13
Mi cuerpo reacciona antes de que lo haga mi mente y estoy saliendo por la puerta corriendo, a través de los jardines de la Al dea de los Vencedores, hacia la oscuridad de más allá. La humedad del suelo mojado empapa mis calcetines y soy consciente de que el viento es cortante, pero no me detengo. ¿Adónde? ¿Adónde ir? Al bosque, por supuesto. Estoy en la valla antes de que el zumbido me haga recordar hasta qué punto estoy atrapada. Retrocedo, jadeando, me doy la vuelta sobre los talones y echo a correr de nuevo.
Lo siguiente que sé es que estoy sobre manos y rodillas en el sótano de una de las casas vacías en la Al dea de los Vencedores. Débiles rayos de luna llegan a través de la ventana que hay sobre mi cabeza. Tengo frío y estoy mojada y sin aliento, pero mi intento de escape no ha hecho nada para apagar la histeria que se levanta dentro de mí. Me ahogará a no ser que sea liberada. Hago una bola de la parte delantera de mi camisa, me la meto en la boca, y empiezo a gritar. Cuánto continúa esto, no lo sé. Pero cuando paro, casi no tengo voz.
Me acurruco sobre un lado y me quedo mirando a los rayos de luna proyectados sobre el suelo de cemento. De vuelta a la arena. De vuelta al lugar de las pesadillas. Allí es adonde voy.
Tengo que admitir que no lo vi venir. Vi una multitud de otras cosas. Ser públicamente humillada, torturada y ejecutada. Huir por la espesura, perseguida por agentes de la paz y aerodeslizadores. Matrimonio con Peeta con nuestros hijos obligados a ir a la arena. Pero nunca que yo misma tuviera que ser participante en los Juegos otra vez. ¿Por qué? Porque no hay precedente de eso. Los Vencedores están fuera de la cosecha de por vida. Ese es el trato si ganas. Hasta ahora.
Hay algún tipo de cubierta en el suelo, del tipo que ponen al pintar. Me la pongo por encima como una manta. En la distancia, alguien está llamando mi nombre. Pero por el momento me excuso de pensar incluso en esos a los que más quiero. Sólo pienso en mí. Y en lo que me espera.
La cubierta es rígida pero mantiene el calor. Mis músculos se relajan, mi frecuencia cardíaca se enlentece. Veo la caja de madera en las manos del niño pequeño, al Presidente Snow sacando el sobre amarillento. ¿Es posible que este sea de verdad el Quarter Quell escrito hace setenta y cinco años? Parece improbable. Es una respuesta demasiado perfecta para los problemas a los que se enfrenta hoy el Capitolio. Librarse de mí y someter a los distritos, todo en un limpio paquetito.
Oigo la voz del Presidente Snow en mi cabeza. "En el septuagésimo quinto aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que incluso los más fuertes de entre ellos no pueden superar el poder del Capitolio, los tributos masculino y femenino serán cosechados de entre su existente colección de vencedores."
Sí, los vencedores son los más fuertes de entre los nuestros. Son los que sobrevivieron a la arena y se escaparon de la soga de la pobreza que nos estrangula a los demás. Ellos, o debería decir nosotros, son la perfecta encarnación de la esperanza donde no hay esperanza. Y ahora veintitrés de nosotros moriremos para demostrar que incluso la esperanza era una ilusión.
Me alegro de haber ganado solamente el año pasado. De otra forma, conocería a todos los demás vencedores, no sólo por verlos en la televisión sino porque son invitados en todos los Juegos. Incluso si no son mentores como Haymitch siempre tiene que ser, la mayoría regresan cada año al Capitolio para el evento. Creo que muchos son amigos. Mientras que el único amigo del que yo tendré que preocuparme por matar será o Peeta o Haymitch. ¡Peeta o Haymitch!
