‎- Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Los juegos van a comenzar. Los tributos deben salir a la Arena y luchar por sobrevivir. Ganar significa Fama y riqueza, perder significa la muerte segura...

¡Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Fragmento de Sinsajo


Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuesta tu cabeza y cierra tus adormilados ojos
Y cuando los abras de nuevo, el sol estará en el cielo.
Aquí es seguro, aquí es cálido
Aquí las margaritas te protegen de cualquier daño
Aquí tus sueños son dulces y mañana se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

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jueves, 18 de agosto de 2011

Sinsajo/Capitulo 2


CAPITULO 2


¿Los aviones del Capitolio están apresurándose para hacernos estallar en el cielo? Mientras viajamos sobre el Distrito 12, busco ansiosamente alguna señal de ataque, pero nada nos sigue. Después de varios minutos, cuando oigo una conversación entre Plutarch y el piloto confirmando que el espacio aéreo está libre, comienzo a relajarme un poco.

Gale cabecea hacia los aullidos que vienen de mi bolsa de juego. —Ahora sé por qué tuviste que volver.

—Siempre que hubiera incluso una posibilidad de recuperarlo. —Descargo la bolsa en un asiento, donde la repugnante criatura empieza un bajo y profundo gruñido desde su garganta—. Oh, cállate —le digo a la bolsa mientras me hundo en el asiento almohadillado junto a la ventana frente a ella.

Gale se sienta junto a mí. —¿Está bastante malo allá abajo?

—No podría ser mucho peor —contesto. Lo miro a los ojos y veo mi propia pena reflejada en ellos. Nuestras manos se encuentran la una a la otra, aferrándonos a una parte del Distrito 12 que Snow de algún modo no ha podido destruir. Nos sentamos en silencio durante el resto del viaje al 13, que sólo toma aproximadamente cuarenta y cinco minutos. El mero viaje de una semana a pie. Bonnie y Twill, las refugiadas del Distrito 8 con las que me encontré en el bosque el invierno pasado, no estaban tan alejadas de su destino después de todo. Aunque ellas aparentemente no lo lograron. Cuando pregunté por ellas en el 13, nadie pareció saber de quién hablaba. Murieron en el bosque, supongo.

Desde el aire, el Distrito 13 se veía casi tan alegre como el 12. Los escombros no estaban ardiendo, de la forma en que el Capitolio lo muestra en televisión, pero casi no hay señales de vida en la superficie. En los setenta y cinco años que pasaron desde los Días Oscuros —cuando se dijo que el Distrito 13 había sido arrasado en la guerra entre el Capitolio y los Distritos— casi todas las nuevas construcciones se han hecho debajo de la superficie de la tierra. Ya antes había una importante instalación subterránea aquí, desarrollada a través de los siglos para ser un refugio clandestino para los líderes del gobierno en los tiempos de guerra, o como un último recurso para la humanidad si la vida en la superficie llegaba a ser imposible. Pero, más importante que eso para las personas del 13, fue el centro del programa de desarrollo de armas nucleares del Capitolio. Durante los Días Oscuros, los rebeldes del 13 tomaron el control de las fuerzas del gobierno, apuntando sus misiles nucleares hacia el Capitolio, y entonces negociaron un trato: El Distrito 13 aparentaría estar muerto a cambio de que los dejaran solos. El Capitolio tenía otro arsenal nuclear en el oeste, pero no podría atacar al 13 sin obtener cierta venganza a cambio. Entonces se vio forzado a aceptar el trato del 13. El Capitolio derribó los restos visibles del distrito y cortó todos los accesos del exterior. Quizás los líderes del Capitolio pensaron que, sin ayuda del exterior, el Distrito 13 moriría alejado del mundo. Y casi lo hizo durante unas pocas veces, pero siempre logró salvarse debido a compartir estrictamente sus recursos, a su ardua disciplina, y a una vigilancia constante contra más ataques del Capitolio.

Ahora los ciudadanos viven casi exclusivamente en las instalaciones subterráneas. Puedes ir afuera para hacer ejercicio y absorber algo de luz del sol, pero sólo en tiempos muy específicos en tu horario. No puedes alterar tu horario. Cada mañana, se supone que debes colocar tu brazo derecho en un aparato en la pared, que te tatúa dentro del antebrazo con tu horario del día en una tinta enfermamente púrpura. 7:00--Desayuno. 7:30--Deberes en la cocina. 8:30--Centro Educacional, Sala 17. Etcétera. La tinta es imborrable hasta las 22:00--Ducha. Entonces es cuando lo que sea que la hace resistente al agua deja de funcionar, y todo el horario se desvanece. El “luces-fuera” de las 22:30 señala que todos los que no estén en el turno nocturno deben estar en la cama.

