‎- Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Los juegos van a comenzar. Los tributos deben salir a la Arena y luchar por sobrevivir. Ganar significa Fama y riqueza, perder significa la muerte segura...

¡Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Fragmento de Sinsajo


Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuesta tu cabeza y cierra tus adormilados ojos
Y cuando los abras de nuevo, el sol estará en el cielo.
Aquí es seguro, aquí es cálido
Aquí las margaritas te protegen de cualquier daño
Aquí tus sueños son dulces y mañana se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

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jueves, 18 de agosto de 2011

En Llamas/Capitulo 18


18



    Aún es­toy al­go hu­me­an­te, así que Ca­esar le­van­ta con pre­ca­uci­ón una ma­no ha­cia mi to­ca­do. El blan­co se ha qu­ema­do, de­j­an­do un ve­lo neg­ro aj­us­ta­do y su­ave que cub­re el es­co­te del ves­ti­do en la es­pal­da.
    Plumas. Di­ce Ca­esar. Eres un pá­j­aro.
    Un sin­sa­jo, creo. Di­go, agi­tan­do un po­co mis alas. Es el pá­j­aro de la in­sig­nia que lle­vé co­mo re­cu­er­do.
    Una som­b­ra de com­p­ren­si­ón cru­za las fac­ci­ones de Ca­esar, y en­ti­en­do que sa­be que el sin­sa­jo no es só­lo mi re­cu­er­do. Que ha lle­ga­do a sim­bo­li­zar muc­hí­si­mo más. Que lo que se ve­rá co­mo un vis­to­so cam­bio de ves­ti­do en el Ca­pi­to­lio es­tá re­so­nan­do de una for­ma to­tal­men­te dis­tin­ta en los dis­t­ri­tos. Pe­ro ha­ce lo que pu­ede por ver el la­do bu­eno.
    Bueno, me sa­co el som­b­re­ro an­te tu es­ti­lis­ta. No creo que na­die pu­eda ne­gar que es lo más es­pec­ta­cu­lar que he­mos vis­to jamás en una en­t­re­vis­ta. ¡Cin­na, creo que se­ría bu­eno que sa­lu­da­ras! Ca­esar le ha­ce un ges­to a Cin­na pa­ra que se le­van­te. Él lo ha­ce, y of­re­ce una re­ve­ren­cia pe­qu­eña y gra­ci­osa. Y de re­pen­te ten­go muc­ho mi­edo por él. ¿Qué ha hec­ho? Al­go ter­rib­le­men­te pe­lig­ro­so. Un ac­to de re­be­li­ón en sí mis­mo Y lo ha hec­ho por mí. Re­cu­er­do sus pa­lab­ras…
    "No te pre­ocu­pes. Si­em­p­re ca­na­li­zo mis emo­ci­ones ha­cia mi tra­ba­jo. Así no le ha­go da­ño a na­die más que a mí mis­mo." … y te­mo que se ha­ya hec­ho da­ño a sí mis­mo más al­lá de to­do ar­reg­lo. El sig­ni­fi­ca­do de mi fe­roz tran­s­for­ma­ci­ón no le pa­sa­rá de­sa­per­ci­bi­do al Pre­si­den­te Snow.
    La audi­en­cia, que se ha qu­eda­do mu­da por la sor­p­re­sa, rom­pe en un sal­va­je ap­la­uso.
    Apenas pu­edo oír el zum­bi­do que in­di­ca que mis tres mi­nu­tos se han ter­mi­na­do. Ca­esar me da las gra­ci­as y reg­re­so a mi asi­en­to, mi ves­ti­do aho­ra más li­ge­ro que el aire.
    Cuando me cru­zo con Pe­eta, que se di­ri­ge a su en­t­re­vis­ta, él re­hú­ye mis oj­os. To­mo asi­en­to con cu­ida­do, pe­ro apar­te de los hi­los de hu­mo aquí y al­lá, pa­rez­co ile­sa, así que le de­di­co to­da mi aten­ci­ón.
    Caesar y Pe­eta han si­do un equ­ipo na­tu­ral des­de que apa­re­ci­eron jun­tos por pri­me­ra vez ha­ce un año. Su sen­cil­lo to­ma y da­ca, su co­mi­ci­dad, y la ha­bi­li­dad de con­se­gu­ir mo­men­tos des­gar­ra­do­res, co­mo la con­fe­si­ón de Pe­eta de su amor por mí, los han con­ver­ti­do en un in­men­so éxi­to con la audi­en­cia. Ab­ren sin es­fu­er­zo con unos po­cos chis­tes sob­re fu­egos y plu­mas y pol­los de­ma­si­ado co­ci­na­dos. Pe­ro to­dos pu­eden ver que Pe­eta es­tá pre­ocu­pa­do, así que Ca­esar di­ri­ge la con­ver­sa­ci­ón di­rec­ta­men­te a lo que es­tá en men­te de to­dos.


