15
Habiendo pasado por la preparación con Flavius, Venia y Octavia numerosas veces, debería ser simplemente una vieja rutina por la que pasar. Pero no he anticipado el ciclón emocional que me espera. En algún punto durante la preparación, cada uno de ellos rompe en lágrimas por lo menos dos veces, y Octavia se puede decir que mantiene un llanto continuado toda la mañana. Resulta que han terminado por sentirse muy unidos a mí, y la idea de mi regreso a la arena los ha deshecho. Combina eso con el hecho de que perdiéndome a mí perderán su ticket a todo tipo de grandes eventos sociales, particularmente mi boda, y todo el asunto se hace insoportable. La idea de ser fuerte por otra persona nunca les ha entrado en la cabeza, y me encuentro en posición de tener que consolarlos. Dado que yo soy la persona que va a ser masacrada, esto es algo molesto.
Es interesante, sin embargo, cuando pienso en lo que dijo Peeta sobre que el encargado del tren estaba triste por el hecho de que los vencedores tuvieran que volver a luchar. Sobre que a la gente del Capitolio no le gustaba. Aún creo que todo eso quedará olvidado una vez suene el gong, pero es algo así como una revelación que aquellos en el Capitolio sientan algo en absoluto hacia nosotros. Verdaderamente no tienen problema en ver a niños asesinados cada año. Pero tal vez saben demasiado sobre los vencedores, especialmente sobre los que han sido celebridades durante años, como para olvidar que somos seres humanos. Es más como ver a tus propios amigos morir. Más como los Juegos para aquellos de nosotros en los distritos.
Para cuando aparece Cinna, estoy irritable y exhausta por haber reconfortado al equipo de preparación, especialmente porque sus lágrimas constantes me están recordando aquellas que sin duda alguna se están vertiendo en casa. Quedándome allí en mi fino albornoz con mi piel y mi corazón doloridos, sé que no puedo soportar ni una mirada más de lástima. Así que en cuanto entra por la puerta espeto:
Te juro que si lloras, te mataré aquí y ahora.
Cinna sólo sonríe. ¿Has tenido una mañana húmeda?
Podrías escurrirme. Respondo.
Cinna me rodea el hombro con los brazos y me lleva a la comida.
No te preocupes. Siempre canalizo mis emociones hacia mi trabajo. Así no le hago daño a nadie más que a mí mismo.
No puedo pasar por eso otra vez. Lo advierto.
Lo sé. Hablaré con ellos.
La comida me hace sentir un poco mejor. Faisán con una selección de gelatinas del color de joyas, y versiones diminutas de verduras reales nadando en mantequilla, y puré de patata con perejil. Como postre sumergimos trozos de fruta en una pota de chocolate fundido, y Cinna tiene que ordenar una segunda pota porque empiezo a comer la cosa con una cuchara.
Así que, ¿qué llevaremos para las ceremonias de apertura? Pregunto finalmente cuando rebaño la segunda pota hasta que está limpia. ¿Linternas en la cabeza o fuego?
Sé que el paseo en carruaje requerirá que Peeta y yo vayamos vestidos en algo relacionado con el carbón.
Algo en esa línea.
Cuando es hora de entrar en el disfraz para las ceremonias de apertura, mi equipo de preparación aparece pero Cinna los manda fuera, diciendo que han hecho un trabajo tan espectacular por la mañana, que no queda nada que hacer. Se van a recuperarse, gracias a Dios dejándome en las manos de Cinna. Él me recoge el pelo primero, en el estilo trenzado que le enseñó mi madre, y después procede con mi maquillaje. El año pasado usó poco para que la audiencia me reconociera cuando aterrizara en la arena. Pero ahora mi cara está casi cubierta por los realces dramáticos y las sombras oscuras. Altas cejas arqueadas, pómulos afilados, ojos ardientes, labios de un profundo púrpura. Al principio el disfraz engaña, pareciendo simple, sólo un mono ajustado que me cubre desde el cuello hacia abajo. Me coloca en la cabeza una media corona como la que recibí como vencedora, pero esta está hecha de un pesado metal negro, no de oro. Después ajusta la luz en la habitación para imitar el crepúsculo y presiona un botón en la tela junto a mi muñeca. Miro abajo fascinada mientras mi conjunto llega a la vida lentamente, primero con una débil luz dorada pero gradualmente transformándose en el rojo anaranjado del carbón ardiente. Parezco como si hubiera sido cubierta en brasas brillantesno, que yo soy una brasa brillante sacada directamente del fuego. Los colores vienen y se van, cambian y se funden, exactamente de la misma forma que el carbón. ¿Cómo hiciste esto? Digo maravillada.