Al principio, cuando estuve tan enferma en el hospital, podía evitar ser impresa. Pero una vez que me cambié al Compartimiento 307 con mi madre y mi hermana, se suponía que tenía que seguir con el programa. Aunque, excepto por aparecerme para las comidas, ignoro mayormente las palabras en mi brazo. Sólo vuelvo a nuestro compartimiento o vago alrededor del 13 o duermo en algún lugar oculto. Un conducto de aire abandonado. Detrás de las tuberías de agua en la sala de lavados. Hay un armario en el Centro Educacional que es genial porque nadie jamás parece necesitar suministros escolares. Son tan frugales con las cosas aquí, que el desperdicio es prácticamente una actividad criminal. Afortunadamente, las personas del 12 nunca han sido de desperdiciar. Pero una vez vi a Fulvia Cardew romper una hoja de papel con sólo un par de palabras escritas en ella, y uno pensaría que había asesinado a alguien por las miradas que recibió. Su cara se volvió rojo tomate, haciendo que las flores plateadas tatuadas en sus mejillas rellenitas se volvieran aún más visibles. El mismo retrato del exceso. Uno de mis pocos placeres en el 13 es ver al puñado de “rebeldes” mimados del Capitolio retorciéndose en un intento por encajar.

No sé por cuánto tiempo podré salirme con la mía con mi total indiferencia a la precisión de relojería de asistencias requeridas por mis anfitriones. En este momento, me dejan hacerlo sólo porque estoy clasificada como mentalmente desorientada —lo dice justo aquí, en mi plástica pulsera médica—, y todos tienen que tolerar mis paseos. Pero eso no puede durar para siempre. Como tampoco lo hará su paciencia con el asunto del Sinsajo.

Desde la pista de aterrizaje, Gale y yo bajamos a través de una serie de escaleras hasta el Compartimiento 307. Podríamos tomar el elevador, sólo que me recuerda demasiado al que me elevó hacia la arena. Tengo problemas ajustándome a estar tanto bajo la tierra. Pero después del encuentro surrealista con la rosa, por primera vez el descender me hace sentir más segura.

Vacilo cuando llego a la puerta 307, anticipando las preguntas de mi familia. —¿Qué les voy a decir acerca del Distrito 12? —Le pregunto a Gale.

—Dudo que te pidan detalles. Lo vieron arder. Estarán más que nada preocupadas por cómo lo estás manejando tú. —Gale me toca la mejilla—. Como yo lo estoy.

Presiono mi rostro contra su mano por un momento. —Sobreviviré.

Entonces respiro hondo y abro la puerta. Mi madre y mi hermana están en casa para las 18:00--Reflección, media hora de tiempo de inactividad antes de la cena. Veo la preocupación en sus caras mientras intentan medir mi estado emocional. Antes de que puedan preguntarme algo, vacío mi bolsa, y se convierte en 18:00--Adoración del gato. Prim sólo se sienta en el piso, llorando y meciendo a ese horrible de Buttercup, quien interrumpe su ronroneo sólo para dar un silbido ocasional en mi dirección. Me da un vistazo especialmente engreído cuando Prim ata la cinta azul alrededor de su cuello.

Mi madre abraza la foto de su boda apretadamente contra su pecho y entonces la coloca junto con el libro de plantas, en nuestra cómoda suministrada por el gobierno. Cuelgo la chaqueta de mi padre en el respaldo de una silla. Por un momento, el lugar casi parece nuestro hogar. Entonces pienso que el viaje al Distrito 12 no fue un total desperdicio.

Nos dirigimos abajo hacia el comedor para las 18:30--Cena cuando el comunicuff de Gale comienza a pitar. Se parece a un reloj demasiado grande, pero recibe mensajes de texto. Ser otorgado con un comunicuff es un privilegio especial que es reservado para esas personas importantes a la causa, un estatus que Gale alcanzó a través de su rescate de los ciudadanos del 12. —Nos necesitan a ambos en el Centro de Mando —dice.