    Así que, Pe­eta, ¿Có­mo te sen­tis­te cu­an­do, des­pu­és de to­do por lo que has pa­sa­do, ave­ri­gu­as­te lo del Qu­ell? Pre­gun­ta Ca­esar.
    Estaba en shock. Qu­i­ero de­cir, un mi­nu­to es­ta­ba vi­en­do a Kat­niss tan her­mo­sa en to­dos esos ves­ti­dos de no­via, y al si­gu­i­en­te… La voz de Pe­eta se apa­ga. ¿Te dis­te cu­en­ta de que nun­ca iba a ha­ber una bo­da? Pre­gun­ta Ca­esar amab­le­men­te.
    Peeta ha­ce una lar­ga pa­usa, co­mo si es­tu­vi­era de­ci­di­en­do al­go. Mi­ra a la audi­en­cia hec­hi­za­da, des­pu­és al su­elo, des­pu­és fi­nal­men­te a Ca­esar.
    Caesar, ¿cre­es que nu­es­t­ros ami­gos pod­rán gu­ar­dar un sec­re­to?
    Una ri­sa in­có­mo­da ema­na del púb­li­co. ¿Qué qu­i­ere de­cir? ¿Ocul­tar­le un sec­re­to a qu­i­én?
    Todo nu­es­t­ro mun­do es­tá mi­ran­do.
    Estoy bas­tan­te se­gu­ro. Di­ce Ca­esar.
    Ya es­ta­mos ca­sa­dos. Di­ce Pe­eta en voz ba­ja. La mul­ti­tud re­ac­ci­ona con asom­b­ro, y yo ten­go que en­ter­rar el ros­t­ro en las dob­le­ces de mi fal­da pa­ra que no pu­edan ver mi con­fu­si­ón. ¿A dón­de de­mo­ni­os qu­i­ere lle­gar con es­to?
    Pero… ¿có­mo pu­ede ser eso? Pre­gun­ta Ca­esar.
    Oh, no es un mat­ri­mo­nio ofi­ci­al. No fu­imos al Edi­fi­cio de Jus­ti­cia ni na­da. Pe­ro te­ne­mos es­te ri­tu­al de mat­ri­mo­nio en el Dis­t­ri­to 12. No sé có­mo es en los ot­ros dis­t­ri­tos. Pe­ro hay es­ta co­sa que ha­ce­mos. Di­ce Pe­eta, y des­c­ri­be bre­ve­men­te el tu­es­te. ¿Esta­ban al­lí vu­es­t­ras fa­mi­li­as?
    No, no se lo di­j­imos a na­die. Ni si­qu­i­era a Hay­mitch. Y la mad­re de Kat­niss nun­ca lo hab­ría ap­ro­ba­do. Pe­ro ya ves, sa­bí­amos que si nos ca­sá­ba­mos en el Ca­pi­to­lio, no hab­ría un tu­es­te. Y nin­gu­no de los dos qu­ería es­pe­rar más. Así que un día, sim­p­le­men­te lo hi­ci­mos.
    Dice Pe­eta. Y pa­ra no­sot­ros, es­ta­mos más ca­sa­dos que lo que hab­ría po­di­do ha­cer­nos nin­gún pa­pel ni nin­gu­na fi­es­ta. ¿Así que es­to fue an­tes del Qu­ell?
    Por su­pu­es­to que fue an­tes del Qu­ell. Es­toy se­gu­ro de que nun­ca lo hab­rí­amos hec­ho des­pu­és de sa­ber­lo. Di­ce Pe­eta, em­pe­zan­do a en­t­ris­te­cer­se. Pe­ro, ¿qu­i­én lo iba a ver ve­nir? Na­die. Pa­sa­mos por los Ju­egos, éra­mos ven­ce­do­res, to­do el mun­do pa­re­cía tan con­ten­to de ver­nos jun­tos, y des­pu­és, de re­pen­te… Qu­i­ero de­cir, ¿có­mo po­dí­amos an­ti­ci­par al­go así?
    No po­dí­a­is, Pe­eta. Ca­esar le ro­dea los hom­b­ros con el bra­zo. Co­mo di­ces, na­die hab­ría po­di­do. Pe­ro ten­go que con­fe­sar­lo, me aleg­ro de que ha­yá­is te­ni­do por lo me­nos unos po­cos me­ses de fe­li­ci­dad jun­tos.