Me siento erguida, lanzando a un lado la cubierta. ¿Qué es lo que se me acaba de pasar por la mente? No hay situación alguna en la cual mataría nunca a Peeta ni a Haymitch. Pero uno de ellos estará en la arena conmigo, y eso es un hecho. Tal vez hayan decido entre ellos quién será. Quien quiera que sea elegido primero, el otro tendrá la opción de presentarse voluntario para tomar su lugar. Ya sé lo que pasará. Peeta le pedirá a Hayimtch que lo deje ir a la arena conmigo sin importar nada. Por mi bien. Para protegerme.
Tropiezo por el sótano, buscando una salida. ¿Cómo entré siquiera en este lugar? Subo a las apalpadas los escalones hasta la cocina y veo que la ventana de cristal en la puerta ha sido hecha añicos. Debe de ser eso el porqué de que mi mano esté sangrando. Me apresuro a volver a la noche y voy directa a la casa de Haymitch. Está sentado solo en la mesa de la cocina, una botella medio vacía de licor blanco en un puño, su cuchillo en el otro. Borracho como una cuba.
Ah, aquí está. Toda hecha polvo. Por fin hiciste las cuentas, ¿verdad, preciosa? ¿Dedujiste que no vas a ir allí sola? Y ahora estás aquí para pedirme… ¿qué? Dice.
No respondo. La ventana está abierta de par en par y el viento corta como si estuviera en el exterior.
Lo admito, fue más fácil para el chico. Estaba aquí antes de que pudiera romperle el sello a la botella. Suplicándome por otra oportunidad para entrar. Pero ¿qué puedes decir tú?
Imita mi voz. ¿Toma su lugar, Haymitch, porque en las mismas circunstancias, prefiero que Peeta tenga una oportunidad con el resto de su vida antes que tú?
Me muerdo el labio porque una vez lo ha dicho, tengo miedo de que eso sea lo que quiero.
Que viva Peeta, incluso si eso supone la muerte de Haymitch. No, no lo quiero. Es espantoso, por supuesto, pero ahora Haymitch es mi familia. ¿Para qué he venido? Pienso. ¿Qué podría querer yo aquí?
Vine a por un trago. Digo.
Haymitch rompe a reír y golpea la botella contra la mesa delante de mí. Paso mi manga sobre la parte de arriba y tomo un par de tragos antes de salir ahogándome. Me lleva unos pocos minutos componerme, e incluso entonces mis ojos y nariz aún están humeantes. Pero dentro de mí, el licor se siente como fuego, y me gusta.
Tal vez deberías ser tú. Digo con total convencimiento mientras saco una silla. En cualquier caso, odias la vida.
Muy cierto. Dice Haymicth. Y dado que la última vez intenté mantenerte a ti con vida… parece que esta vez estaré obligado a salvar al chico.
Ese es otro buen punto. Digo, restregándome la nariz e inclinando de nuevo la botella.
El argumento de Peeta es que ya que te elegí a ti, ahora estoy en deuda con él. Lo que él quiera. Y lo que quiere es la oportunidad de entrar de nuevo para protegerte. Dice Haymitch.
Lo sabía. En ese sentido, Peeta no es difícil de predecir. Mientras yo me estaba revolcando por el suelo de ese sótano, pensando sólo en mí misma, él estaba aquí pensando sólo en mí.
Vergüenza no es una palabra lo bastante fuerte para lo que siento.
Podrías vivir cien vidas y no ser merecedora de él, ya lo sabes. Dice Haymitch.
Sí, sí. Digo bruscamente. Sin cuestión, él es el superior en este trío. Así que, ¿qué vas a hacer tú?
No lo sé. Haymitch suspira. Volver allí contigo, quizás, si puedo. Sin mi nombre sale en la cosecha, no importará. Simplemente se presentará voluntario para ocupar mi lugar.
Nos sentamos en silencio un rato.
Sería malo para ti, en la arena, ¿no? ¿Conociendo a todos los demás? Pregunto.