Arrastrando mis pies unos pocos pasos detrás de Gale, trato de recomponerme antes de ser arrojada a lo que seguro va a ser otra sesión implacable del Sinsajo. Permanezco de pie en el umbral del Centro de Mando, el cuarto de reuniones de alta tecnología del Concilio de guerra, completo con paredes computarizadas parlanchinas, mapas electrónicos que muestran los movimientos de las tropas en varios distritos, y una mesa rectangular gigante con tableros de control que se supone que no debo tocar. Pero nadie advierte mi presencia, porque están reunidos ante una pantalla de televisión en el extremo distante del cuarto que muestra la transmisión del Capitolio durante las veinticuatro horas del día. Pienso que quizás puedo escabullirse cuando Plutarch, cuya amplia espalda había estado bloqueando la televisión, me ve y me hace señas rápidamente para que me una a ellos. Me acerco de mala gana, tratando de imaginarme cómo podría llegar a interesarme eso. Es siempre lo mismo. Imágenes de la Guerra. Propaganda. Grabaciones del bombardeo al Distrito 12. Un mensaje siniestro del Presidente Snow. Así que es casi entretenido ver a Caesar Flickerman, el eterno anfitrión de los Juegos del Hambre, con su cara pintada y su traje brillante, preparado para dar una entrevista. Hasta que la cámara se hace hacia atrás y veo que su invitado es Peeta.

Un sonido escapa de mi boca. La misma combinación de boqueada y gemido que viene luego de estar sumergida en el agua, privada de oxígeno hasta llegar a un punto de dolor. Aparto a las personas hacia un lado hasta que estoy delante de él, con mi mano descansando en la pantalla. Busco en sus ojos cualquier signo de herida, cualquier reflejo de la angustia del tormento. No hay nada. Peeta parece sano hasta un punto de vigor. Su piel resplandece, perfecta, en esa forma de pulido-de-cuerpo-completo. Su expresión está compuesta, seria. Yo no logro conciliar esta imagen con el azotado, sangrante chico que acecha mis sueños.

Caesar se sienta más cómodamente en la silla enfrente de Peeta y le da un vistazo largo. —Así que... Peeta... bienvenido nuevamente.

Peeta sonríe ligeramente. —Le apuesto a que pensó que había hecho su última entrevista conmigo, Caesar.

—Confieso que lo pensé —dice Caesar—. La noche antes del Quarter Quell... bueno, ¿quién hubiera pensado que te veríamos otra vez?

—No era parte de mi plan, eso es seguro —dice Peeta con el ceño fruncido.

Caesar se inclina hacia él un poco. —Creo que era claro para todos nosotros cuál era tu plan. Sacrificarte en la arena para que Katniss Everdeen y su niño pudieran sobrevivir.

—Ese era. Claro y simple. —Los dedos de Peeta trazan la pauta del tapizado en el brazo de la silla—. Pero otras personas también tenían planes.

Sí, otras personas tenían planes, pienso. ¿Peeta lo averiguó entonces, cómo los rebeldes nos utilizaron como peones? ¿Cómo mi rescate fue arreglado desde el principio? Y, por último, ¿cómo nuestro mentor, Haymitch Abernathy, nos traicionó a ambos por una causa por la cual fingía no tener ningún interés? En el silencio que sigue, advierto las líneas que se han formado entre las cejas de Peeta. Lo averiguó, o alguien se lo ha dicho. Pero el Capitolio no lo ha matado, ni siquiera lo ha castigado aún. En este momento, eso excede mis más grandes esperanzas. Me alimento de su integridad, de la firmeza de su cuerpo y de su mente. Corre a través de mí como el morphling que me dieron en el hospital, embotando el dolor de las últimas semanas.

—¿Por qué no nos cuentas acerca de esa última noche en la arena? —Sugiere Caesar—. Ayúdanos a entender algunas cosas.

Peeta asiente pero se toma su tiempo antes de hablar. —Esa noche... para hablarte acerca de esa noche... bueno, ante todo, tienes que imaginarte cómo se sintió en la arena. Era como ser un insecto atrapado debajo de un tazón lleno de aire caliente. Y todo a tu alrededor sólo hay selva... verde y viva, y haciendo tic-tac. Ese reloj gigante contando los segundos que te quedan de vida. Cada hora promete algún nuevo horror. Tienes que imaginarte que en los pasados dos días, dieciséis personas han muerto, algunos de ellos defendiéndote. Por la forma en que avanzan las cosas, las últimas ocho estarán muertas por la mañana. Excepto una. El vencedor. Y tu plan es que no serás tú.