    Inmenso ap­la­uso. Co­mo si es­tu­vi­era ani­ma­da, al­zo la vis­ta de mis plu­mas y de­jo que el púb­li­co vea mi son­ri­sa trá­gi­ca de ag­ra­de­ci­mi­en­to. El hu­mo re­si­du­al de las plu­mas ha hec­ho que mis oj­os es­tén llo­ro­sos, lo que aña­de un to­que muy bo­ni­to.
    Yo no me aleg­ro. Di­ce Pe­eta. De­se­aría que hu­bi­éra­mos es­pe­ra­do has­ta que to­do el asun­to se hu­bi­era hec­ho de for­ma ofi­ci­al.
    Esto ha­ce ret­ro­ce­der in­c­lu­so a Ca­esar. ¿Se­gu­ro que po­co ti­em­po es me­j­or que na­da?
    Tal vez yo tam­bi­én pen­sa­ría eso, Ca­esar Di­ce Pe­eta amar­ga­men­te, si no fu­era por el be­bé.
    Ahí. Lo ha vu­el­to a ha­cer. Ha sol­ta­do una bom­ba que bor­ra los es­fu­er­zos de ca­da tri­bu­to que ha ve­ni­do an­tes que él. Bu­eno, tal vez no. Tal vez es­te año só­lo ha en­cen­di­do la mec­ha de una bom­ba que los pro­pi­os ven­ce­do­res han es­ta­do con­s­t­ru­yen­do. Con la es­pe­ran­za de que al­gu­i­en pu­di­era de­to­nar­la. Tal vez pen­san­do que se­ría el ver­me en mi ves­ti­do nup­ci­al. Sin sa­ber lo muc­ho que yo con­fío en los ta­len­tos de Cin­na, mi­en­t­ras que Pe­eta no ne­ce­si­ta más que su sa­ga­ci­dad.
    Mientras la bom­ba ex­p­lo­ta, en­vía acu­sa­ci­ones de inj­us­ti­cia y bar­ba­ris­mo y cru­el­dad en to­das di­rec­ci­ones. In­c­lu­so la per­so­na más aman­te del Ca­pi­to­lio, más ham­b­ri­en­ta de Ju­egos, más se­di­en­ta de san­g­re, no pu­ede ig­no­rar, por lo me­nos du­ran­te un in­s­tan­te, qué hor­rib­le es to­do es­to.
    Estoy em­ba­ra­za­da.
    El púb­li­co no pu­ede asi­mi­lar la no­ti­cia in­me­di­ata­men­te. La no­ti­cia ti­ene que gol­pe­ar­los y asen­tar­se y ser con­fir­ma­da por ot­ras vo­ces an­tes de que em­pi­ecen a so­nar co­mo una hor­da de ani­ma­les he­ri­dos, gi­mi­en­do, chil­lan­do, pi­di­en­do ayu­da. ¿Y yo? Sé que mi ca­ra es­tá si­en­do pro­yec­ta­da en un pri­me­rí­si­mo pla­no en la pan­tal­la, pe­ro no ha­go nin­gún es­fu­er­zo por ocul­tar­la. Por­que por un mo­men­to, in­c­lu­so yo es­toy pro­ce­san­do lo que ha dic­ho Pe­eta. ¿No es eso lo que más te­mía sob­re la bo­da, sob­re el fu­tu­ro­la pér­di­da de mis hi­j­os a los Ju­egos? Y aho­ra pod­ría ser ver­dad, ¿o no? ¿Si no me hu­bi­era pa­sa­do to­da mi vi­da con­s­t­ru­yen­do ca­pas y ca­pas de de­fen­sas has­ta que me en­co­jo an­te la sim­p­le su­ge­ren­cia del mat­ri­mo­nio o de una fa­mi­lia?
    Caesar ya no pu­ede re­inar sob­re la mul­ti­tud, ni si­qu­i­era cu­an­do su­ena el zum­bi­do. Pe­eta ha­ce un ges­to de ca­be­za co­mo adi­ós y vu­el­ve a su asi­en­to sin más con­ver­sa­ci­ón. Pu­edo ver los la­bi­os de Ca­esar mo­vi­én­do­se, pe­ro el lu­gar es un com­p­le­to ca­os y no pu­edo oír ni una so­la pa­lab­ra. Só­lo el at­ro­na­dor him­no, so­nan­do tan al­to que pu­edo sen­tir­lo vib­ran­do en mis hu­esos, nos ha­ce sa­ber cu­ál es nu­es­t­ro lu­gar en el prog­ra­ma. Me le­van­to auto­má­ti­ca­men­te y, mi­en­t­ras lo ha­go, si­en­to a Pe­eta al­zan­do su ma­no ha­cia mí. Lág­ri­mas cor­ren por su ros­t­ro cu­an­do to­mo su ma­no. ¿Qué re­ales son esas lág­ri­mas? ¿Es es­ta una se­ñal de que ha si­do per­se­gu­ido por los mis­mos mi­edos que yo? ¿Que ca­da ven­ce­dor? ¿Que ca­da pad­re en ca­da dis­t­ri­to de Pa­nem?
