plaza era un territorio sin hombres, la primera línea de lucha entre los rebeldes y los Agentes de la paz. Cuando Coin dio la aprobación para el plan de Gale, los rebeldes lanzaron un ataque y habían conducido a las fuerzas del Capitolio varias cuadras atrás para que pudiéramos controlar la estación de tren en el caso de que la Nuez cayera. Bueno, esta ha caído. La realidad ha sido comprendida. Los supervivientes escaparán a la plaza. Puedo oír los disparos empezando ahora, mientras los agentes de la paz están, sin duda tratando de abrirse camino para rescatar a sus camaradas. Nuestros soldados están siendo traídos para contrarrestar esta situación.
—Tienes frío —dice Boggs—. Voy a ver si puedo encontrar una manta. —Él se va antes de que pueda protestar. No quiero una manta, aunque el mármol sigue quitando el calor de mi cuerpo.
—Katniss —dice Haymitch en mi oído.
—Aún sigo aquí —le respondo.
—Interesante giro de los acontecimientos con Peeta esta tarde. Pensé que querrías saberlo —dice. Interesante no es bueno. No es mejor. Pero realmente no tengo más remedio que escuchar—. Le hemos mostrado el clip tuyo cantando “El árbol de la ejecución”. Nunca salió al aire, por lo que el Capitolio no pudo utilizarlo cuando él estaba secuestrado. Dice que reconoce la canción.
Por un momento, mi corazón falla un latido. Entonces, me doy cuenta de que es sólo más confusión por el suero de las rastrevíspulas.
—Él no podría, Haymitch. Él nunca me escuchó cantar esa canción.
—No a ti. A tu padre. Él lo escuchó cantándola un día cuando vino a comerciar en la pastelería. Peeta era pequeño, probablemente tenía seis o siete años, pero la recordaba porque estaba especialmente escuchando para ver si las aves dejaban de cantar —dice Haymitch—. Supongo que lo hicieron.
Seis o siete años. Eso habría sido antes de que mi madre prohibiera la canción. Quizá incluso justo la época en la que yo estaba aprendiéndola.
—¿Yo estabas allí también?
—No creo. No hubo mención de ti de todos modos. Pero es la primera conexión a ti que no ha provocado alguna fusión de un reactor nuclear —dice Haymitch—. Es algo al menos, Katniss.
Mi padre. Él parece estar en todas partes hoy. Muriendo en la mina. Cantando a través de la confundida consciencia de Peeta. Parpadeando en la mirada que Boggs me dio mientras protectoramente enrolló la manta alrededor de mis hombros. Lo extraño tanto que duele.
Los disparos se están realmente elevando allá afuera. Gale pasa a prisa con un grupo de rebeldes, ansiosamente dirigidos hacia la batalla. Yo no pido unirme a las batallas, no es que ellos me dejarían. No tengo estómago para ello de todos modos, ni calor en mi sangre. Deseo que Peeta estuviera aquí (el viejo Peeta) porque él sería capaz de articular por qué está tan mal estar intercambiando fuego cuando personas, algunas personas, está tratando de rascar su camino fuera de la montaña. ¿O es mi propia historia haciéndome tan sensible? ¿No estamos en una guerra? ¿No es esto sólo otra manera de matar a nuestros enemigos?
La noche cae rápidamente. Enormes y brillantes reflectores se encienden, iluminando la plaza. Cada foco debe estar ardiendo con todos los watts dentro de la estación de tren también. Incluso desde mi posición al otro lado de la plaza, puedo ver claramente a través de la lámina de vidrio delante del gran y angosto edificio. Sería imposible perderse la llegada de un tren, o incluso de una sola persona. Pero las horas pasan y nadie llega. Con cada miNuezo, se vuelve más difícil imaginar que alguien sobreviva al asalto en el Nuez.
Está bien después de la medianoche cuando Cressida viene a colocar un micrófono especial a mi vestuario.
—¿Para qué es? —pregunto.
La voz de Haymitch sale a explicar.
—Sé que no va a gustarte esto, pero necesitamos que hagas un discurso.
—¿Un discurso? —digo, inmediatamente sintiéndome mareada.
