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En mi mente, el Presidente Snow debería ser visto frente a columnas de mármol de las que cuelgan banderas inmensas. Es chocante verlo rodeado de los objetos cotidianos de la habitación. Es como sacar la tapa de un frasco y encontrarse con una víbora con colmillos en vez de un estofado. ¿Qué podría estar haciendo él aquí? Rápidamente, mi mente pasa por todos los días de apertura de los demás Tours de la Vic toria. Recuerdo ver a los tributos vencedores con sus mentores y estilistas. Incluso algunos altos oficiales del gobierno han hecho apariciones ocasionales. Pero nunca he visto al Presidente Snow. Él acude a las celebraciones en el Capitolio. Punto.
Si ha hecho todo este viaje desde su ciudad, sólo puede significar una cosa. Estoy en serios problemas. Y si lo estoy yo, mi familia también. Un escalofrío me recorre cuando pienso en la proximidad de mi madre y hermana a este hombre que tanto me desprecia. Que siempre me despreciará. Porque burlé sus sádicos Juegos del Hambre, hice que el Capitolio quedara como un tonto, y en consecuencia miné su control.
Todo lo que estaba haciendo era intentar mantenernos a Peeta y a mí con vida. Cualquier acto de rebelión fue una total coincidencia. Pero cuando el Capitolio decreta que sólo un tributo puede vivir y tienes la audacia de desafiarlo, supongo que eso es una rebelión en sí misma. Mi única defensa era fingir que estaba enloquecida por un amor apasionado hacia Peeta. Así que se nos permitió vivir a ambos. Ser coronados vencedores. Ir a casa y celebrarlo y decirles adiós a las cámaras y que nos dejaran en paz. Hasta ahora.
Tal vez sea la novedad de la casa o el shock de verlo o la comprensión mutua de que podría hacer que me mataran en un segundo lo que hace que me sienta como una intrusa. Como si fuera su casa y yo la que no ha sido invitada. Así que no lo recibo ni le ofrezco una silla. No digo nada. De hecho, lo trato como si fuera una serpiente de verdad, de las venenosas. Estoy de pie inmóvil, mirándolo fijamente, considerando planes de retirada.
Creo que haríamos que esta situación fuera mucho más fácil acordando no mentirnos mutuamente. Dice. ¿Tú qué crees?
Creo que mi lengua se ha congelado y que hablar me será imposible, así que me sorprendo respondiéndole en una voz tranquila:
Sí, creo que ahorraría tiempo.
El Presidente Snow sonríe y veo sus labios por primera vez. Espero labios de serpiente, es decir, sin labios. Pero los suyos son muy gruesos, su piel está demasiado estirada. Me tengo
que preguntar si su boca ha sido alterada para hacerlo parecer más atractivo. Si fue así, fue una pérdida de tiempo y dinero, porque no es atractivo en absoluto.
Mis asesores estaban preocupados de que fueras difícil, pero no estás planeando ser difícil en absoluto, ¿verdad?
No. Respondo.
Eso es lo que yo les dije. Dije que una chica que llega a tales extremos para preservar su vida no va a estar interesada en echarla por la borda. Y después hay que pensar en su familia.
Su madre, su hermana, y todos esos… primos. Por el modo en que se detiene en la palabra "primos", puedo decir que sabe que Gale y yo no compartimos árbol genealógico.
Bueno, ya está todo sobre la mesa. Tal vez sea lo mejor. No funciono bien con amenazas ambiguas. Prefiero con toda seguridad saber qué está en juego.
Sentémonos.
El Presidente Snow toma un asiento ante el gran escritorio de madera bruñida donde Prim hace sus deberes y mi madre sus presupuestos. Como nuestra casa, este es un lugar sobre el que él no tiene derecho, pero sobre el que tiene en última instancia todo el derecho, de ocupar. Me siento frente al escritorio en una de las sillas talladas de respaldo vertical. Está hecha para alguien más alto que yo, así que sólo las puntas de mis pies descansan sobre el suelo.