    Vuelvo a mi­rar a la muc­he­dum­b­re, pe­ro las ca­ras de la mad­re y el pad­re de Rue na­dan an­te mis oj­os. Su do­lor. Su pér­di­da. Me vu­el­vo es­pon­tá­ne­amen­te ha­cia Chaff y le of­rez­co mi ma­no.
    Siento mis de­dos cer­rán­do­se al­re­de­dor del mu­ñón que aho­ra com­p­le­ta su bra­zo, y me agar­ro con ra­pi­dez.
    Y en­ton­ces su­ce­de. Por to­da la fi­la, los ven­ce­do­res em­pi­ezan a unir las ma­nos. Al­gu­nos al in­s­tan­te, co­mo los mor­p­h­lings, o Wi­ress y Be­etee. Ot­ros in­se­gu­ros pe­ro at­ra­pa­dos por las exi­gen­ci­as de aqu­el­los a su al­re­de­dor, co­mo Bru­tus y Eno­ba­ria. Pa­ra cu­an­do su­enan las úl­ti­mas no­tas del him­no, los ve­in­ti­cu­at­ro es­ta­mos de pie en una fi­la ir­rom­pib­le en lo que de­be de ser la pri­me­ra mu­es­t­ra de uni­dad en­t­re los dis­t­ri­tos des­de los Dí­as Os­cu­ros. Pu­edes ver có­mo se dan cu­en­ta de es­to cu­an­do las pan­tal­las em­pi­ezan a apa­gar­se. Sin em­bar­go, es de­ma­si­ado tar­de.
    En me­dio de la con­fu­si­ón, no nos cor­ta­ron a ti­em­po. To­dos lo han vis­to.
    Ahora tam­bi­én hay de­sor­den en el es­ce­na­rio, mi­en­t­ras se apa­gan las lu­ces y tro­pe­za­mos de vu­el­ta al Cen­t­ro de En­t­re­na­mi­en­to. He per­di­do mi agar­re de Chaff, pe­ro Pe­eta me gu­ía has­ta un as­cen­sor. Fin­nick y Johan­na tra­tan de unir­se a no­sot­ros, pe­ro un agen­te de la paz at­ri­bu­la­do blo­qu­ea su ca­mi­no y su­bi­mos so­los.
    En cu­an­to sa­li­mos del as­cen­sor, Pe­eta me afer­ra los hom­b­ros.
    No hay muc­ho ti­em­po, así que di­me. ¿Hay al­go por lo que de­ba dis­cul­par­me?
    Nada. Di­go. Fue un gran sal­to que dar sin mi con­sen­ti­mi­en­to, pe­ro me aleg­ro de no ha­ber­lo sa­bi­do, de no ha­ber te­ni­do ti­em­po pa­ra cu­es­ti­onar­lo, de no ha­ber de­j­ado que nin­gu­na cul­pa por Ga­le afec­ta­ra el có­mo me si­en­to de ver­dad sob­re lo que hi­zo Pe­eta. Que es for­ta­le­ci­da.
    En al­gún lu­gar, muy le­j­os de aquí, hay un si­tio lla­ma­do Dis­t­ri­to 12 don­de mi mad­re y her­ma­na y ami­gos ten­d­rán que li­di­ar con las se­cu­elas de es­ta noc­he. A tan só­lo un bre­ve vi­a­je de aero­des­li­za­dor es­tá la are­na don­de, ma­ña­na, Pe­eta y yo y los ot­ros tri­bu­tos nos en­f­ren­ta­re­mos a nu­es­t­ra pro­pia for­ma de cas­ti­go. Pe­ro in­c­lu­so si to­dos en­con­t­ra­mos fi­na­les ter­rib­les, al­go pa­só es­ta noc­he en ese es­ce­na­rio que no pu­ede des­ha­cer­se. No­sot­ros, los ven­ce­do­res, or­qu­es­ta­mos nu­es­t­ro pro­pio le­van­ta­mi­en­to, y qu­izás, só­lo qu­izás, el Ca­pi­to­lio no se­rá ca­paz de con­te­ner es­te.
