2 1
Puñaladas pequeñas y abrasadoras. Dondequiera que las gotitas tocan mi piel. ¡Corred! Les grito a los demás. ¡Corred!
Finnick se despierta al instante, levantándose para enfrentarse a un enemigo. Pero cuando ve la pared de niebla, se lanza a una Mags aún dormida sobre la espalda y sale disparado.
Peeta está en pie pero no tan alerta. Lo cojo del brazo y empiezo a impulsarlo a través de la selva en pos de Finnick. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Dice, atónito.
Algún tipo de niebla. Gas venenoso. ¡Apresúrate, Peeta! Lo urjo. Puedo decir que por mucho que lo haya negado durante el día, los efectos de haberse golpeado contra el campo de fuerza son significativos. Va lento, mucho más lento de lo habitual. Y el embrollo de viñas y maleza, que me hacen perder el equilibrio a veces, lo hacen tropezar a cada paso.
Miro atrás a la pared de niebla extendiéndose en línea recta hasta donde me alcanza la vista, en todas direcciones. Me invade un impulso terrible de huir, de abandonar a Peeta y salvarme yo. Sería tan fácil, correr a toda velocidad, tal vez incluso escalar un árbol sobre la línea de niebla, que parece no llegar más allá de los doce metros. Recuerdo cómo hice exactamente esto cuando aparecieron las mutaciones en los últimos Juegos. Me eché a correr y sólo pensé en Peeta al llegar a la Cor nucopia. Pero esta vez, atrapo mi terror, lo empujo hacia abajo, y me quedo a su lado. Esta vez el objetivo no es mi supervivencia. Lo es la de Peeta.
Pienso en los ojos pegados a las pantallas de la televisión en los distritos, viendo si huiré, tal y como desea el Capitolio, o si me mantendré firme.
Cierro mis dedos con fuerza en torno a los suyos y digo:
Mira mis pies. Tú simplemente intenta pisar donde yo pise. Eso ayuda. Parecemos movernos algo más rápido, pero nunca lo bastante como para poder permitirnos un descanso, y la niebla sigue pisándonos los talones. Algunas gotitas salen libres del cuerpo de vapor.
Queman, pero no como fuego. Menos una sensación de calor y más un dolor intenso a medida que las sustancias químicas encuentran nuestra carne, se aferran a ella, y se entierran profundamente entre las capas de la piel. Nuestros monos no son de ninguna ayuda. Lo mismo podríamos estar vestidos de papel de fumar, dada toda la protección que nos proporcionan.
Finnick, que inicialmente salió disparado, se para cuando se da cuenta de que estamos teniendo problemas. Pero esto no es algo contra lo que puedas luchar, sólo evadir. Nos grita para darnos ánimos, intentando hacernos avanzar, y el sonido de su voz sirve de guía, aunque de poco más.
La pierna artificial de Peeta se queda atrapada en un nudo de enredaderas y se cae de bruces antes de que pueda cogerlo. Mientras lo ayudo a levantarse, me doy cuenta de algo más aterrador todavía que las ampollas, más debilitador que las quemaduras. El lado izquierdo de su cara está flácido, como si cada músculo se hubiera muerto. El párpado se cae, casi ocultando su ojo. Su boca se tuerce en un ángulo extraño hacia el suelo.
Peeta… Empiezo. Y es entonces cuando siento los espasmos corriendo por mi brazo.
Cualquiera que sea la sustancia química que forma la niebla hace más que quemarataca nuestros nervios. Un miedo completamente nuevo se dispara en mi interior y tiro con fuerza de Peeta hacia delante, lo que sólo consigue que vuelva a tropezar. Para cuando lo pongo en pie, mis dos brazos se mueven incontrolablemente. La niebla se ha movido hacia nosotros, el cuerpo a menos de un metro de distancia. Algo no está bien con las piernas de Peeta; está tratando de andar pero se mueven espásticamente, como las de una marioneta.