Portia y yo nos hemos pasado muchas horas viendo fuegos. Dice Cionna. Ahora mírate.
Me gira hacia un espejo para que pueda ver el efecto completo. No veo a una chica, ni siquiera a una mujer, sino a un ser que no es de este mundo que parece vivir en el volcán que destruyó a tantos en el Quell de Haymitch. La corona negra, que ahora parece roja incandescente, forma extrañas sombras en mi rostro dramáticamente maquillado. Katniss, la chica en llamas. Ha dejado atrás sus llamas titilantes y vestidos enjoyados y suaves trajes de la luz de una vela. Es tan mortal como el mismo fuego.
Creo… que esto es exactamente lo que necesitaba para enfrentarme a los otros.
Digo.
Sí, creo que tus días de pintalabios rosa y reverencias han quedado atrás. Dice Cinna.
Toca otra vez el botón en mi muñeca, extinguiendo mi luz. No gastemos tu paquete de energía. Cuando estés en el carro esta vez, no saludes, no sonrías. Sólo quiero que mires siempre al frente, como si toda la audiencia no mereciera tu atención.
Por fin algo en lo que seré buena.
Cinna tiene unas cuantas cosas más a las que atender, así que decido dirigirme al piso de abajo del Centro de Renovación, que aloja el inmenso lugar de reunión para los tributos y sus carruajes antes de las ceremonias de apertura. Tengo la esperanza de encontrar a Peeta y a Haymitch, pero aún no han llegado. Al contrario que el año pasado, cuando todos los tributos estaban físicamente pegados a sus carruajes, la escena es muy social. Los vencedores, tanto los tributos de este año como sus mentores, están esparcidos en pequeños grupos, hablando. Por supuesto, todos ellos se conocen y yo no conozco a nadie, y no soy exactamente del tipo de persona que va por ahí presentándose a los demás. Así que me limito a acariciarle el cuello a uno de mis caballos intentando pasar desapercibida.
No funciona.
El crujido llega a mi oído antes siquiera de saber que está a mi lado, y cuando vuelvo la cabeza, los famosos ojos verde mar de Finnick Odair están a centímetros de los míos. Se mete un azucarillo en la boca y se apoya contra mi caballo.
Hola, Katniss. Dice. Como si nos hubiéramos conocido durante años, cuando de hecho nunca nos hemos visto antes.
Hola, Finnick. Digo, igual de casualmente, aunque me siento incómoda por su cercanía, especialmente ya que tiene tanta piel expuesta. ¿Quieres un azucarillo? Dice, ofreciendo su mano, que está llena hasta arriba. Se supone que son buenos para los caballos, pero ¿a quién le importa? Ellos tienen años para comer azúcar, mientras que tú y yo… bueno, si vemos algo dulce, mejor que lo agarremos rápido.
Finnick Odair es como una leyenda viva en Panem. Ya que ganó los Sexagésimo Quintos Juegos del Hambre cuando tenía sólo catorce años, aún es de los vencedores más jóvenes.
Siendo del Distrito 4, era un Profesional, así que la suerte ya estaba de su parte, pero lo que ningún entrenador podía reclamar haberle dado era su extraordinaria belleza. Alto, atlético, con piel dorada y pelo broncíneo y esos ojos increíbles. Mientras otros tributos ese año fueron muy presionados para conseguir un puñado de grano o algunas cerillas como regalo, Finnick nunca tuvo falta de nada, ni comida ni medicina ni armas. Le llevó más o menos una semana a sus competidores darse cuenta de que él era el enemigo a batir, pero ya era demasiado tarde.
Ya era un buen luchador con las lanzas y espadas que había encontrado en la Cor nucopia.
Cuando recibió un paracaídas plateado con un tridentelo que debe de ser el regalo más caro que he visto nunca en la arenaya se había acabado todo. La industria del Distrito 4 es la pesca. Había estado en barcos toda su vida. El tridente era una extensión natural, letal, de su brazo. Tejió una red de algún tipo de vid que encontró, la usó para atrapar en ella a sus oponentes para poder ensartarlos con el tridente, y en cuestión de días la corona era suya.
Los ciudadanos del Capitolio han estado babeando por él desde entonces.
Por su juventud, no pudieron tocarlo de verdad durante el primer año o dos. Pero desde que cumplió los dieciséis, ha pasado su tiempo en los Juegos perseguido por aquellas desesperadamente enamoradas de él. Nadie retiene su favor durante mucho tiempo. Puede pasar por cuatro o cinco en su visita anual. Viejas o jóvenes, encantadoras o corrientes, ricas o muy ricas, les hace compañía y acepta sus extravagantes regalos, pero nunca se queda, y una vez se ha ido nunca vuelve.