Tengo un problema, señorita Everdeen. Dice el Presidente Snow. Un problema que empezó en el momento en que sacaste esas bayas venenosas en la arena.
Ese había sido el momento en que había decidido que si los Vigilantes tenían que elegir entre vernos a Peeta y a mí cometer suicidiolo que habría significado no tener vencedory dejarnos vivir a ambos, escogerían lo último.
Si el Vigilante jefe, Seneca Crane, hubiera tenido algo de cabeza, te habría hecho polvo allí mismo. Pero tenía una desafortunada vena sentimental. Así que aquí estás. ¿Puedes adivinar dónde está él? Pregunta.
Asiento porque, por la forma en la que lo dice, está claro que Seneca Crane ha sido ejecutado. El olor a rosas y sangre se ha hecho más fuerte ahora que sólo nos separa un escritorio. Hay una rosa en la solapa del Presidente Snow, lo que por lo menos sugiere una fuente para el perfume de flores, pero debe de estar genéticamente mejorada, porque ninguna rosa real huele como esa. Y en lo que respecta a la sangre… no lo sé.
Después de eso, no había nada que hacer salvo dejarte interpretar tu pequeña obra. Y también fuiste bastante buena con eso de la colegiala loca de amor. La gente del Capitolio estaba bastante convencida. Desafortunadamente, no todos en los distritos se tragaron tu actuación.
Mi cara debe de registrar por lo menos un breve desconcierto, porque se explica.
Esto, por supuesto, tú no lo sabes. No tienes acceso a información sobre el humor en otros distritos. En varios de ellos, sin embargo, la gente vio tu pequeño truco con las bayas como un acto de desafío, no un acto de amor. Y si una chica del Distrito Doce, de entre todos los sitios, puede desafiar al Capitolio y salir impune, ¿qué va a impedirles a ellos hacer lo mismo? Dice. ¿Qué hay que prever, digamos, un levantamiento?
Lleva un momento el que esta frase surta su efecto. Después todo su peso me golpea. ¿Ha habido levantamientos? Pregunto, tan helada como eufórica ante la posibilidad.
Aún no. Pero vendrán si el curso de las cosas no cambia. Y es sabido que los levantamientos llevan a la revolución. El Presidente Snow se frota un punto sobre la ceja izquierda, el mismo punto donde yo misma tengo jaquecas. ¿Tienes idea de lo que eso significaría? ¿Cuánta gente moriría? ¿A qué condiciones tendrían que enfrentarse los que sobrevivieran? Cuales quiera que sean los problemas que alguien tenga con el Capitolio, créeme cuando lo digo, si este liberara su agarre sobre los distritos siquiera por un corto período, todo el sistema se colapsaría.
Me desconcierta su franqueza e incluso la sinceridad de su discurso. Como si su preocupación primaria fuera el bienestar de los ciudadanos de Panem, cuando no hay nada más lejos de la realidad. No sé cómo me atrevo a decir las siguientes palabras, pero lo hago.
Debe de ser muy frágil, si un puñado de bayas puede tirarlo abajo.
Hay una larga pausa en la que me examina. Después se limita a decir:
Es frágil, pero no en la forma en que tú supones.
Hay un golpeteo en la puerta, y el hombre del Capitolio mete la cabeza.
Su madre quiere saber si desea té.
Lo desearía. Desearía té. Dice el presidente. La puerta se abre más, y allí está mi madre, sosteniendo una bandeja con el juego de porcelana china que mi madre trajo a la Ve ta cuando se casó. Déjelo aquí, por favor. Coloca su libro en la esquina del escritorio y da unos golpecitos sobre el centro.
Mi madre coloca la bandeja en el escritorio. Contiene una tetera china y tazas, crema y azúcar, y un plato de galletas. Están preciosamente glaseadas con flores cuidadosamente coloreadas. El glaseado sólo puede ser obra de Peeta.
Qué visión más bienvenida. Sabes, es gracioso con qué frecuencia la gente se olvida de que los presidentes también tienen que comer. Dice encantadoramente el Presidente Snow.