Siento cómo sale disparado hacia delante y me doy cuenta de que Finnick ha vuelto a por nosotros y está arrastrando a Peeta hacia delante. Coloco mi hombro, que aún parece estar bajo mi control, debajo del brazo de Peeta, y hago lo que puedo para seguir el ritmo rápido de Finnick. Conseguimos poner una distancia de unos nueve metros entre nosotros y la niebla cuando Finnick se detiene.
No funciona. Tengo que llevarlo a hombros. ¿Puedes llevar tú a Mags? Me pregunta.
Sí. Digo con firmeza, aunque se me encoge el corazón. Es verdad que Mags no puede pesar más de treinta y cinco kilos, pero yo misma tampoco soy muy grande. Aún así, estoy segura de que he cargado cargas más pesadas. Si tan sólo mis brazos dejaran de saltar a todos lados. Me agacho y ella se coloca sobre mi hombro, de la misma forma de la que monta a Finnick. Lentamente estiro las piernas y, con las rodillas apretadas, puedo arreglármelas. Ahora Finnick tiene a Peeta colocado a través de su espalda y seguimos adelante, Finnick a la cabeza, yo siguiendo por el camino que abre entre las viñas.
La niebla sigue acercándose, silenciosa y constante y lisa, excepto por los tentáculos.
Aunque mi instinto me indica correr directamente lejos de ella, me doy cuenta de que Finnick se está moviendo en diagonal colina abajo. Está intentando mantenerse a distancia del gas a base de llevarnos hacia el agua que rodea la Cor nucopia. Sí, agua, pienso mientras las gotitas de ácido se entierran más profundamente en mi interior. Ahora estoy tan agradecida de no haber matado a Finnick, porque ¿cómo iba a sacar a Peeta de aquí con vida? Tan agradecida de tener a alguien más de mi parte, incluso si sólo es temporalmente.
No es culpa de Mags cuando empiezo a caerme. Está haciendo todo lo que puede para ser una pasajera sencilla, pero el hecho es que sólo puedo soportar el peso durante un cierto tiempo. Especialmente ahora que mi pierna derecha está empezando a dormirse. Las primeras dos veces que me caigo al suelo, consigo ponerme en pie de nuevo, pero la tercera vez, no consigo hacer que mi pierna coopere. Mientras lucho por levantarme, esta cede y Mags rueda al suelo delante de mí. Palpo desesperada a mi alrededor, intentando usar viñas y troncos para enderezarme.
Finnick está otra vez a mi lado, Peeta colgando sobre él.
Es inútil. Digo. ¿Puedes llevarlos tú a los dos? Sigue adelante, ya os alcanzaré.
Una propuesta algo dudosa, pero la digo con tanta seguridad como puedo conseguir.
Puedo ver los ojos de Finnick, verdes a la luz de la luna. Puedo verlos tan claramente como el día. Casi como los de un gato, con una cualidad extrañamente reflectante. Tal vez porque están brillantes por las lágrimas.
No. Dice. No puedo llevarlos a los dos. Mis brazos no están funcionando. Es cierto. Sus brazos están dando sacudidas incontrolables a sus lados. Sus manos están vacías.
De sus tres tridentes, sólo queda uno, y está en las manos de Peeta. Lo siento, Mags. No puedo hacerlo.
Lo que pasa después es tan rápido, tan carente de todo sentido, que ni siquiera puedo moverme para detenerlo. Mags se levanta con trabajo, le planta un beso a Finnick en los labios, y después renquea derecha hacia la niebla. Inmediatamente, su cuerpo empieza a dar terribles sacudidas y cae al suelo en una danza horrible.
Quiero gritar, pero mi garganta está en llamas. Doy un paso fútil en su dirección y entonces oigo el disparo del cañón, sé que su corazón se ha parado, que está muerta. ¿Finnick? Digo con voz ronca, pero él ya le ha dado la espalda a la escena, continuando su huida de la niebla. Arrastrando mi pierna inútil detrás de mí, me tambaleo detrás de él, sin tener ni idea de qué otra cosa hacer.