    Esperamos a que reg­re­sen los ot­ros, pe­ro cu­an­do se ab­re el as­cen­sor, só­lo Hay­mitch apa­re­ce.
    Allí fu­era es una lo­cu­ra. To­dos han si­do en­vi­ados a ca­sa y han can­ce­la­do la re­pe­ti­ci­ón de las en­t­re­vis­tas en te­le­vi­si­ón.
    Peeta y yo nos ap­re­su­ra­mos a ir a la ven­ta­na e in­ten­ta­mos en­con­t­rar­le al­gún sen­ti­do a la con­mo­ci­ón muy por de­ba­jo de no­sot­ros, en las cal­les. ¿Qué es­tán di­ci­en­do? Pre­gun­ta Pe­eta. ¿Están pi­di­én­do­le al pre­si­den­te que pa­re los Ju­egos?
    No creo que ni el­los mis­mos se­pan qué pe­dir. To­da la si­tu­aci­ón no ti­ene pre­ce­den­tes.
    Incluso la idea de opo­ner­se a la agen­da del ca­pi­to­lio es una fu­en­te de con­fu­si­ón pa­ra la gen­te de aquí. Di­ce Hay­mitch. Pe­ro de nin­gu­na for­ma Snow can­ce­la­ría los Ju­egos. Lo sa­bé­is, ¿ver­dad?
    Yo sí. Por su­pu­es­to, aho­ra jamás se ec­ha­ría at­rás. La úni­ca op­ci­ón que le qu­eda es de­vol­ver el gol­pe, y gol­pe­ar con fu­er­za. ¿Los ot­ros se han ido a ca­sa? Pre­gun­to.
    Se lo or­de­na­ron. No sé qué su­er­te es­ta­rán te­ni­en­do pa­ra pa­sar en­t­re la mul­ti­tud. Di­ce Hay­mitch.
    Entonces nun­ca vol­ve­re­mos a ver a Ef­fie. Di­ce Pe­eta. No la vi­mos en la ma­ña­na de los Ju­egos el año pa­sa­do. Da­le las gra­ci­as de nu­es­t­ra par­te.
    Más que eso. Haz­lo es­pe­ci­al de ver­dad. Es Ef­fie, des­pu­és de to­do. Di­go yo. Di­le cu­án­to la ap­re­ci­amos y que fue la me­j­or es­col­ta que pu­di­mos ha­ber te­ni­do y di­le… di­le que le man­da­mos nu­es­t­ro ca­ri­ño.
    Durante un ra­to só­lo nos qu­eda­mos ahí en si­len­cio, ret­ra­san­do lo ine­vi­tab­le. Des­pu­és Hay­mitch lo di­ce.
    Supongo que aquí tam­bi­én es cu­an­do nos de­ci­mos adi­ós. ¿Algún con­se­jo de úl­ti­ma ho­ra? Pre­gun­ta Pe­eta.
    Seguid vi­vos. Di­ce Hay­mitch con as­pe­re­za. Con no­sot­ros aho­ra eso es ca­si co­mo un vi­e­jo chis­te. Nos da un ab­ra­zo rá­pi­do a ca­da uno, y pu­edo ver que eso es to­do lo que pu­ede so­por­tar. Id a la ca­ma. Ne­ce­si­tá­is vu­es­t­ro des­can­so.
    Sé que de­be­ría de­cir­le un mon­tón de co­sas a Hay­mitch, pe­ro en re­ali­dad no pu­edo pen­sar en na­da que no se­pa ya, y en mi gar­gan­ta hay se­me­j­an­te nu­do que en cu­al­qu­i­er ca­so du­do que fu­era a ser ca­paz de de­cir na­da. Así que, una vez más, de­jo que Pe­eta hab­le por los dos.
    Cuídate, Hay­mitch. Di­ce.
    Cruzamos la sa­la, pe­ro en el um­b­ral, la voz de Hay­mitch nos de­ti­ene.