No puedo discutir que Finnick no sea una de las personas más despampanantes y sensuales en el planeta. Pero puedo decir con sinceridad que nunca me ha resultado atractivo. Tal vez es demasiado guapo, o demasiado fácil de conseguir, o tal vez en realidad lo que pasa es que sería demasiado fácil de perder.
No, gracias. Le digo al azúcar. Aunque me encantaría coger prestado tu atuendo alguna vez.
Está cubierto en una red dorada que está estratégicamente anudada en su entrepierna para que no se pueda decir técnicamente que está desnudo, pero está tan cerca de eso como es posible. Estoy segura de que su estilista piensa que cuanto más Finnick vea la audiencia, mejor.
Me estás aterrorizando de verdad en ese traje. ¿Qué les pasó a los vestidos de niñita guapa? Pregunta. Se humedece los labios muy levemente con la lengua. Probablemente esto vuelva loca a la mayor parte de la gente. Pero por alguna razón todo en lo que puedo pensar es el viejo Cray, salivando sobre alguna joven pobre y hambrienta.
Me hice mayor. Digo.
Finnick toma el cuello de mi atuendo y lo desliza entre sus dedos.
Es malo todo esto del Quell. Podrías haberte distinguido como una bandida en el capitolio. Joyas, dinero, lo que quisieras.
No me gustan las joyas, y tengo más dinero del que necesito. Por cierto, ¿en qué te gastas tú el tuyo, Finnick?
Oh, no he hecho tratos por algo tan común como dinero en años. ¿Entonces cómo te pagan por el placer de tu compañía?
Con secretos. Dice suavemente. Inclina hacia delante la cabeza de modo que sus labios están casi en contacto con los míos. ¿Y qué hay de ti, chica en llamas? ¿Tienes algún secreto que merezca mi tiempo?
Por alguna razón estúpida, me sonrojo, pero me obligo a mantenerme en mi sitio.
No, soy un libro abierto. Respondo también en susurros. Todo el mundo parece saber mis secretos incluso antes que yo misma.
Sonríe.
Desafortunadamente, creo que eso es cierto. Sus ojos se desvían brevemente hacia un lado. Peeta está viniendo. Siento que tengas que cancelar tu boda. Sé lo devastador que eso debe de haber sido para ti. Se mete otro azucarillo en la boca y se va.
Peeta está a mi lado, vestido igual que yo. ¿Qué quería Finnick Odair? Pregunta.
Me giro y pongo mis labios cerca de los de Peeta y dejo caer los párpados en imitación de Finnick.
Me ofreció azúcar y quería conocer todos mis secretos. Digo en mi mejor voz seductora.
Peeta se ríe.
Ugh. No va en serio.
Sí va en serio. Te diré más cuando se me pase el horror. ¿Crees que habríamos terminado así si sólo uno de los dos hubiera ganado? Pregunta, mirando a su alrededor a los otros vencedores. ¿Sólo una parte más del show de los bichos raros?
Pues claro. Especialmente tú.
Oh. ¿Y por qué especialmente yo? Dice con una sonrisa.
Porque tienes una debilidad por las cosas hermosas y yo no. Digo con aire de superioridad. Te atraerían a sus formas del Capitolio y estarías totalmente perdido.
Tener ojo para la belleza no es lo mismo que una debilidad. Apunta Peeta. Excepto posiblemente en lo que se refiere a ti. La música está empezando y veo las anchas puertas abrirse para el primer carruaje, oigo el rugido e la multitud. ¿Vamos? Alza una mano para ayudarme a subirme al carruaje.
Me monto y lo subo detrás de mí.
No te muevas. Digo, y enderezo su corona. ¿Has visto tu traje encendido? Vamos a estar fabulosos de nuevo.
Absolutamente. Pero Portia dice que tenemos que estar muy por encima de todo. Sin saludar ni nada. Dice. Por cierto, ¿dónde están?
No lo sé. Miro la procesión de carruajes. Tal vez debamos ir encendiéndonos nosotros mismos. Lo hacemos, y cuando empezamos a brillar, puedo ver a gente señalándonos con el dedo y hablando, y sé que, una vez más, seremos de lo que se hablará en las ceremonias de apertura. Casi estamos en la puerta. Estiro el cuello, pero ni Portia ni Cinna, que estuvieron con nosotros hasta el último segundo el año pasado, están en ningún sitio a la vista. ¿Tenemos que darnos la mano este año? Pregunto.