El tiempo y el espacio pierden su significado a medida que la niebla parece invadir mi cerebro, desordenando mi pensamiento, haciendo que todo parezca irreal. Algún instinto animal de supervivencia profundamente arraigado me mantiene dando tumbos detrás de Finnick y Peeta, siguiendo adelante, aunque probablemente ya estoy muerta. Algunas partes de mí están muertas, o claramente muriéndose. Y Mags está muerta. Esto es algo que sé, o quizás sólo creo que lo sé, porque no tiene sentido ninguno.
La luz de la luna brillando en el pelo broncíneo de Finnick, ramalazos de dolor abrasador por todo mi cuerpo, una pierna convertida en madera. Sigo a Finnick hasta que se derrumba sobre el suelo, Peeta todavía encima de él. Parece que no tengo capacidad de detener mi propio avance y simplemente me propulso hacia delante hasta que tropiezo sobre sus cuerpos tendidos, sólo uno más en el montón. Así es cómo y dónde y cuándo morimos todos, pienso.
Pero el pensamiento es abstracto y mucho menos alarmante que las presentes agonías de mi cuerpo. Oigo el gruñido de Finnick y consigo arrancarme de encima de los otros. Ahora puedo ver la pared de niebla, que ha adquirido un color blanco perla a la luz de la luna. Tal vez sean mis ojos los que me engañan, pero la niebla parece estar transformándose. Sí, está volviéndose más gruesa, como si estuviera presionada contra una ventana de cristal y fuera obligada a condensarse. Guiño más los ojos y me doy cuenta de que ya no hay dedos protruyendo de ella. De hecho, ha dejado por completo de moverse hacia delante. Como otros horrores que he presenciado en la arena, ha llegado al final de su territorio. O eso o los Vigilantes han decidido no matarnos todavía.
Se ha parado. Intento decir, pero de mi boca hinchada sólo sale un horrible graznido.
Se ha parado. Digo de nuevo, y esta vez debo de haber sido más clara, porque tanto Peeta como Finnick giran la cabeza hacia la niebla. Ahora empieza a levantarse hacia arriba, como si fuera lentamente aspirada hacia el cielo. La miramos hasta que ha desaparecido del todo y no queda ni la más leve brizna.
Peeta rueda de encima de Finnick, que se da la vuelta sobre la espalda. Nos quedamos allí tumbados jadeando, retorciéndonos, nuestras mentes y nuestros cuerpos invadidos por el veneno. Después de que pasen unos minutos, Peeta hace un gesto vago hacia delante.
Mon-hoos. Alzo la vista y veo un par de lo que supongo que son monos. Nunca he visto un mono vivo, no hay nada así en nuestros bosques en casa. Pero debo de haber visto una foto, o uno en los Juegos, porque cuando veo las criaturas, la misma palabra me viene a la mente. Pienso que estos tienen pelaje naranja, aunque es difícil decirlo, y son la mitad de altos que un humano medio. Doy por hecho que los monos son una buena señal. Seguro que no andarían por allí si el aire fuera letal. Durante un rato, nos observamos en silencio los unos a los otros, humanos y monos. Después Peeta consigue ponerse de rodillas y gatea pendiente abajo. Todos gateamos, ya que andar ahora parece un logro tan formidable como volar; nos arrastramos hasta que las viñas dan paso a una estrecha banda de playa arenosa y el agua cálida que rodea la Cor nucopia empapa nuestros rostros. Me aparto de un salto como si hubiera tocado fuego.