    Katniss, cu­an­do es­tés en la are­na… Em­pi­eza. Lu­ego se de­ti­ene. Es­tá frun­ci­en­do el ce­ño de tal ma­ne­ra que es­toy se­gu­ra de que ya lo he de­cep­ci­ona­do. ¿Qué? Pre­gun­to a la de­fen­si­va.
    Tú só­lo re­cu­er­da qu­i­én es el ene­mi­go. Me di­ce Hay­mitch. Eso es to­do. Aho­ra se­gu­id ade­lan­te. Mar­c­ha­os de aquí.
    Caminamos por el pa­sil­lo. Pe­eta qu­i­ere pa­sar­se por su ha­bi­ta­ci­ón pa­ra duc­har­se y qu­itar­se el ma­qu­il­la­je, y en­con­t­rar­se con­mi­go en unos mi­nu­tos, pe­ro no de­jo que lo ha­ga. Es­toy se­gu­ra de que si una pu­er­ta se ci­er­ra en­t­re los dos, se qu­eda­rá cer­ra­da y ten­d­ré que pa­sar la noc­he sin él. Ade­más, ten­go una duc­ha en mi ha­bi­ta­ci­ón. Me ni­ego a sol­tar­le la ma­no. ¿Dor­mi­mos? No lo sé. Pa­sa­mos la noc­he ab­ra­za­dos, a me­dio ca­mi­no en­t­re el su­eño y la vi­gi­lia. Sin hab­lar. Am­bos te­mi­en­do mo­les­tar al ot­ro con la es­pe­ran­za de que se­re­mos ca­pa­ces de al­ma­ce­nar unos po­cos y pre­ci­osos mi­nu­tos de des­can­so.
    Cinna y Por­tia lle­gan al ama­ne­cer, y sé que Pe­eta se ten­d­rá que ir. Los tri­bu­tos en­t­ran so­los en la are­na. Me da un bre­ve be­so.
    Hasta pron­to. Di­ce.
    Cinna, que me ayu­da­rá a ves­tir­me pa­ra los Ju­egos, me acom­pa­ña al te­j­ado. Es­toy a pun­to de su­bir por la es­ca­le­ra al aero­des­li­za­dor cu­an­do lo re­cu­er­do.
    No le di­je adi­ós a Por­tia.
    Yo se lo di­ré. Di­ce Cin­na.
    La cor­ri­en­te eléc­t­ri­ca me con­ge­la en el si­tio en la es­ca­le­ra has­ta que el mé­di­co me in­yec­ta el ras­t­re­ador en an­teb­ra­zo iz­qu­i­er­do. Aho­ra se­rán ca­pa­ces de lo­ca­li­zar­me si­em­p­re en la are­na.
    El aero­des­li­za­dor des­pe­ga, y mi­ro por las ven­ta­nas has­ta que se vu­el­ven neg­ras. Cin­na no de­ja de pre­si­onar­me pa­ra que co­ma y, cu­an­do fra­ca­sa, pa­ra que be­ba. Con­si­go be­ber agua a sor­bi­tos, pen­san­do en los dí­as de des­hid­ra­ta­ci­ón que ca­si me ma­ta­ron el año pa­sa­do.
    Pensando en có­mo ne­ce­si­ta­ré mi fu­er­za pa­ra man­te­ner a Pe­eta con vi­da.
    Cuando lle­ga­mos a la Sa­la de Lan­za­mi­en­to en la are­na, me duc­ho. Cin­na me ha­ce una tren­za que me cae por la es­pal­da y me ayu­da a ves­tir­me por en­ci­ma de una ro­pa in­te­ri­or sen­cil­la. El tra­je de tri­bu­to de es­te año es un mo­no azul aj­us­ta­do, hec­ho de ma­te­ri­al muy fi­no, con una cre­mal­le­ra de­lan­te. Un cin­tu­rón acol­c­ha­do de qu­in­ce cen­tí­met­ros de an­c­ho cu­bi­er­to en bril­lan­te plás­ti­co mo­ra­do. Un par de za­pa­tos de na­ilon con su­elas de go­ma. ¿Qué pi­en­sas? Pre­gun­to, le­van­tan­do la te­la pa­ra que la exa­mi­ne Cin­na.
    Frunce el ce­ño mi­en­t­ras fro­ta la co­sa fi­na en­t­re los de­dos.
    No lo sé. Of­re­ce­rá po­ca pro­tec­ci­ón con­t­ra el frío o el agua. ¿Sol? Pre­gun­to, ima­gi­nán­do­me un sol ar­di­en­te sob­re un de­si­er­to ári­do.
