22
Peeta deja caer el carcaj y entierra el cuchillo en la espalda del mono, apuñalándolo una y otra y otra vez hasta que afloja la mandíbula. Aparta el muto de una patada, preparándose para más. Yo ahora tengo sus flechas, un arco cargado, y a Finnick a mis espaldas, respirando con fuerza pero no activamente ocupado. ¡Venid, entonces! ¡Venid! Grita Peeta, jadeando de furia. Pero algo les ha pasado a los monos. Están retirándose, subiéndose a los árboles, desvaneciéndose en la selva, como si los llamara alguna voz no oída. Las voces de los Vigilantes, diciéndoles que esto es suficiente.
Cógela. Le digo a Peeta. Nosotros te cubrimos.
Peeta levanta con cuidado a la morphling y la lleva los últimos pocos metros hasta la playa mientras Finnick y yo mantenemos nuestras armas preparadas. Pero salvo por las carcasas naranjas en el suelo, los monos se han ido. Peeta deja a la morphling en la arena. Yo corto el material sobre su pecho, revelando las cuatro profundas incisiones punzantes. La sangre sale de ellas lentamente, haciéndolas parecer mucho menos letales de lo que son. El daño de verdad está dentro. Por la posición de las aberturas, estoy segura de que la bestia rompió algo vital, un pulmón, tal vez incluso el corazón.
Está tumbada sobre la arena, jadeando como un pez fuera del agua. Piel flácida, enfermizamente verde, sus costillas son tan prominentes como las de un niño muerto por desnutrición. Claro que ella podía permitirse la comida, pero se echó al morphling igual que Haymitch se echó a la bebida, supongo. Todo en ella habla de desperdiciosu cuerpo, su vida, la mirada vacante en sus ojos. Sostengo una de sus manos temblorosas, no sabiendo si se mueve por el veneno que afectó a nuestros nervios, el shock del ataque, o el síndrome de abstinencia por la droga que era su sustento. No hay nada que podamos hacer. Nada salvo quedarnos con ella mientras muere.
Yo vigilaré los árboles. Dice Finnick antes de marcharse. A mí también me gustaría marcharme, pero ella aferra mi mano con tanta fuerza que tendría que desasir sus dedos uno a uno, y no tengo la fuerza necesaria para esa clase de crueldad. Pienso en Rue, cómo tal vez podría cantar una canción o algo. Pero ni siquiera sé el nombre de la morphling, mucho menos si le gustan las canciones. Sólo sé que se está muriendo.
Peeta se agacha a su otro lado y le acaricia el pelo. Cuando empieza a hablar en voz suave, casi no parece tener sentido, pero las palabras no van dirigidas a mí.
En casa, con mi maletín de pinturas, puedo hacer todos los colores imaginables. Rosa.
Tan pálido como la piel de un bebé. O tan profundo como el ruibarbo. Verde como la hierba en primavera. Azul que resplandece como el hielo sobre el agua.
La morphling mira a Peeta a los ojos, aferrándose a sus palabras.
Una vez, me pasé tres días mezclando pintura hasta que encontré el tono adecuado de la luz del sol sobre pelaje blanco. Verás, no dejaba de pensar que era amarillo, pero era mucho más que eso. Capas de todo tipo de colores. Una por una. Dice Peeta.
La respiración de morphling se está haciendo más y más superficial. Su mano libre chapotea en la sangre de su pecho, haciendo esos círculos pequeños con los que tanto le gustaba pintar.
Aún no he conseguido un arco iris. Vienen tan rápido y se van tan pronto. Nunca he tenido tiempo suficiente para capturarlos. Sólo un poco de azul por aquí o morado por allá. Y después se desvanecen de nuevo. De vuelta al aire. Dice Peeta.
La morphling parece fascinada por las palabras de Peeta. Cautivada. Levanta una mano temblorosa y pinta lo que creo que tal vez sea una flor en la mejilla de Peeta.