—Yo te lo diré, línea por línea —me asegura—. Tú sólo tendrás que repetir lo que yo diga. Mira, no hay señal de vida desde la montaña. Hemos ganado, pero la batalla continúa. Así que pensamos que si tú salías al Edificio de Justicia y lo exponías, diciéndoles a todos que el Nuez está derrotado, que la presencia del Capitolio en el distrito 2 ha terminado, podrías ser capaz de conseguir que el resto de sus fuerzas se entreguen.
Miro la oscuridad detrás de la plaza.
—Ni siquiera puedo ver sus fuerzas.
—Para eso es el micrófono —dice él—. Serás emitida, tanto tu voz a través de su sistema de audio de emergencia, como tu imagen dondequiera que las personas tengan acceso a una pantalla.
Sé que hay un par de enormes pantallas aquí en la plaza. Las vi en el Tour de la Victoria. Podría funcionar, si fuera buena en esta clase de cosas. Lo cual no soy. Ellos intentaron darme líneas en aquellos experimentos con los propos también, y fue un fracaso.
—Podrías salvar muchas vidas, Katniss —dice Haymitch finalmente.
—De acuerdo. Haré el intento —le digo.
Es extraño pararse afuera en lo alto de las escaleras, con vestuario completo, brillantemente iluminada, pero sin ninguna audiencia visible a la que entregarle el discurso. Como si estuviera haciendo un espectáculo para la luna.
—Hagámoslo rápido —dice Haymitch—. Estás demasiado expuesta.
Mi equipo de televisión, posicionado afuera en la plaza con cámaras especiales, indica que ya están listos. Le digo a Haymitch que comience, entonces pincho mi micrófono y lo escucho cuidadosamente disctar la primera línea del discurso. Una enorme imagen de mí alumbra una de las pantallas sobre la plaza mientras empiezo:
—Personas del distrito 2, esta es Katniss Everdeen hablándoles desde las afueras del Edificio de Justicia, donde…
El par de trenes llegan haciendo un chirrido a la estación, uno al lado del otro. Mientras las puertas se abren, la gente sale en desorden en medio de una nube de humo que han traído del Nuez. Deben haber tenido al menos una noción de lo que les esperaría en la plaza, porque puedes verlos tratando de actuar evasivamente. La mayoría de ellos se arrastran en el suelo, y un rocío de balas dentro de la estación destruye las luces. Han venido armados, como Gale predijo, pero también han venido heridos. Los gemidos pueden ser escuchados el aire de la noche que es, por lo demás, silencioso.
Alguien rompe las luces en las escaleras, dejándome en la protección de las sombras. Una flama florece dentro de la estación, uno de los trenes debe estar en realidad en llamas, y un espeso y negro humo se hincha contra las ventanas. Sin otra opción, las personas comienzan a empujarse para salir a la plaza, asfixiándose pero definitivamente ondeando sus armas. Mis ojos revolotean por los tejados que rodean la plaza. Cada uno de ellos ha sido fortalecido con nidos de ametralladoras tripuladas por rebeldes. La luz de la luna destella sobre barriles de aceite.
Un hombre joven sale tambaleándose de la estación, con una mano presionada contra un trapo ensangrentado en su mejilla, y la otra mano arrastrando un arma. Cuando tropieza y caer sobre su cara, veo las chamuscadas marcas bajando por la espalda de su camisa, la carne roja debajo. Y repentinamente, él es sólo otra víctima quemada de un accidente de mina.
Mis pies vuelan sobre los escalones y arranco a correr por él.
—¡Alto! —le grito a los rebeldes—. ¡Detengan el fuego!
Las palabras hacen eco alrededor de la plaza y más allá mientras el micrófono amplifica mi voz.
—¡Alto! —Me estoy acercando al joven hombre y agachándome para ayudarlo, cuando él se arrastra para levantarse sobre sus rodillas y apunta su arma a mi cabeza.
Instintivamente, retrocedo unos pasos, levanto mi arco para mostrar que mi intención era inofensiva. Ahora que él tiene ambas manos en su arma, noto un hueco irregular en su mejilla donde algo (una piedra cayendo quizá) perforó la carne. Él huele como a cosas quemadas, cabello y carne y combustible. Sus ojos están locos con dolor y miedo.