Frotar sal en una herida. Por primera vez aprecio de verdad la expresión, porque la sal del agua hace que el dolor de mis heridas sea tan cegador que casi me desmayo. Pero hay otra sensación, de que algo sale. Experimento poniendo con cautela sólo la mano en el agua. Una tortura, sí, pero después menos. Y a través de la capa azul de agua, veo una sustancia lechosa saliendo de las heridas de mi piel. A medida que la blancura disminuye, también lo hace el dolor. Me desabrocho el cinturón y me quito el mono, que es poco más que un felpudo agujereado. Mis zapatos y ropa interior están inexplicablemente intactos. Poco a poco, una pequeña porción de miembro cada vez, escurro el veneno de mis heridas. Peeta parece estar haciendo lo mismo. Pero Finnick se apartó del agua nada más tocarla por primera vez y está tumbado bocabajo en la arena, o no queriendo o no pudiendo purgarse.
Finalmente, cuando he sobrevivido a lo peor, después de abrir los ojos bajo el agua, de aspirar agua al interior de mis senos y soltarla, e incluso haciendo gárgaras repetidas veces para limpiarme la garganta, estoy lo bastante funcional como para ayudar a Finnick. Algo de sensación ha vuelto a mi pierna, pero mis brazos aún están siendo atacados por espasmos. No puedo arrastrar a Finnick hasta el agua, y en cualquier caso el dolor posiblemente lo mataría.
Así que cojo puñados de agua entre sacudidas y los vacío sobre sus puños. Ya que no está bajo el agua, el veneno sale de sus heridas tal y como entró, en briznas de niebla que evito con mucho cuidado. Peeta se recupera lo suficiente como para ayudarme. Corta el mono de Finnick para sacárselo. En algún sitio encuentra dos conchas que funcionan mucho mejor que nuestras manos. Nos concentramos en empezar primero con los brazos de Finnick, ya que están tan dañados, e incluso aunque sale un montón de sustancia de ellos, parece no darse cuenta. Sólo se queda allí tumbado, con los ojos cerrados, soltando algún gemido ocasional.
Miro a mi alrededor con una creciente consciencia de lo peligrosa que es la posición en la que nos encontramos. Es de noche, sí, pero esta luna proporciona demasiada luz como para ocultarnos. Tenemos suerte de que nadie nos haya atacado todavía. Podríamos verlos venir desde la Cor nucopia, pero si los cuatro Profesionales atacaran a la vez, podrían con nosotros.
Si no nos vieran primero, los gemidos de Finnick nos delatarían pronto.
Tenemos que conseguir meter más de él en el agua. Susurro. Pero no podemos meterlo por la cabeza, no cuando está en esta condición. Peeta asiente hacia los pies de Finnick. Cada uno coge uno, y lo giramos ciento ochenta grados, y empezamos a arrastrarlo hacia el agua salada. Sólo unos centímetros de cada vez. Sus tobillos. Esperamos unos minutos.
Hasta la mitad de la pantorrilla. Esperamos. Las rodillas. Nubes blancas salen de su piel y gime.
Seguimos desintoxicándolo, poco a poco. Lo que descubro es que cuanto más me siento en el agua, mejor me encuentro. No sólo mi piel, sino que el control de mi mente y mis músculos siguen mejorando. Puedo ver la cara de Peeta empezar a regresar a la normalidad, su párpado abriéndose, la mueca dejando su boca.
Finnick empieza a volver lentamente a la vida. Sus ojos se abren, se enfocan en nosotros, y registran la consciencia de que está siendo ayudado. Apoyo su cabeza en mi regazo y lo dejamos en remojo unos diez minutos con todo sumergido del cuello para abajo. Peeta y yo intercambiamos una sonrisa cuando Finnick levanta los brazos sobre el agua de mar.
Ya sólo queda tu cabeza, Finnick. Esa es la peor parte, pero te sentirás mucho mejor después, si puedes soportarlo. Dice Peeta. Lo ayudamos a sentarse y dejamos que aferre nuestras manos mientras purga sus ojos y nariz y boca. Su garganta aún está demasiado afectada para hablar.
Voy a intentar abrir un grifo en un árbol. Digo. Mis dedos desabrochan mi cinturón torpemente y descubro que el spile aún está colgando de su viña.