Gracias. Susurra él. Es precioso.
Durante un instante, el rostro de la morphling se ilumina con una amplia sonrisa y hace un pequeño sonido chillón. Después su mano mojada en sangre cae de nuevo sobre su pecho, suelta un último soplo de aire, y suena el cañón. El agarre sobre mi mano se afloja.
Peeta la lleva en brazos hasta el agua. Regresa y se sienta a mi lado. La morphling flota hacia la Cor nucopia durante un rato, después aparece el aerodeslizador y baja una garra con cuatro patas, la cubre, la lleva hacia el cielo nocturno, y se va.
Finnick se nos une, su puño lleno de mis flechas todavía húmedas de sangre de mono. Las deja caer a mi lado en la arena.
Pensé que las querrías.
Gracias. Digo. Camino hacia el agua y limpio la sangre, de mis armas, de mis heridas.
Para cuando regreso a la selva a recoger algo de musgo con el que secarlas, todos los cuerpos de los monos se han desvanecido. ¿A dónde han ido? Pregunto.
No lo sabemos exactamente. Las viñas se movieron y después se habían ido. Dice Finnick.
Nos quedamos mirando a la selva, entumecidos y exhaustos. En la tranquilidad, me doy cuenta de que sobre los puntos donde las gotitas de niebla tocaron mi piel se han formado costras. Han dejado de doler y empezado a picar. Intento pensar en esto como en una buena señal. De que están curando. Miro a Peeta, a Finnick, y veo que los dos se están rascando sus caras dañadas. Sí, incluso la belleza de Finnick se ha estropeado esta noche.
No os rasquéis. Digo, deseando desesperadamente rascarme yo también. Pero sé que es lo que aconsejaría mi madre. Sólo traeréis infección. ¿Creéis que es seguro intentarlo otra vez con el agua?
Nos abrimos camino hasta el árbol que Peeta había estado perforando. Finnick y yo nos quedamos con las armas listas mientras él mete el spile, pero no aparece ninguna amenaza.
Saciamos nuestra sed, dejamos que el agua tibia corra por el picor de nuestros cuerpos.
Llenamos un puñado de conchas con agua potable y volvemos a la playa.
Aún es de noche, aunque no pueden faltar muchas horas para el amanecer. A no ser que los Vigilantes lo quieran así. ¿Por qué no descansáis un poco vosotros dos? Digo. Yo montaré guardia un rato.
No, Katniss, preferiría hacerlo yo. Dice Finnick. Lo miro a los ojos, veo su cara, y me doy cuenta de que apenas consigue contener las lágrimas. Mags. Lo menos que puedo hacer es darle privacidad para que llore su muerte.
Está bien, Finnick, gracias. Digo. Me acuesto en la arena con Peeta, que se duerme al instante. Yo me quedo mirando a la noche, pensando en qué diferencia supone un día. Cómo ayer por la mañana, Finnick estaba en mi lista para matar, y ahora estoy dispuesta a dormir con él como mi guarda. Salvó a Peeta y dejó morir a Mags y no sé por qué. Sólo que nunca podré equilibrar la balanza entre nosotros. Todo lo que puedo hacer de momento es irme a dormir y dejar que él llore en paz. Y así hago.
Es media mañana cuando vuelvo a abrir los ojos. Peeta aún está dormido a mi lado. Sobre nosotros, una estera de hierba suspendida sobre ramas protege nuestras caras de la luz del sol. Me siento y veo que las manos de Finnick no han sido perezosas. Dos cuencos entretejidos están llenos de agua fresca. Un tercero contiene un batiburrillo de mariscos.
Finnick está sentado en la arena, abriéndolos con una piedra.
Están mejor frescos. Dice, arrancando un pedazo de carne rosa de la concha y metiéndoselo en la boca. Sus ojos todavía están hinchados pero finjo no darme cuenta.