    Posiblemente. Si ha si­do tra­ta­do. Di­ce. Oh, ca­si me ol­vi­do de es­to. Se sa­ca mi an­ti­gua in­sig­nia del sin­sa­jo del bol­sil­lo y la co­lo­ca sob­re el mo­no.
    Mi ves­ti­do es­tu­vo fan­tás­ti­co anoc­he. Di­go. Fan­tás­ti­co y te­me­ra­rio. Pe­ro Cin­na de­be de sa­ber eso ya.
    Pensé que te gus­ta­ría. Di­ce con una son­ri­sa ten­sa.
    Nos sen­ta­mos, co­mo hi­ci­mos el año pa­sa­do, con las ma­nos co­gi­das, has­ta que la voz me di­ce que me pre­pa­re pa­ra el lan­za­mi­en­to. Me acom­pa­ña has­ta la pla­ta­for­ma me­tá­li­ca cir­cu­lar y ci­er­ra el cu­el­lo de mi mo­no con se­gu­ri­dad.
    Recuerda, chi­ca en lla­mas. Di­ce. Aún apu­es­to por ti. Me da un be­so en la fren­te y se apar­ta mi­en­t­ras el ci­lin­d­ro de cris­tal se des­li­za ha­cia aba­jo a mi al­re­de­dor.
    Gracias. Di­go, aun­que pro­bab­le­men­te no pu­eda oír­me. Al­zo la bar­bil­la, man­te­ni­en­do la ca­be­za en al­to co­mo si­em­p­re me di­ce, y es­pe­ro a que se le­van­te la pla­ta­for­ma. Pe­ro no lo ha­ce. Y to­da­vía no.
    Miro a Cin­na, al­zan­do las ce­j­as en bus­ca de una ex­p­li­ca­ci­ón. Él só­lo sa­cu­de le­ve­men­te la ca­be­za, tan per­p­le­jo co­mo yo. ¿Por qué es­tán ret­ra­san­do es­to?
    De re­pen­te la pu­er­ta de det­rás de él se ab­re y tres agen­tes de la paz en­t­ran en la sa­la. Dos su­j­etan los bra­zos de Cin­na det­rás de su es­pal­da y lo es­po­san, mi­en­t­ras el ter­ce­ro lo gol­pea en la si­en con tan­ta fu­er­za que cae de ro­dil­las. Pe­ro si­gu­en gol­pe­án­do­lo con gu­an­tes cha­pa­dos de me­tal, ha­ci­én­do­le pro­fun­dos cor­tes en la ca­ra y el cu­er­po. Yo gri­to a ple­no pul­món, gol­pe­an­do con to­das mis fu­er­zas en el cris­tal in­f­le­xib­le, in­ten­tan­do lle­gar a él. Los agen­tes de la paz me ig­no­ran por com­p­le­to mi­en­t­ras ar­ras­t­ran el cu­er­po in­mó­vil de Cin­na fu­era de la sa­la. Y to­do lo que qu­eda son las man­c­has de san­g­re en el su­elo.
    Enferma y ater­ro­ri­za­da, si­en­to el pla­to em­pe­zar a le­van­tar­se. Aún me es­toy apo­yan­do con­t­ra el cris­tal cu­an­do la bri­sa me le­van­ta el pe­lo y me ob­li­go a er­gu­ir­me. Jus­to a ti­em­po, tam­bi­én, por­que el cris­tal es­tá ba­j­an­do y es­toy lib­re y de pie en la are­na. Al­go pa­re­ce es­tar mal con mi vi­si­ón. El su­elo es de­ma­si­ado bril­lan­te y res­p­lan­de­ci­en­te y no de­ja de on­du­lar. Gu­iño los oj­os a mis pi­es y veo que mi pla­ta­for­ma de me­tal es­tá ro­de­ada de on­das azu­les que me la­men las bo­tas. Len­ta­men­te al­zo la vis­ta y asi­mi­lo el agua que se ex­ti­en­de en to­das di­rec­ci­ones.
    Sólo pu­edo for­mar un pen­sa­mi­en­to cla­ro.
    Este no es lu­gar pa­ra una chi­ca en lla­mas. 