Mi cuerpo estalla en sudor al recordarlo. Mi mano se desliza por la pantalla y cuelga sin fuerzas a mi costado. Peeta no necesita un pincel para pintar imágenes de los Juegos. Funciona así de bien con las palabras.

—Una vez que estás en la arena, el resto del mundo llega a ser muy lejano —continúa—. Todas las personas y las cosas que amaste o por las que tuviste interés casi dejan de existir. El cielo rosa y los monstruos en la selva y los tributos que quieren tu sangre se convierten en tu realidad, en lo único que importa. Tan malo como te hace sentir, tendrás que asesinar, porque en la arena, tú sólo consigues un deseo. Y es muy costoso.

—Te cuesta la vida —dice Caesar.

—Oh, no. Te cuesta mucho más que la vida. ¿Asesinar a personas inocentes? —Dice Peeta—. Te cuesta todo lo que tú eres.

—Todo lo que eres —repite Caesar calladamente.

Una quietud ha caído el cuarto, y puedo sentir cómo se esparce a través de Panem. Una nación se inclina más cerca de sus pantallas. Porque nadie jamás ha hablado de lo que es realmente estar en la arena.

Peeta continúa. —Así que te aferras a tu deseo. Y esa anoche, sí, mi deseo fue salvar a Katniss. Pero aún sin saber acerca de los rebeldes, algo no se sentía bien. Todo era demasiado complicado. Me encontré arrepintiéndome de no haber huido con ella más temprano ese día, como ella lo había sugerido. Pero ya no podíamos irnos en ese punto.

—Estabas muy enredado en el plan de Beetee de electrificar el lago de agua salada —dice Caesar.

—Demasiado entretenido jugando a los aliados con los otros. ¡Jamás debí haber permitido que nos separaran! —Estalla Peeta—. Ahí fue cuando la perdí.

—Cuando permaneciste en el árbol del rayo, y ella y Johanna Mason tomaron el rollo de alambre abajo hacia el agua —dice Caesar.

—¡Yo no quería hacerlo! —Dije Peeta con agitación—. Pero no podía discutir con Beetee sin indicar que estábamos a punto de romper la alianza. Cuando ese alambre fue cortado, todo simplemente enloqueció. Sólo puedo recordar partes de lo que sucedió. Recuerdo intentando encontrarla. Viendo a Brutus asesinar a Chaff. Matar a Brutus yo mismo. Sé que ella gritaba mi nombre. Entonces el rayo cayó sobre el árbol, y el campo de fuerza alrededor de la arena... estalló.

—Katniss lo hizo estallar, Peeta —dice Caesar—. Tú viste las imágenes.

—Ella no sabía lo que hacía. Ninguno de nosotros podría haber seguido el plan de Beetee. Puedes verla intentando resolver qué hacer con ese alambre —dice Peeta rápidamente.

—Bueno. Sólo se ve sospechoso —dice Caesar—. Como si ella formara parte del plan de los rebeldes todo el tiempo.

Peeta se pone de pie, inclinándose sobre la cara de Caesar, con sus manos apoyadas en los brazos de la silla de su entrevistador. —¿De verdad? ¿Y formaba parte de su plan que Johanna casi la matara? ¿Que esa descarga eléctrica la paralizara? ¿Provocar el bombardeo sobre el Distrito 12? —Ahora está gritando—. ¡Ella no lo sabía, Caesar! ¡Ninguno de nosotros sabía nada más que teníamos que luchar por mantenernos vivos el uno al otro vivo!

Caesar coloca una mano en el pecho de Peeta en un gesto que es tanto auto protector como conciliatorio. —De acuerdo, Peeta, yo te creo.

—Bien. —Peeta se retira de Caesar, echando las manos hacia atrás, corriéndolas a través de su pelo, desordenando sus cuidadosamente estilizados rizos rubios. Vuelve a sentarse en su silla, alterado.

Caesar espera un momento, estudiando a Peeta. —¿Qué hay de su mentor, Haymitch Abernathy?