Mi estómago empieza a gruñir ante el olor de comida y cojo uno. La visión de mis uñas, llenas de sangre, me detiene. Me he estado rascando mientras dormía.
Ya sabes, si te rascas traerás infección. Dice Finnick.
Eso es lo que he oído. Digo. Voy al agua salada y me limpio la sangre, intentando decidir qué es lo que odio más, el dolor o el picor. Cuando estoy llena, voy otra vez a la playa a pisotones, levanto la cabeza, y espeto Eh, Haymitch, si no estás demasiado borracho, no nos vendría nada mal algo para la piel.
Es casi gracioso lo rápido que aparece el paracaídas sobre mí. Alzo la mano y el tubo aterriza de lleno en mi mano abierta.
Ya iba siendo hora. Digo, pero no puedo seguir frunciendo el ceño. Haymitch. Lo que no daría yo por cinco minutos de conversación con él.
Me dejo caer sobre la arena junto a Finnick y desenroscó la tapa del tubo. Dentro hay un ungüento espeso y oscuro con un olor pungente, una combinación de alquitrán y agujas de pino. Arrugo la nariz cuando estrujo un pegote de la medicina sobre mi palma y empiezo a masajearla sobre mi pierna. Un sonido de placer se escapa de mi boca cuando la cosa erradica el picor. También tiñe mi piel llena de costras de un horrendo gris verdoso. Mientras empiezo con la otra pierna le lanzo el tubo a Finnick, que me mira dubitativo.
Es como si te estuvieras descomponiendo. Dice Finnick. Pero supongo que gana el picor, porque después de un minuto Finnick también empieza a tratar su propia piel. Es verdad, la visión de la combinación de las costras y el ungüento es espantosa. No puedo evitar regocijarme en su angustia.
Pobre Finnick. ¿Es esta la primera vez en tu vida que no estás guapo? Digo.
Debe de ser. La sensación es completamente nueva. ¿Cómo te las has arreglado todos estos años?
Tú sólo evita los espejos. Te olvidarás.
No si sigo mirándote a ti.
Nos embadurnamos de pies a cabeza, incluso turnándonos para frotar el ungüento en la espalda del otro allí donde las camisetas interiores no protegen nuestra piel.
Voy a despertar a Peeta. Digo.
No, espera. Dice Finnick. Hagámoslo juntos. Pongamos la cara justo delante de la suya.
Bueno, quedan tan pocas oportunidades de diversión en mi vida, que accedo. Nos posicionamos uno a cada lado de Peeta, nos inclinamos hacia delante hasta que nuestras caras están a centímetros de su nariz, y le damos una ligera sacudida.
Peeta. Peeta, despierta. Digo con una suave voz cantarina.
Sus párpados se levantan y después da un salto como si lo hubiéramos apuñalado. ¡Ah!
Finnick y yo caemos en la arena, muriéndonos de risa. Cada vez que intentamos parar, miramos al intento de Peeta por mantener una expresión desdeñosa y volvemos a empezar.
Para cuando nos recomponemos, estoy pensando que tal vez Finnick Odair está bien. No tan vanidoso ni tan engreído como había pensado. No tan malo en absoluto, de verdad. Y justo cuando he llegado a esta conclusión un paracaídas aterriza junto a nosotros con una hogaza fresca de pan. Recordando del año pasado cómo los regalos de Haymitch tienen un mensaje, me apunto una nota. Sed amigos de Finnick. Conseguiréis comida.
Finnick gira el pan en sus manos, examinando la corteza. Un poco posesivamente. No es necesario. Tiene ese color verde de algas que siempre tiene el pan del Distrito 4. Todos sabemos que es suyo. Tal vez sólo se está dando cuenda de qué precioso es, y de que tal vez nunca vuelva a ver otra hogaza. Tal vez algún recuerdo de Mags está asociado con la corteza.