11 comentarios:

Anónimo dijo...

me hubiera gustado que fuera real que Katniss estuviera enbarazada porque amo a Peeta!!

solsitoooo dijo...

SI A MI TAMBIEN!!!!!! XD XD XD XD

BELLAMAR dijo...

me da tanta dulzura como antes katniss evitaba a peeta y ella sin darse cuenta se esta enomarando de el. AMO ESTE LIBRO YA QUIERO QUE ESTRENEN LA PELICULA. :):):):):):)

Anónimo dijo...

Bueno a mi tambien me gusta lo de Peeta y Katniss pero creo que soy la unica que siente un ataque de deprecion y ansiedad con respecto a Cinna.......
:'/

Anónimo dijo...

Mataron a cinna ,,,,,noooo!!!!!!!
Hijos d puta!

Anónimo dijo...

Nooooop Cinna*+* Mi vidaaaaa D; Pobre de ri mi amoooooor:'''''( Que tristeza mas grandeeee Dios Mio!! :c

Anónimo dijo...

A mi me sigue dando algo de lástima Gale :(

Anónimo dijo...

Pobre Cinna ;(

Anónimo dijo...

No no sos la unica.. se me estrujó el corazon con este capitulo:/

Anónimo dijo...

me encanta este libro no puedo parar de leer....me gustaria que en verdad estuviera embarazada....y katniss se enamora poca apoco de PEETA y me encanta.....

Anónimo dijo...

Me encanto este capitulo igualmente me encantaría que de verdad estuviera embarazada y esa ultima frase la ame ESTE NO ES UN LUGAR PARA UNA CHICA EN LLAMAS....


TE AMO PEETA!!! <3