La cara de Peeta se endurece. —Yo no sé lo que Haymitch sabía.

—¿Podría haber formado parte de la conspiración? —Pregunta Caesar.

—Él nunca lo mencionó —dice Peeta.

Caesar lo presiona. —¿Qué te dice tu corazón?

—Que no debería haber confiado en él —dice Peeta—. Eso es todo.

Yo no he visto Haymitch desde que lo ataqué en el hovercraft, dejándole largas marcas de uñas a lo largo de su cara. Sé que ha sido duro para él aquí. El Distrito 13 prohíbe estrictamente cualquier producción o consumo de bebidas intoxicantes, e incluso el alcohol que se usa en el hospital es mantenido bajo candado. Finalmente, Haymitch es forzado hacia la sobriedad, sin ningún escondite secreto ni bebidas caseras para aliviar su transición. Lo han aislado hasta que alcance la sobriedad, considerando que no es apto para presentarse públicamente. Debe ser intolerable, pero perdí toda mi simpatía hacia Haymitch cuando me di cuenta de cómo nos había engañado. Espero que esté mirando la transmisión del Capitolio ahora, para que pueda ver que Peeta lo ha rechazado también.

Caesar toca el hombro de Peeta. —Podemos parar ahora si lo deseas.

—¿Hay algo más que discutir? —Dice Peeta.

—Iba a preguntarte lo que piensas acerca de la guerra, pero si estás muy alterado... —empieza Caesar.

—Oh, no estoy demasiado alterado para contestar eso. —Peeta respira hondo y entonces mira directamente hacia la cámara—. Deseo que todos los que estén mirando —tanto los del Capitolio como los del lado rebelde— se detengan por sólo un momento y piensen acerca de lo que esta guerra podría significar. Para todos los seres humanos. Nosotros casi nos extinguimos por luchar unos contra otros antes. Ahora somos aún menos que entonces. Nuestras condiciones son más frágiles. ¿Es esto realmente lo que queremos lograr? ¿Aniquilarnos completamente? En las esperanzas de... ¿qué? ¿De que alguna especie decente heredará los restos humeantes de la Tierra?

—Realmente no... No estoy seguro de que estoy siguiéndote... —dice Caesar.

—No podemos luchar los unos contra los otros, Caesar —explica Peeta—. No habrá suficiente de nosotros para continuar luego. Si todo el mundo no baja sus armas... y me refiero a muy pronto, todo estará acabado, de todos modos.

—Así que... ¿estás pidiendo un alto al fuego? —Le pregunta Caesar.

—Sí. Llamo a un alto al fuego —dice Peeta cansadamente—. Ahora, ¿por qué no llamas a los guardias para que me lleven de regreso a mi cuarto, así puedo construir otras cien casas de naipes?

Caesar se gira hacia la cámara. —Bien. Creo que eso es todo. Entonces regresamos a nuestra programación regular.

Una música comienza, y entonces hay una mujer que lee una lista de escaseces esperadas en el Capitolio: fruta fresca, baterías solares, jabón. La miro con absorción inusitada, porque sé que todos esperarán mi reacción a la entrevista. Pero no hay forma en que pueda procesar todo tan rápidamente: la alegría de ver a Peeta sano y salvo, su defensa de mi inocencia por colaborar con los rebeldes, y su complicidad innegable con el Capitolio ahora que ha convocado un alto al fuego. Ah, lo hizo sonar como si estuviera condenando a ambos lados en la guerra. Pero, en este momento, con victorias sólo secundarias de los rebeldes, un alto al fuego sólo podría tener como resultado un regreso a nuestro estatus anterior. O a uno peor.

Detrás de mí, puedo oír las acusaciones contra Peeta elevándose. Las palabras “traidor”, “mentiroso” y “enemigo” rebotan en las paredes. Ya que no puedo unirme a la atrocidad de los rebeldes ni contradecirla, decido que lo mejor es irme. Cuando llego a la puerta, la voz de Coin se eleva sobre las otras. —No tienes permiso para retirarte, Soldado Everdeen.

Uno de los hombres de Coin coloca una mano en mi brazo. No es un movimiento agresivo, en realidad, pero después de la arena reacciono defensivamente a cualquier toque no familiar. Doy un tirón en mi brazo para liberarme y salgo corriendo por los pasillos. Detrás de mí, llegan sonidos de una riña, pero no me detengo. Mi mente hace un rápido inventario de mis pequeños escondites, y termino en el armario de suministros, acurrucada contra un cajón de tiza.