Bueno, por lo menos parece relajar a mi madre un poco. ¿Puedo servirle algo más? Puedo cocinar algo más sustancial si tiene hambre. Ofrece.
No, esto no podría ser más perfecto. Gracias. Dice, claramente despidiéndola. Mi madre asiente, me lanza una mirada, y se va. El Presidente Snow vierte té para ambos y llena el suyo con crema y azúcar, después se toma su tiempo revolviendo. Presiento que ya ha dicho todo lo que tenía que decir y que está esperando a que yo responda.
No pretendía empezar ningún levantamiento. Le digo.
Te creo. No importa. Tu estilista resultó ser profético en su elección de vestuario. Katniss Everdeen, la chica que estaba en llamas, has proporcionado la chispa que, de quedar desatendida, puede aumentar hacia un infierno que destruya Panem. ¿Por qué no me mata ahora? Suelto de repente. ¿Públicamente? Pregunta. Eso sólo añadiría fuel a las llamas.
Arregle un accidente, entonces. ¿Quién se lo creería? No tú, si estuvieras mirando.
Entonces sólo dígame lo que quiere que haga. Lo haré.
Si sólo fuera tan sencillo. Coge una de las galletas floreadas y la examina.
Encantador. ¿Las hizo tu madre?
Peeta. Y por primera vez, encuentro que no puedo sostenerle la mirada. Me inclino para coger mi té pero lo vuelvo a bajar cuando oigo a la taza tintinear contra el platillo. Para cubrirlo, cojo rápidamente una galleta.
Peeta. ¿Cómo está el amor de tu vida?
Bien. ¿En qué punto se dio cuenta del grado exacto de tu indiferencia? Pregunta, mojando su galleta en el té.
No soy indiferente.
Pero tal vez no tan encantada con el joven como le hiciste creer al país. ¿Quién dice que no lo estoy?
Yo. Dice el presidente. Y no estaría aquí si fuera el único que tuviera dudas. ¿Cómo está el guapo primo?
No lo sé… Yo no… Mi repulsión ante esta conversación, ante el discutir mis sentimientos sobre dos de las personas que más me importan con el Presidente Snow, me ahoga.
Habla, señorita Everdeen. A él puedo matarlo fácilmente si no llegamos a una feliz resolución. Dice. No le estás haciendo ningún favor desapareciendo en el bosque con él cada domingo.
Si sabe esto, ¿qué más sabe? ¿Y cómo lo sabe? Mucha gente podría decirle que Gale y yo nos pasamos los domingos cazando. ¿No aparecemos al final de todos ellos cargados de caza? ¿No lo hemos hecho durante años? La verdadera cuestión es qué cree él que sucede en el bosque más allá del Distrito 12. Seguro que no nos han estado rastreando allí. ¿O sí? ¿Nos podrían haber seguido? Eso parece imposible. Por lo menos por una persona. ¿Cámaras? Eso nunca se me pasó por la cabeza hasta este momento. El bosque siempre ha sido nuestro lugar seguro, nuestro lugar más allá del alcance del Capitolio, donde somos libres de decir lo que sentimos, ser quienes somos. Por lo menos antes de los Juegos. Si nos han estado observando desde entonces, ¿qué es lo que han visto? A dos personas cazando, diciendo cosas traidoras contra el Capitolio, sí. Pero no a dos personas enamoradas, que es lo que parece ser la implicación del Presidente Snow. En ese sentido estamos seguros. A no ser… a no ser…
Sólo sucedió una vez. Fue rápido e inesperado, pero sucedió.