—Quieta — la voz de Haymitch susurra en mi oído. Sigo sus órdenes, dándome cuenta de que esto es lo que todo el distrito 2, todo Panem quizá, debe estar viendo en este momento. El Sinsajo a la merced de un hombre sin nada que perder.
Su confuso discurso es apenas comprensible.
—Dame una razón por la que no debería dispararte.
El resto del mundo se desvanece. Sólo estoy yo viéndome dentro de los desdichados ojos del hombro de la Nuez que pide una razón. Seguramente debería poder salir con miles de razones. Pero las palabras que forman mis labios son:
—No puedo.
Lógicamente, lo siguiente que debería pasar es que el hombre jalara el gatillo. Pero él está perplejo, tratando de buscarle sentido a mis palabras. Experimento mi propia confusión mientras me doy cuenta de que lo que he dicho es completamente cierto, y el noble impulso que me lleva a través de la plaza es reemplazado por desesperación.
—No puedo. Ese es el problema, ¿no? —Bajo mi arco—. Hicimos volar tu mina. Tú quemaste mi distrito hasta los cimientos. Tenemos cada razón para matarnos mutuamente. Así que hazlo. Haz feliz al Capitolio. He terminado de matar a sus esclavos por ellos. —Dejo caer mi arco al suelo y le doy un golpe ligero con mi bota. Se desliza a través de la piedra y llega a descansar a sus rodillas.
—No soy su esclavo —murmura el hombre.
—Yo lo soy —digo—. Eso es por lo que maté a Cato… y él mató a Thresh… y él mató a Clove… y ella trató de matarme. Sólo da vueltas y vueltas, ¿y quién gana? Ninguno de nosotros. Ni los distritos. Siempre el Capitolio. Pero estoy cansada de ser una pieza de sus Juegos.
Peeta. En el tejado la noche antes de nuestros primeros Juegos de Hambre. Él lo entendió todo antes de que nosotros siquiera hubiéramos puesto un pie en la arena. Espero que esté observando esto ahora, que recuerde esa noche como sucedió, y quizá me olvide cuando muera.
—Mantente hablando. Diles sobre observar la montaña derrumbarse —insiste Haymitch.
—Cuando vi la montaña caer esta noche, pensé… que ellos lo habían hecho de nuevo. Que habían venido a matarme… y a las personas en los distritos. Pero ¿por qué hice eso? El distrito 12 y el distrito 2 no tienen ninguna lucha excepto la que el Capitolio nos ha dado. —El hombre pestañea hacia mí incomprensiblemente. Me hundo sobre mis rodillas ante él, mi voz es baja y urgente—. ¿Y por qué estás peleando contra los rebeldes sobre los tejados? ¿Con Lyme, que fue tu vencedora? ¿Con personas que eran tus vecinos, quizá incluso tu familia?
—No lo sé —dice el hombre. Pero él no quita su arma de mí.
Me levanto y me giro lentamente en un círculo, dirigiéndome a las ametralladoras.
—¿Y ustedes allá arriba? Yo vengo de una ciudad minera. ¿Desde cuándo los mineros condenan a otros mineros a esa clase de muerte, y luego se ponen de pie para matar a quien sea que se las arregle para salir arrastrándose de los escombros?
—¿Quién es tu enemigo? —susurra Haymitch.
—Estas personas… —Indico los cuerpos heridos sobre la plaza— ¡no son sus enemigos! —Me precipito alrededor de la estación de trenes—. ¡Los rebeldes no son sus enemigos! ¡Todos nosotros tenemos un enemigo, y es el Capitolio! ¡Esta es nuestra oportunidad de ponerle un fin a su poder, peo necesitamos que las personas de cada distrito lo hagan!
Las cámaras están cerradas en mí mientras estiro mis manos hacia el hombre, hacia los heridos, hacia los reacios rebeldes a través de Panem.
—¡Por favor! ¡Únansenos!
Mis palabras cuelgan en el aire. Miro la pantalla, esperando verlos grabando alguna ola de reconciliación ir a través de la multitud.
En lugar de eso, me miro a mí misma ser disparada en televisión.

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