Supongo que dejaron que lo decidiéramos nosotros. Dice Peeta.
Alzo la vista a esos ojos azules que ninguna cantidad de maquillaje dramático puede hacer verdaderamente mortales y recuerdo cómo, sólo hace un año, estaba preparada para matarlo.
Convencida de que él estaba intentando matarme. Ahora todo está invertido. Estoy determinada a mantenerlo con vida, sabiendo que el precio será mi propia vida, pero la parte de mí que no es tan valiente como me gustaría se alegra de que sea Peeta, y no Haymitch, quien está a mi lado. Nuestras manos se encuentran sin más discusión. Por supuesto que iremos a esto como uno solo.
La voz de la muchedumbre se alza en un grito universal cuando paseamos por la difusa luz de la tarde, pero ninguno de los dos reacciona. Yo simplemente fijo los ojos en un punto lejano en la distancia y finjo que no hay audiencia, que no hay histeria. No puedo evitar captar breves imágenes nuestras en las pantallas inmensas por el camino, y no somos sólo hermosos, somos oscuros y poderosos, No, más. Nosotros, los amantes imposibles del Distrito 12, que tanto sufrimos y tan poco disfrutamos de las recompensas de nuestra victoria, no buscamos el favor de los fans, no los obsequiamos con nuestras sonrisas, ni aceptamos sus besos. Somos implacables.
Y me encanta. Siendo yo misma por fin.
Cuando giramos a la curva del gran Círculo de la Ci udad, puedo ver que un par de otros estilistas han tratado de robar la idea de Cinna y Portia de iluminar a sus tributos. Los atuendos llenos de luces eléctricas del Distrito 3, donde se encargan de la electrónica, por lo menos tienen sentido. ¿Pero qué están haciendo los ganaderos del Distrito 10, que están vestidos de vacas, con cinturones flameantes? ¿Asarse a la parrilla? Patético.
Peeta y yo, por otra parte, somos tan fascinantes con nuestros disfraces cambiantes de carbón que la mayoría de los demás tributos nos están mirando. Le resultamos especialmente hipnotizadores a la pareja del Distrito 6, quienes son conocidos adictos al morphling. Ambos son delgadísimos, con decadente piel amarillenta. No pueden apartar sus ojos inmensos, incluso cuando el Presidente Snow empieza a hablar desde su balcón, dándonos la bienvenida al Quell. Suena el himno, y cuando damos nuestra última vuelta al círculo, ¿me equivoco? ¿O también veo los ojos del Presidente Snow fijados en mí?
Peeta y yo esperamos hasta que las puertas del Centro de Entrenamiento se han cerrado detrás de nosotros para relajarnos. Cinna y Portia están allí, complacidos por nuestra actuación, y Haymitch también ha hecho su aparición este año, sólo que no está en nuestro carruaje, está con los tributos del Distrito 11. Lo veo asentir en nuestra dirección y después ellos lo siguen para saludarnos.
Conozco a Chaff de vista porque me he pasado años viéndole pasarse la botella con Haymitch en la televisión. Tiene la piel oscura, un metro ochenta de altura más o menos, y uno de sus brazos termina en un muñón porque perdió la mano en los Juegos que ganó hace treinta años. Estoy segura de que le ofrecieron algún reemplazo artificial, como hicieron con Peeta cuando tuvieron que amputarle la parte baja de la pierna, pero supongo que no lo quiso.
La mujer, Seeder (NdT: Seeder es otro de los nombres relacionado con los distritos, porque seed significa semilla) , parece casi como si fuera de la Ve ta, con su piel aceitunada y pelo liso negro salpicado de plata. Sólo sus ojos marrón dorado la marcan como de otro distrito. Debe de tener unos sesenta, pero aún parece fuerte, y no hay señal de que se haya echado al licor o al morphling o a ninguna otra forma química de escape con los años. Antes de que ninguno de nosotros diga nada, me abraza. Sé de algún modo que debe de ser por Rue y Thresh. Antes de poder detenerme, susurro: ¿Las familias?
Están vivos. Responde suavemente antes de soltarme.
Chaff lanza su brazo bueno a mi alrededor y me planta un gran beso en plena boca. Me aparto de golpe, sorprendida, mientras él y Haymitch se ríen a carcajadas.