Déjame que haga el agujero antes. Dice Peeta. Tú quédate con él. Eres tú la curandera.
Es una broma, pienso. Pero no lo digo en voz alta, ya que Finnick tiene bastante con lo que lidiar. Él se llevó la peor parte de la niebla, aunque no estoy muy segura de por qué. Tal vez porque es el más grande o porque fue el qué más esfuerzo tuvo que hacer. Y después, claro, está Mags. Aún no entiendo qué pasó allí. Por qué esencialmente la abandonó para llevar a Peeta. Por qué no sólo ella no lo cuestionó, sino que corrió derecha hacia la niebla sin vacilar ni un instante. ¿Fue porque ya era tan vieja que en cualquier caso sus días ya estaban contados? ¿Pensaban ellos que sería más probable que Finnick ganase si nos tenía a Peeta y a mí como aliados? El aspecto demacrado del rostro de Finnick me indica que ahora no es el momento de preguntar.
En vez de eso trato de recomponerme. Rescato mi insignia del sinsajo de mi mono arruinado y la coloco en la tira de mi camiseta interior. El cinturón de flotación debe de ser resistente al ácido, porque está como nuevo. Sé nadar, así que el cinturón de flotación no es realmente necesario, pero Brutus bloqueó mi flecha con el suyo, así que me lo pongo de nuevo, pensando que tal vez ofrezca algo de protección. Me suelto el pelo y me lo peino con los dedos, raleándolo considerablemente ya que las gotitas de niebla lo dañaron. Después vuelvo a trenzar lo que queda de él.
Peeta ha encontrado un buen árbol a unos diez metros de la estrecha banda de playa.
Apenas podemos verlo, pero el sonido de su cuchillo contra el tronco de madera es más claro que el agua. Me pregunto qué pasó con el punzón. Mags debió de soltarlo o bien llevarlo a la niebla con ella. En cualquier caso, está perdido.
Me he movido un poco más adentro en la orilla, flotando alternativamente sobre la barriga y la espalda. Si el agua de mar nos curó a Peeta y a mí, parece haber transformado completamente a Finnick. Empieza a moverse lentamente, sólo probando sus extremidades, y gradualmente empieza a nadar. Pero no es como yo nadando, las brazadas rítmicas, el paso ágil. Es como mirar a un extraño animal marino volviendo a la vida. Bucea y vuelve a la superficie, echa agua por la boca, da más y más vueltas en un extraño movimiento de destornillador que me marea sólo de mirar. Y después, cuando ha estado tanto tiempo bajo el agua que estoy segura de que se ha ahogado, su cabeza sale justo a mi lado y me sobresalto.
No hagas eso. Digo. ¿Qué? ¿Subir o quedarme abajo?
Los dos. Ninguno. Da igual. Sólo ponte bien a remojo y compórtate. O ya que te sientes tan bien, vayamos a ayudar a Peeta.
En sólo el corto tiempo que lleva cruzar al borde de la selva, me doy cuenta del cambio.
Achácaselo a los años de caza, o tal vez mi oído reconstruido sí funciona un poco mejor de lo que nadie pretendía. Pero siento la masa de cuerpos cálidos pendiendo sobre nosotros. No necesitan hacer ruido ni gritar. La mera respiración de tantos seres en suficiente.
Toco el brazo de Finnick y sigue mi mirada hacia arriba. No sé cómo llegaron tan silenciosamente. Tal vez no lo hicieron. Hemos estado muy absortos restaurando nuestros cuerpos. Durante ese tiempo se han reunido. No cinco ni diez sino veintenas de monos cuelgan de las ramas de los árboles de la selva. El par que vimos cuando escapamos de la niebla parecía un comité de bienvenida. Esta multitud parece ominosa.
Armo mi arco con dos flechas y Finnick ajusta su tridente en la mano.
Peeta. Digo con tanta calma como puedo. Necesito que me ayudes con algo.