Después de que Peeta y yo llegáramos a casa de los Juegos, pasaron varios meses antes de que viera a Gale a solas. Primero estaban las celebraciones obligatorias. Un banquete para los vencedores al que tan sólo estaba invitada la gente de más categoría. Un festivo para todo el distrito con comida gratis y entretenimientos traídos desde el Capitolio. El Día del Paquete, el primero de doce, durante el cual se le entregaban paquetes de comida a cada persona del distrito. Ese fue mi favorito. Ver a todos esos niños hambrientos en la Ve ta corriendo por allí, agitando latas de salsa de manzana, latas de carne, incluso golosinas. En casa, demasiado grandes como para llevarlas manualmente, estarían sacos de grano, latas de aceite. Saber que una vez al mes durante un año todos recibirían otro paquete. Esa fue una de las pocas veces en que me sentí bien de verdad por ganar los Juegos.
Así que entre las ceremonias y los eventos y los periodistas documentando cada movimiento mío mientras presidía y agradecía y besaba a Peeta para el público, no tenía privacidad en absoluto. Después de unas cuantas semanas, las cosas se calmaron por fin. Los cámaras y los periodistas hicieron las maletas y se fueron a casa. Peeta y yo asumimos la relación fría que habíamos mantenido desde entonces. Mi familia se asentó en la casa de la Al dea de los Vencedores. La vida diaria del Distrito 12trabajadores a las minas, niños al colegiorecuperó su ritmo normal. Esperé hasta que pensé que de verdad ya no había moros en la costa, y entonces un domingo, sin decírselo a nadie, me levanté horas antes del amanecer y salí hacia el bosque.
El tiempo aún estaba lo bastante cálido como para que no necesitara chaqueta. Empaqueté una bolsa llena de comidas especiales, pollo frío y queso y pan de panadería y naranjas. En mi antigua casa me puse mis botas de caza. Como siempre, la verja no estaba cargada y era fácil deslizarse hacia el bosque y recuperar mi arco y mis flechas. Fui a nuestro sitio, el de Gale y mío, donde habíamos compartido el desayuno la mañana de la cosecha que me envió a los Juegos.
Esperé por lo menos dos horas. Había empezado a pensar que él había renunciado a mí en las semanas que habían pasado. O que ya no le importaba. Que me odiaba, incluso. Y la idea de perderlo para siempre, a mi mejor amigo, la única persona a la que le había confiado nunca mis secretos, era tan dolorosa que no pude soportarla. No por encima de todo lo que había pasado. Podía sentir mis ojos llenándose de lágrimas y un nudo empezando a formarse en mi garganta de la forma en que hace cuando me pongo triste.
Entonces alcé la vista y allí estaba él, a tres metros de distancia, simplemente mirándome.
Sin pensar siquiera, me levanté de un salto y lo rodeé con los brazos, haciendo un sonido raro que combinaba risa, ahogo y llanto. Él me sostenía con tanta fuerza que no podía verle la cara, pero pasó mucho, mucho tiempo antes de que me soltara, y eso fue porque no tenía mucha elección, ya que me había dado un ataque de hipo increíblemente ruidoso y tenía que beber algo.
Hicimos lo de siempre ese día. Comimos el desayuno. Cazamos y pescamos y recolectamos.
Hablamos de la gente en la ciudad. Pero no sobre nosotros, su nueva vida en las minas, mi tiempo en la arena. Sólo sobre otras cosas. Para cuando estuvimos en el agujero en la verja que está más cerca del Quemador, me parece que creía de verdad que las cosas volverían a ser lo mismo. Que podríamos seguir adelante como siempre. Le había dado a Gale toda la caza para canjear ya que nosotras ahora teníamos muchísima comida. Le dije que no pasaría por el Quemador, incluso aunque tenía muchas ganas de ir allí, porque mi madre y hermana ni siquiera sabían que había ido a cazar y se estarían preguntando dónde estaba. Entonces de pronto, cuando estaba sugiriendo que yo me encargaría de revisar diariamente las trampas, tomó mi rostro entre sus manos y me besó.