Ese es más o menos todo el tiempo que tenemos antes de que encargados del Capiolio nos dirijan firmemente hacia los ascensores. Percibo el claro sentimiento de que no están cómodos con la camaradería entre los vencedores, a quienes no podría importarles menos. Mientras camino hacia los ascensores, mi mano aún unida a la de Peeta, alguien más pasa rozando a mi lado. La chica se saca un tocado de ramas con hojas y lo lanza detrás de sí sin preocuparse de mirar dónde cae.
Johanna Mason. Del Distrito 7. Madera y papel, de ahí el árbol. Ganó gracias a presentarse a sí misma muy convincentemente como débil e indefensa para ser ignorada. Después demostró una retorcida habilidad para el asesinato. Se desordena el pelo puntiagudo y pone en blanco sus grandes ojos marrones. ¿No es horrible mi disfraz? Mi estilista es la idiota más grande de todo el Capitolio.
Nuestros tributos han sido árboles durante cuarenta años bajo ella. Me gustaría haber pillado a Cinna. Te ves fantástica.
Charla de chicas. Esa cosa en la que siempre he sido tan mala. Opiniones sobre ropa, pelo, maquillaje. Así que miento.
Sí, me ha estado ayudando a diseñar mi propia línea de ropa. Deberías ver lo que puede hacer con el terciopelo. Terciopelo. La única tela que se me ocurrió en ese momento.
Lo he visto. En tu tour. ¿Ese número sin tirantes que llevaste en el Distrito Dos? ¿El azul oscuro con los diamantes? Tan precioso que quería llegar más allá de la pantalla y arrancártelo de la espalda. Dice Johanna.
Me apuesto que sí, pienso. Con unos centímetros de mi carne.
Mientras esperamos por los ascensores, Johanna se desabrocha la cremallera del resto de su árbol, dejándolo caer al suelo, y después lo aparta de una patada con asco. Excepto por sus zapatillas verde bosque, no tiene encima ni un retal de ropa.
Así mejor.
Acabamos en el mismo ascensor que ella, y se pasa todo el camino al séptimo piso charlando con Peeta sobre sus cuadros mientras la luz del disfraz aún brillante de él se refleja en sus pechos desnudos. Cuando ella se marcha, lo ignoro, pero simplemente sé que está sonriendo de oreja a oreja. Lanzo su mano a un lado cuando las puertas se cierran detrás de Chaff y Seeder, dejándonos solos, y se echa a reír. ¿Qué? Digo, volviéndome hacia él cuando entramos en nuestro piso.
Eres tú, Katniss. ¿No lo ves? Dice él. ¿Lo qué soy yo?
La razón por la que todos están actuando así. Finnick con sus azucarillos y Chaff besándote y toda esa cosa con Johanna desnudándose. Intenta adquirir un tono más serio, sin éxito. Están jugando contigo porque eres tan… ya sabes.
No, no lo sé. Digo. Y de verdad que no tengo ni idea de qué está hablando.
Es como cuando no me querías mirar desnudo en la arena incluso aunque estaba medio muerto. Eres tan… pura. Dice finalmente. ¡No lo soy! Digo. ¡Prácticamente te he estado arrancando la ropa cada vez que ha habido una cámara todo el año!
Sí, pero… quiero decir, para el Capitolio, eres pura. Dice, claramente tratando de aplacarme. Para mí eres perfecta. Sólo se están metiendo contigo. ¡No, se están riendo de mí, y tú también!
No. Peeta sacude la cabeza, pero aún está escondiendo una sonrisa. Estoy pensándome muy seriamente la cuestión de quién debería salir de los Juegos con vida cuando se abre el otro ascensor.
Haymitch y Effie se reúnen con nosotros, pareciendo complacidos por algo. Después la expresión de Haymitch se vuelve dura. ¿Qué es lo que he hecho ahora? Casi digo, pero veo que está mirando detrás de mí a la entrada del comedor.
Effie parpadea en la misma dirección, después dice alegremente.
Parece que os consiguieron un set a juego este año.
Me doy la vuelta y veo a la chica Avox pelirroja que me atendió aquí el año pasado hasta que empezaron los Juegos. Pienso qué agradable es tener una amiga aquí. Me doy cuenta de que el joven a su lado, otro Avox, también tiene el pelo rojo. Debe de ser eso a lo que se refería Effie con lo del set a juego.
Después me recorre un escalofrío. Porque también lo conozco. No del Capitolio sino de años de cómodas conversaciones en el Quemador, bromeando sobre la sopa de Sae la Gra sienta, y después ese último día viéndolo yacer inconsciente en la plaza cuando a Gale le salía la vida entre la sangre.
Nuestro nuevo Avox es Darius.
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