—Estás vivo —susurro, presionando las palmas de mis manos contra mis mejillas, sintiendo una sonrisa tan ancha que debe parecer una mueca. Peeta está vivo. Y es un traidor. Pero en este momento no me importa. No me importa lo que dice, o por quién lo dice, sólo me importa que aún es capaz de hablar.

Después de un rato, la puerta se abre y alguien entra. Gale se desliza junto a mí, con su nariz goteando sangre.

—¿Qué sucedió? —Le pregunto.

—Me puse en el camino de Boggs —contesta con un encogimiento de hombros. Utilizo mi manga para limpiar su nariz—. ¡Cuidado!

Intento ser más suave. Tocando, no refregando. —¿Y cuál es ese?

—Ah, ya sabes. La mano derecha de Coin. El que trató de detenerte. —Aparta mi mano—. ¡Déjalo! Me desangrarás hasta la muerte.

El goteo de sangre se ha transformado en una corriente constante. Doy por perdidas todas las tentativas de primeros auxilios. —¿Luchaste contra Boggs?

—No, sólo bloqueé la puerta cuando trató de seguirte. Su codo encontró mi nariz —dice Gale.

—Ellos probablemente te castigarán —le digo.

—Ya lo hicieron. —Sostiene arriba la muñeca. La miro fijamente sin entender—. Coin me quitó mi comunicuff.

Me muerdo el labio, intentando mantenerme seria. Pero suena tan ridículo. —Lo siento, Soldado Gale Hawthorne.

—No lo sientas, Soldado Katniss Everdeen. —Sonríe—. Me sentía como un imbécil andando con esa cosa de todos modos. —Ambos comenzamos a reír—. Creo que fue toda una degradación.

Esta es una de las pocas cosas buenas que tiene el Distrito 13. Tener a Gale nuevamente. Ya sin la presión del casamiento arreglado por el Capitolio entre Peeta y yo, hemos logrado recuperar nuestra amistad. Él no lo empuja más que eso, intentando besarme o hablar de amor. O bien porque he estado demasiado enferma, o está dispuesto a darme algo de espacio, o porque sabe que es simplemente demasiado cruel sabiendo que Peeta está en las manos del Capitolio. Sea como sea, tengo a alguien a quien contarle mis secretos otra vez.

—¿Quiénes son estas personas? —Digo.

—Somos nosotros. Si hubiéramos tenido bombas atómicas en vez de unos pocos trozos de carbón —contesta él.

—Quiero pensar que el Distrito 12 no habría abandonado al resto de los rebeldes durante los Días Oscuros —digo.

—Quizá lo habríamos hecho. Si fuera eso, la rendición, o comenzar una guerra nuclear —dice Gale—. De una manera, es notable que sobrevivieran en lo absoluto.

Tal vez es porque aún tengo las cenizas de mi propio distrito en mis zapatos, pero por primera vez, le doy a las personas del 13 algo que me he negado a darles hasta ahora: crédito. Por permanecer vivos contra todas las probabilidades. Sus primeros años deben haber sido terribles, apiñados en las cámaras subterráneas después que su ciudad fuera bombardeada hasta convertirla en polvo.

Su población diezmó, sin ningún aliado posible al que pedir ayuda. Durante los últimos setenta y cinco años, han aprendido a ser autosuficientes, convirtiendo a sus ciudadanos en un ejército, y construyendo una nueva sociedad con la ayuda de nadie. Serían aún más poderosos si esa epidemia de viruela no hubiera acabado con su natalidad y los hubiera vuelto tan desesperados por conseguir una nueva fuente de genes y criadores. Quizá son militaristas, excesivamente programados, y escasos de sentido del humor. Pero están aquí. Y dispuestos a acabar con el Capitolio.

—Aún así, les tomó demasiado tiempo el finalmente aparecer —digo.

—No fue sencillo. Tuvieron que construir una base rebelde en el Capitolio, conseguir algún tipo de organización secreta en los Distritos —dice—. Entonces necesitaban de alguien que pusiera todo en movimiento. Te necesitaban a ti.

—Necesitaban a Peeta, también, pero parecen haber olvidado eso —digo.