Pero todo lo que dice es:
Esto irá bien con el marisco.
Mientras yo ayudo a Peeta a cubrirse la piel con el ungüento, Finnick limpia hábilmente la carne del marisco. Nos juntamos alrededor y comemos la deliciosa carne dulce con el pan salado del Distrito 4.
Todos tenemos una apariencia monstruosael ungüento parece estar haciendo que algunas de las costras se desprendanpero me alegro por la medicina. No sólo porque proporciona un alivio del picor, sino porque también sirve de protección contra ese sol blanco fulgurante en el cielo rosa. Por su posición, estimo que deben de ser las diez en punto, que hemos estado en la arena aproximadamente un día. Once de nosotros están muertos. Trece vivos. En algún sitio en la selva, se esconden otros diez. Tres o cuatro son los Profesionales. No me siento por la labor de intentar recordar quiénes son los otros.
Para mí, la selva ha pasado rápidamente de ser un lugar de protección a una trampa siniestra. Sé que en algún momento nos veremos obligados a retornar a sus profundidades, ya sea para cazar o para ser cazados, pero de momento tengo pensado que nos quedemos en nuestra pequeña playa. Y no oigo que Peeta o Finnick sugieran que hagamos de otro modo.
Durante un rato la selva parece casi estática, zumbando, vibrando, pero no haciendo alarde de sus peligros. Después, de la distancia, llegan gritos. Enfrente a nosotros, una cuña de la selva empieza a vibrar. Una inmensa ola aparece en la cumbre de la colina, por encima de los árboles y bajando estruendosamente por la pendiente. Golpea la existente agua salada con semejante fuerza que, incluso aunque nosotros estamos tan lejos de ella como podemos, la espuma sube y nos llega hasta las rodillas, poniendo a flote nuestras posesiones. Entre los tres nos las arreglamos para cogerlo todo antes de que se lo lleve el agua, excepto nuestros monos llenos de sustancias químicas, que están tan destrozados que a nadie le importa si los perdemos.
Suena un cañón. Vemos el aerodeslizador aparecer sobre el área donde empezó la ola y arrancar un cuerpo de entre los árboles. Doce, pienso.
El círculo de agua se calma lentamente, habiendo absorbido la ola gigante. Recolocamos nuestras cosas de nuevo sobre la arena húmeda y estamos a punto de asentarnos cuando las veo. Tres figuras, a unos dos radios de distancia, andando a trompicones hacia la playa.
Allí. Digo en voz baja, asintiendo en dirección a los recién llegados. Peeta y Finnick siguen mi mirada. Como si por un acuerdo previo, todos volvemos a desaparecer entre las sombras de la selva.
El trío está en mala formapuedes verlo al instante. Uno está siendo prácticamente arrastrado por un segundo, y el tercero vaga en círculos, como si estuviera loco. Están cubiertos de un intenso color rojo, como si hubieran sido cubiertos de pintura y puestos a secar. ¿Quiénes son esos? Pregunta Peeta. ¿O qué? ¿Mutaciones?
Preparo una flecha, lista para un ataque. Pero todo lo que pasa es que el que está siendo arrastrado se desploma sobre la playa. El que lo arrastraba golpea el suelo con frustración y, en un aparente arrebato, se da la vuelta y le da una buena sacudida al loco que daba vueltas.
El rostro de Finnick se ilumina. ¡Johanna! Grita, y corre hacia las cosas rojas. ¡Finnick! Oigo responder a la voz de Johanna.
Intercambio una mirada con Peeta. ¿Ahora qué? Pregunto.
No podemos dejar a Finnick. Dice.