Oh, creo que podemos contar con que será insoportable sin importar dónde esté.
Asiente a la botella. ¿Puedo tenerla ahora de vuelta?
No. Digo, rodeándola con los brazos. Haymitch saca otra botella de debajo de la mesa y gira la tapa. Pero me doy cuenta de que no estoy aquí por un trago. Hay algo más que quiero de Haymitch. Vale, he averiguado lo que estoy pidiendo. Digo. Si somos Peeta y yo en los Juegos, esta vez intentaremos mantenerlo a él con vida.
Algo centellea en sus ojos inyectados en sangre. Dolor.
Como dijiste, va a ser malo sin importar cómo lo presentes. Y da igual lo que quiera Peeta, es su turno de ser salvado. Los dos se lo debemos. Mi voz adquiere un tono de súplica. Además, el Capitolio me odia demasiado. Puedo darme por muerta. Tal vez él aún tenga una oportunidad. Por favor, Haymitch. Di que me ayudarás.
Le frunce el ceño a su botella, sopesando mis palabras.
Vale. Dice finalmente.
Gracias. Digo. Ahora debería ir a ver a Peeta, pero no quiero. Mi cabeza está dando vueltas por la bebida, y estoy tan hecha polvo, que quién sabe de qué podría convencerme.
No, ahora tengo que ir a casa a enfrentarme a mi madre y a Prim.
Mientras tropiezo por los escalones a mi casa, la puerta se abre y Gale me toma en brazos.
Me equivoqué. Debimos habernos marchado cuando dijiste. Susurra.
No. Digo. Estoy teniendo problemas para concentrarme, y el licor no deja de salir de la botella cayendo por la espalda de la chaqueta de Gale, pero a él no parece importarle.
No es demasiado tarde. Dice.
Por encima de su hombro, veo a mi madre y a Prim aferradas la una a la otra en el umbral.
Huimos. Mueren. Y ahora tengo que proteger a Peeta. Fin de la discusión.
Sí, lo es. Mis rodillas ceden y él me sostiene. Mientras el alcohol se hace con mi mente, oigo la botella de cristal hacerse añicos en el suelo. Esto parece apropiado ya que obviamente he perdido el control de todo.
Cuando me despierto, apenas llego al lavabo antes de que el licor haga su reaparición. Arde tanto subiendo como ardió bajando, y sabe el doble de mal. Estoy temblorosa y sudorosa cuando termino de vomitar, pero por lo menos la mayor parte de la cosa está fuera de mi organismo. Lo bastante llegó a mi torrente sanguíneo, sin embargo, resultando en un dolor de cabeza palpitante, boca reseca, y estómago ardiente.
Abro la ducha y me quedo debajo de la tibia lluvia un minuto antes de darme cuenta de que aún estoy en ropa interior. Mi madre debió de limitarse a sacarme la ropa externa sucia y a meterme en cama. Tiro la ropa interior húmeda al lavabo y vierto champú en mi cabeza. Me duelen las manos, y es entonces cuando veo las grapas, pequeñas y regulares, a través de una palma y por el lateral de la otra mano. Vagamente recuerdo romper esa ventana de cristal anoche. Me froto de pies a cabeza, sólo parándome para vomitar de nuevo en la propia ducha.
Es sobre todo bilis y baja por el desagüe con las burbujas de olor dulce.
Por fin limpia, me pongo el albornoz y vuelvo a la cama, ignorando mi pelo chorreante. Me meto entre las mantas, segura de que así es cómo se siente ser envenenada. Las pisadas en las escaleras renuevan mi pánico de anoche. No estoy lista para ver a mi madre y a Prim. Tengo que recomponerme para estar calmada y segura, igual que estaba cuando nos dijimos adiós el día de la última cosecha. Tengo que ser fuerte. Lucho por conseguir una postura erguida, aparto mi pelo húmedo de mis sienes palpitantes, y me preparo para este encuentro.