No estaba preparada en absoluto. Pensarías que después de todas las horas que había pasado con Galeviéndole hablar y reír y ponerse ceñudosabría todo lo que había que saber sobre sus labios. Pero no me había imaginado qué cálidos se sentirían presionados contra los míos. O cómo esas manos, que podían preparar la más intrincada de las trampas, podían atraparme con la misma facilidad. Creo que hice algún sonido en la parte baja de mi garganta, y recuerdo vagamente mis dedos, cerrados con fuerza, posados contra su pecho. Entonces me soltó y dijo, "Tenía que hacerlo. Por lo menos una vez." Y se fue.
A pesar del hecho de que estaba anocheciendo y mi familia estaría preocupada, me senté junto a un árbol al lado de la verja. Intenté decidir cómo me sentía con respecto al beso, si me había gustado o si lo lamentaba, pero todo lo que recordaba era la presión de los labios de Gale y el perfume a naranjas que aún permanecía en su piel. No tenía sentido compararlo con los muchos besos que había intercambiado con Peeta. Aún no había decidido si alguno de esos contaba. Al final me fui a casa.
Esa semana me encargué de las trampas y dejé la carne en casa de Hazelle. Pero no vi a Gale hasta el domingo. Tenía todo este discurso preparado, sobre cómo no quería un novio y no planeaba casarme nunca, pero al final no lo usé. Gale actuó como si el beso nunca hubiera sucedido. Tal vez estaba esperando que yo dijera algo. O que lo besara yo a él. En vez de ello me limité a fingir también que nunca había sucedido. Pero había sucedido. Gale había hecho añicos una barrera invisible entre nosotros y, con ella, cualquier esperanza que tenía yo de recuperar nuestra antigua amistad sin complicaciones. Sin importar cuánto fingiera, nunca pude mirar a sus labios de exactamente la misma forma.
Todo esto cruza mi cabeza en un instante mientras los ojos del Presidente Snow se clavan en mí tras la amenaza de matar a Gale. ¡Qué estúpida he sido al creer que el Capitolio se limitaría a ignorarme una vez hubiera vuelto a casa! Tal vez no supiera nada de los potenciales levantamientos. Pero sabía que estaban enfadados conmigo. En vez de actuar con la precaución extrema que la situación requería, ¿qué había hecho? Desde el punto de vista del presidente, había ignorado a Peeta y alardeado de mi preferencia por la compañía de Gale ante todo el distrito. Y haciendo eso había dejado claro que estaba, de hecho, burlándome del Capitolio. Ahora había puesto en peligro a Gale y a su familia y a mi familia y también a Peeta, por mi despreocupación.
Por favor no le haga daño a Gale. Susurro. Sólo es mi amigo. Ha sido mi amigo durante años. Eso es todo lo que hay entre nosotros. Además, ahora todo el mundo cree que somos primos.
Sólo estoy interesado en cómo afecta a tu dinámica con Peeta, y en consecuencia afectando al humor en los distritos.
Será lo mismo en el tour. Estaré tan enamorada de él como lo estaba.
Como lo estás. Corrige el Presidente Snow.
Como lo estoy. Confirmo.
Sólo que lo tienes que hacer aún mejor si se van a evitar los levantamientos. Este tour será tu única oportunidad para darle la vuelta a las cosas.
Lo sé. Lo haré. Convenceré a todos en los distritos de que no estaba desafiando al Capitolio, que estaba loca de amor.
El Presidente Snow se levanta y se limpia los labios hinchados con una servilleta.
Apunta más alto por si acaso te quedas corta. ¿Qué quiere decir? ¿Cómo puedo apuntar más alto? Pregunto.
Convénceme a mí. Dice. Deja caer la servilleta y recoge su libro. No lo miro mientras se dirige hacia la puerta, así que me sobresalto cuando me susurra en el oído. Por cierto, sé lo del beso.
Después la puerta se cierra tras él.
3 comentarios:
HERMOSO. El que más me gustó de los tres, los juegos fueron mucho más emocionantes que los primeros y la historia de Katniss y Peeta evoluciona muchísimo. Definitivamente lo reocomiendo.
Paula
Al leer te enamoras tanto de Peeta como de Gale
Solo quiero leer cosas de peeta es que lo amo y gale es un tonto
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