La expresión de Gale se oscurece. —Peeta tal vez haya causado mucho daño esta noche. La mayor parte de los rebeldes desestimarán lo que dijo inmediatamente, por supuesto. Pero hay distritos en donde la resistencia es más inestable. El alto al fuego es claramente idea del Presidente Snow. Pero suena tan razonable saliendo de la boca de Peeta.

Tengo miedo de la respuesta de Gale, pero pregunto de todos modos. —¿Por qué crees que lo dijo?

—Quizás fue torturado. O persuadido. Pero yo supongo que hizo algún tipo de trato para protegerte. Presentaría la idea del alto de fuego si Snow le permitiera mostrarte como una confundida chica embarazada que no tenía la menor idea de lo que pasaba cuando fue raptada por los rebeldes. De esta manera, si los Distritos pierden, todavía habrá una posibilidad de indulgencia para ti. Si tú le sigues el juego. —Yo aún debo de lucir desconcertada, porque Gale dice su próxima línea muy lentamente—. Katniss… él aún intenta mantenerte con vida.

¿Mantenerme con vida? Y entonces lo comprendo. Los Juegos aún continúan. Hemos dejado la arena, pero como Peeta y yo no fuimos asesinados, su último deseo de salvar mi vida todavía se mantiene. Su idea es darme un bajo perfil, manteniéndome segura y encarcelada, mientras los Juegos de Guerra se desarrollan fuera. Entonces, ninguna de las partes tendrá realmente una causa justa para matarme.

¿Y Peeta? Si los rebeldes ganan, será desastroso para él. Si el Capitolio gana, ¿quién sabe? Quizá nos permitan vivir —si juego mi papel bien— para continuar mirando los Juegos desarrollarse...

Muchas imágenes destellan en mi mente: la lanza penetrando el cuerpo de Rue en la arena, Gale colgando inconsciente del poste de azotes, los restos regados de cadáveres en lo que solía ser mi hogar. ¿Y para qué? ¿Para qué? Mientras mi sangre comienza a hervir, recuerdo otras cosas. Mi primer vislumbre de un levantamiento en el Distrito 8. Los vencedores tomándose de las manos la noche antes del Quarter Quell. Y cómo no fue un accidente el que yo disparara esa flecha al campo de fuerza en la arena. Cuánto deseaba que se clavara en lo más profundo del corazón de mi enemigo.

Me pongo de pie, haciendo caer una caja de cien lápices, enviándolas por todas partes en el piso.

—¿Qué sucede? —Pregunta Gale.

—No puede haber un alto al fuego. —Me inclino hacia abajo, empujando los palos de grafito gris nuevamente en la caja—. No podemos volver a como era antes.

—Lo sé. —Gale toma un puñado de lápices y los golpea suavemente contra el piso, alineándolos perfectamente.

—Cualquiera fuera la razón que tuvo Peeta para decir esas cosas, está equivocado. —Los estúpidos palos no quieren entrar en la caja, y yo rompo varios en mi frustración.

—Lo sé. Dame eso. Los vas a hacer pedazos. —Tira la caja de mis manos y la llena con movimientos rápidos y concisos.

—Él no sabe lo que le hicieron al Distrito 12. Si pudiera haber visto lo que estaba en el suelo... —comienzo a decir.

—Katniss, no discuto contigo. Si yo pudiera apretar un botón y matar a cada alma que trabaja para el Capitolio, lo haría. Sin vacilación. —Desliza el último lápiz en la caja y cierra la tapa—. La pregunta es, ¿qué harás tú?

Resulta que la pregunta que me ha estado devorando, sólo tiene una respuesta posible. Pero necesité de la táctica de Peeta para finalmente reconocerlo.

¿Qué voy a hacer?

Respiro hondo. Mis brazos suben ligeramente, como si estuvieran recordando las alas en blanco y negro que Cinna me dio, entonces caen nuevamente a mis lados.

—Seré el Sinsajo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que fuerte para Katnis ver otra vez a Peeta. espero no le hallan hecho daño!!!
Que pasara ahora que sera El sinsajo??

Belu

Anónimo dijo...

libro hijo de puta solo te leo por el colegio nomas.

Anónimo dijo...

Muy fuerte de verdad yo amo THG y estoy esperando a q salga el trailer de sinsajo y por eso estoy leyendo esto