Aparecen en la puerta, sosteniendo té y tostadas, sus rostros llenos de preocupación. Abro la boca, planeando empezar con algún tipo de chiste, y rompo a llorar.
Ya se ve lo de ser fuerte.
Mi madre se sienta a un lado en la cama y Prim se acurruca justo junto a mí y me abrazan, haciendo en voz baja sonidos tranquilizantes, hasta que ya casi acabé de llorar. Después Prim coge una toalla y me seca el pelo, pasando el peine por los nudos, mientras mi madre me coacciona a tomar té y tostadas. Me visten en un pijama cálido y me ponen más mantas y me vuelvo a dormir.
Sé por la luz que ya estamos al final de la tarde cuando me despierto de nuevo. Hay un vaso de agua en mi mesilla de noche y lo bebo a grandes tragos, sedienta. Mi estómago y mi cabeza aún parecen rocas, pero mucho mejor que antes. Me levanto, me visto, y me hago una trenza en el pelo. Antes de bajar, me detengo en la parte alta de las escaleras, sintiéndome algo avergonzada por cómo he encajado las noticias del Quarter Quell. Mi huida errática, beber con Haymitch, llorar. Dadas las circunstancias, supongo que me merezco un día de indulgencia.
Aunque me alegro de que las cámaras no hayan estado aquí para verlo.
Abajo, mi madre y Prim me abrazan de nuevo, pero no son muy emotivas. Sé que se están guardando cosas para hacérmelo más fácil. Mirando al rostro de Prim, es difícil imaginar que sea la misma niñita frágil a la que dejé atrás en el día de la cosecha hace nueve meses. La combinación de esa terrible prueba y todo lo que ha venido despuésla crueldad en el distrito, la procesión de enfermos y heridos a la que ahora a menudo trata por sí sola si las manos de mi madre están demasiado llenasesas cosas la han envejecido años. También ha crecido un buen pedazo; ahora somos casi de la misma estatura, pero eso no es lo que la hace parecer tan mayor.
Mi madre me sirve una taza de caldo, y pido una segunda taza para llevarle a Haymitch.
Después camino por el jardín hasta su casa. Acaba de despertarse y acepta la taza sin comentarios. Nos sentamos allí casi pacíficamente, sorbiendo nuestro caldo y mirando el atardecer a través de la ventana de su salón. Oigo a alguien dando vueltas arriba y asumo que es Hazelle, pero unos minutos después baja Peeta y lanza sobre la mesa con energía una caja de cartón de botellas de licor vacías.
Ahí, ya está hecho. Dice.
Haymicth está necesitando todos sus recursos para enfocar los ojos en las botellas, así que hablo yo: ¿Qué está hecho?
He vertido todo el licor por el desagüe. Dice Peeta.
Esto parece despertar a Haymitch de su estupor, y palpa la caja con incredulidad. ¿Tú qué?
Tiré el lote. Dice Peeta.
Simplemente comprará más. Digo yo.
No, no lo hará. Dice Peeta. Fui a buscar a Ripper esta mañana y le dije que la entregaría en cuanto vendiera a cualquiera de vosotros. También le pagué, sólo para asegurarme, pero no creo que tenga ganas de volver a la custodia de los agentes de la paz.
Haymitch lanza un tajo con su cuchillo pero Peeta lo esquiva con tanta facilidad que es patético. En mi interior se despierta la furia. ¿Por qué es asunto tuyo lo que él haga?
Es completamente asunto mío. Sin importar en qué resulte, dos de nosotros vamos a estar en la arena con el otro como mentor. No podemos permitirnos a ningún borracho en este equipo. Especialmente no a ti, Katniss. Me dice Peeta. ¿Qué? Farfullo, indignada. Sería más convincente su no tuviera aún tanta resaca.
Anoche fue la primera vez que he estado nunca borracha.
Sí, y mira en qué estado estás. Dice Peeta.