Vale, sólo un minuto. Creo que ya casi lo tengo. Dice, aún ocupado con el árbol. Sí, ahí. ¿Tienes el spile?
Sí. Pero hemos encontrado algo a lo que es mejor que le eches un vistazo. Continúo con voz mesurada. Tú sólo muévete hacia nosotros en silencio, para que no lo sobresaltes.
Por alguna razón, no quiero que se dé cuenta de los monos, ni siquiera que mire en su dirección. Son criaturas que interpretan el mero contacto visual como una agresión.
Peeta se vuelve hacia nosotros, jadeando por su trabajo en el árbol. El tono de mi pregunta es tan raro que ya lo ha advertido de alguna irregularidad.
Vale. Dice casualmente. Empieza a moverse a través de la selva, y aunque sé que está intentando de verdad ser silencioso, este nunca ha sido su punto fuerte, incluso cuando tenía dos buenas piernas. Pero está bien, se está moviendo, los monos siguen en sus posiciones.
Sólo está a cinco metros de la playa cuando los siente. Sus ojos sólo miran hacia arriba un segundo, pero es como si hubiera activado una bomba. Los monos explotan en una masa ensordecedora de pelo naranja y convergen sobre él.
Nunca he visto a ningún animal moverse tan rápido. Se deslizan por las viñas como si estuvieran engrasadas. Saltan distancias imposibles de árbol a árbol. Colmillos al descubierto, garras afiladas como cuchillas. Tal vez no esté familiarizada con los monos, pero los animales no actúan así en la naturaleza. ¡Mutos! Grito mientras Finnick y yo nos lanzamos a la vegetación.
Sé que cada flecha tiene que contar, y lo hace. En la inquietante luz, derribo mono tras mono, apuntando a ojos y corazones y gargantas, para que cada disparo signifique una muerte. Pero aún así no sería suficiente sin Finnick ensartando a las bestias como si de peces se tratara y lanzándolas a un lado, y Peeta acuchillándolas. Siento garras en mi pierna, en mi espalda, antes de que alguien acabe con el atacante. El aire se espesa con plantas pisoteadas, el olor de la sangre, y el olor a moho de los monos. Peeta, Finnick y yo nos colocamos en triángulo, a pocos metros de distancia, dándonos las espaldas. Mi corazón se encoge cuando mis dedos cogen la última flecha. Después recuerdo que Peeta también tiene un carcaj. Y no está disparando, está dando tajos con su cuchillo. Ahora mi propio cuchillo está fuera, pero los monos son más rápidos, pueden saltar dentro y fuera de tu alcance tan rápido que apenas puedes reaccionar. ¡Peeta! Grito. ¡Tus flechas!
Peeta se gira para ver mi apuro y está sacándose el carcaj cuando sucede. Un mono salta desde un árbol a por su pecho. No tengo flechas, ninguna forma de disparar. Puedo oír el sonido del tridente de Finnick encontrando otro objetivo y sé que su arma está ocupada. El brazo del cuchillo de Peeta está incapacitado mientras intenta sacarse el carcaj. Le lanzo mi cuchillo al muto pero la criatura da una voltereta, evitando la hoja, y sigue en su trayectoria.
Sin armas, sin defensa, hago lo único que se me ocurre. Corro hacia Peeta, para derribarlo al suelo, para proteger su cuerpo con el mío, incluso aunque sé que no llegaré a tiempo.
Sin embargo, ella sí. Materializándose, parece, de la nada. En un momento en ninguna parte, al siguiente tambaleándose delante de Peeta. Ya ensangrentada, la boca abierta en un agudo chillido, las pupilas dilatadas de forma que sus ojos parecen agujeros negros.
La morphling insana del Distrito 6 levanta sus brazos esqueléticos como si fuera a abrazar al mono, y este hunde sus colmillos en su pecho.
2 comentarios:
no ese peeta siempre lo muestran como un pelado debil
por que peeta siempre parece ser el debil
Publicar un comentario