No sé qué me esperaba de mi primer encuentro con Peeta después del anuncio. Unos cuantos abrazos y besos. Tal vez algo de confort. No esto. Me vuelvo a Haymitch.
No te preocupes, te conseguiré más licor.
Entonces os entregaré a los dos. Dejemos que se os pase la borrachera en la mazmorra. ¿Cuál es el sentido de esto? Pregunta Haymitch.
El sentido es que dos de nosotros volveremos a casa desde el Capitolio. Un mentor y un vencedor. Dice Peeta. Effie me está mandando grabaciones de todos los vencedores vivos. Vamos a ver sus Juegos y aprender todo lo que podamos sobre cómo luchan.
Ganaremos peso y nos haremos más fuertes. Vamos a empezar a actuar como tributos profesionales. ¡Y uno de nosotros va a volver a ser un vencedor tanto si os gusta como si no!
Sale del cuarto como una exhalación, dando un portazo.
Haymitch y yo hacemos un gesto de dolor ante el golpe.
No me gusta la gente con superioridad moral. Digo. ¿Qué hay de bueno en ellos? Dice Haymitch, quien empieza a sorber los restos de una de las botellas vacías.
Tú y yo. Somos nosotros quien él planea que vuelvan a casa.
Bueno, entonces le salió el tiro por la culata.
Pero después de unos días, accedemos a actuar como Profesionales, porque es la mejor forma de conseguir que Peeta también esté listo. Cada noche vemos los viejos resúmenes de los Juegos que ganaron el resto de vencedores. Me doy cuenta de que nunca vimos a ninguno durante el Tour de la Vic toria, lo que parece raro en retrospectiva. Cuando lo menciono, Haymitch dice que lo último que el Presidente Snow habría querido era mostrarnos a Peeta y a míespecialmente a míhaciendo migas con otros vencedores en distritos potencialmente rebeldes. Los vencedores tienen un estatus especial, y si parecieran apoyar mi desafío al Capitolio, habría sido políticamente peligroso. Ajustándome a la edad, me doy cuenta de que algunos de nuestros oponentes ya serán mayores, lo que es a la vez triste y tranquilizador.
Peeta toma copiosas notas. Haymitch ofrece información sobre la personalidad de los vencedores, y lentamente empezamos a conocer a nuestra competencia.
Cada mañana hacemos cosas para fortalecer nuestros cuerpos. Corremos y levantamos cosas y estiramos los músculos. Cada tarde trabajamos en habilidades de combate, lanzando cuchillos, luchando cuerpo a cuerpo; incluso les enseño a escalar árboles. Oficialmente, los tributos no deben entrenar, pero nadie intenta detenernos. Incluso en años normales, los tributos de los Distritos 1, 2 y 4 aparecen capaces de blandir lanzas y espadas. Esto no es nada en comparación.
Después de todos los años de abuso, el cuerpo de Haymitch se resiste a la mejora. Aún es destacablemente fuerte, pero la carrera más corta lo deja sin aliento. Y pensarías que un tipo que duerme todas las noches con un cuchillo sería de hecho capaz de golpear la pared de la casa con uno, pero sus manos dan tales sacudidas que le lleva semanas conseguir incluso eso.
Sin embargo, Peeta y yo mejoramos mucho bajo el nuevo régimen. Me da algo que hacer.
Nos da a todos algo que hacer además de aceptar la derrota. Mi madre nos pone en una dieta especial para ganar peso. Prim trata nuestros músculos doloridos. Madge nos trae a escondidas los periódicos del Capitolio de su padre. Las predicciones sobre quién será el vencedor de los vencedores nos muestran entre los favoritos. Incluso Gale aparece en escena los domingos, aunque no les tiene aprecio ninguno a Peeta ni a Haymitch, y nos enseña todo lo que sabe sobre trampas. Es raro para mí, estar en conversaciones con Peeta y Gale a la vez, pero parece que ellos han dejado a un lado los problemas que sea que tengan con respecto a mí.
Una noche, mientras acompaño a Gale de vuelta a la ciudad, incluso admite:
Sería mejor si fuera más fácil odiarlo.
Dímelo a mí. Digo. Si hubiera podido simplemente odiarlo en la arena, no estaríamos ahora en este lío. Él estaría muerto, y yo sería una vencedora feliz y contenta yo solita. ¿Y dónde estaríamos nosotros, Katniss? Pregunta Gale.
Me detengo, sin saber qué decir. ¿Dónde estaría yo con mi fingido primo que no sería mi primo de no ser por Peeta? ¿Aún me habría besado y yo le habría devuelto el beso de haber sido libre para hacerlo? ¿Me habría abierto a él, arrullada por la seguridad del dinero y la comida y la seguridad que el ser una vencedora podía traer en diferentes circunstancias? Pero aún así siempre estaría la cosecha cerniéndose sobre nosotros, sobre nuestros hijos. Sin importar lo que yo quisiera…
Cazando. Como cada domingo. Digo. Sé que él no se refería a la respuesta literal, pero esto es todo cuanto puedo ofrecer honestamente. Gale sabe que lo elegí por encima de Peeta cuando no huí. Para mí, no tiene sentido hablar sobre cosas que podrían haber sido. Incluso de haber matado a Peeta en la arena, aún no habría querido casarme con nadie. Sólo me prometí para salvar la vida de gente, y ese tiro me salió completamente por la culata.
En cualquier caso, tengo miedo de que cualquier tipo de escena emocional con Gale tal vez le haga hacer algo drástico. Como empezar un levantamiento en las minas. Y tal y como dice Haymitch, el Distrito 12 no está preparado para eso. Si eso, están menos preparados que antes del anuncio del Quarter Quell, porque a la mañana siguiente otro centenar de agentes de la paz llegaron por tren.
Ya que no tengo pensado volver con vida la segunda vez, cuanto antes renuncie Gale a mí, mejor. Sí que tengo pensado decirle una o dos cosas antes de la cosecha, cuando se nos permita una hora para nuestras despedidas. Para decirle a Gale qué esencial ha sido para mí todos estos años. Hasta qué punto ha sido mejor mi vida por conocerlo. Por amarlo, incluso si sólo es de la forma limitada en que puedo hacerlo.
Pero nunca tengo la oportunidad.
El día de la cosecha es cálido y bochornoso. La población del Distrito 12 espera, sudando y en silencio, en la plaza, con pistolas automáticas apuntándoles. Yo estoy en pie, sola, en una pequeña área acordonada con Peeta y Haymitch en un redil similar a mi derecha. La cosecha sólo lleva un minuto. A Effie, resplandeciendo en una peluca de oro metálico, le falta su brío habitual. Tiene que rebuscar por toda la bola de cosecha de las chicas durante bastante rato para poder agarrar el único pedazo de papel que todo el mundo sabe ya que tiene mi nombre escrito. Después coge el nombre de Hayimitch. Este apenas tiene tiempo de lanzarme una mirada infeliz antes de que Peeta se haya presentado voluntario para ocupar su puesto.
Nos llevan de inmediato al Edificio de Justicia para encontrar al agente de la paz en jefe Thread esperándonos.
Nuevo procedimiento. Dice con una sonrisa. Nos conducen por una puerta trasera a un coche, y nos llevan a la estación de tren. No hay cámaras en la plataforma, no hay multitud para mandarnos en camino. Haymitch y Effie aparecen, escoltados por guardias. Agentes de la paz nos meten prisa para entrar en el tren y cierran la puerta. Las ruedas empiezan a girar.
Y yo me quedo mirando por la ventana, viendo desaparecer el Distrito 12, con todos mis adioses aún colgando de los labios.
2 comentarios:
No se pero a mi me encanta Gale <3
a mi tb me encanta !!!!
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