Supongo que no. Vamos, entonces. Digo en tono rezongón, porque incluso si hubiera tenido una lista de aliados, Johanna Mason definitivamente no habría estado en ella. Los dos juntos bajamos por la playa hasta donde Finnick y Johanna acaban de reencontrarse. Cuando nos acercamos, veo a sus compañeros, y me lleno de confusión. Ese es Beetee sobre el suelo bocarriba y Wiress, que vuelve a estar de pie, sigue dando vueltas. Tiene a Wiress y Beetee. ¿Nuts y Volts? Dice Peeta, igualmente intrigado. Tengo que oír ya qué es lo que ha pasado.
Cuando los alcanzamos, Johanna está gesticulando hacia la selva y hablando muy rápido con Finnick.
Pensamos que era lluvia, ya sabes, por los rayos, y estábamos todos muertos de sed.
Pero cuando empezó a caer, resultó ser sangre. Sangre espesa y caliente. No podías ver, no podías hablar sin llenarte la boca. No podíamos hacer más que andar a trompicones por ahí, y fue entonces cuando Blight golpeó el campo de fuerza. (NdT: blight significa plaga) Lo siento, Johanna. Dice Finnick. Me lleva un momento situar a Blight. Creo que era el compañero de Johanna del Distrito 7, pero apenas si recuerdo verlo. Ahora que lo pienso, creo que ni siquiera apareció por el entrenamiento.
Sí, bueno, no era mucho, pero era de casa. Dice ella. Y me dejó sola con estos dos.
Le da un empujoncito a Beetee, que apenas si está consciente, con el zapato. Él recibió una cuchillada en la espalda en la Cor nucopia. Y ella…
Todos nos volvemos hacia Wiress, que está dando vueltas, cubierta de sangre seca, y murmurando:
Tic, tac. Tic, tac.
Sí, lo sabemos. Tic, tac. Nuts está en shock. Dice Johanna. Esto parece atraer a Nuts en su dirección y después se echa sobre Johanna, que la tira con dureza a la arena. Tú sólo quédate abajo, ¿sí?
Déjala en paz. Espeto.
Johanna me mira con odio con los ojos convertidos en dos finas ranuras. ¿Déjala en paz? Sisea. Da un paso hacia delante antes de que yo pueda reaccionar y me da un bofetón tal que veo las estrellas. ¿Quién te crees tú que los sacó de esa selva sangrante para ti? Tú… Finnick se lanza su cuerpo, que no deja de retorcerse, sobre el hombro, y la lleva al agua y la sumerge repetidamente mientras ella me grita un montón de cosas muy insultantes. Pero no disparo. Porque está con Finnick y por lo que dijo, de cogerlos para mí. ¿Qué quería decir? ¿Que los cogió para mí? Le pregunto a Peeta.
No lo sé. Pero sí que los querías originalmente. Me recuerda.
Sí, los quería. Originalmente. Pero eso no responde nada. Bajo la vista al cuerpo inerte de Beetee. Pero no los tendré mucho tiempo a no ser que hagamos algo.
Peeta levanta a Beetee en brazos y yo cojo a Wiress de la mano y volvemos a nuestro pequeño campamento de la playa. Siento a Wiress en la orilla para que se pueda lavar un poco, pero ella sólo cierra con fuerza las manos y de vez en cuando murmura "Tic, tac."
Desabrocho el cinturón de Beetee y encuentro unido un pesado cilindro metálico al lateral con una cuerda de viñas. No sé lo que es, pero si él pensaba que valía la pena salvarlo, no seré yo quien lo pierda. Lo lanzo sobre la arena. Las ropas de Beetee están pegadas a él con sangre, así que Peeta lo sostiene en el agua mientras yo las aflojo. Lleva un rato sacar el mono, y cuando encontramos su ropa interior también está saturada de sangre. No hay más opción que desnudarlo para limpiarlo, pero tengo que decir que esto ya no me impresiona tanto como antes. Este año la mesa de nuestra cocina ha estado llena de tantos hombres desnudos. Se puede decir que te acostumbras después de un tiempo.
Colocamos en el suelo la estera de Finnick y tumbamos a Beetee sobre el estómago para poder examinarle la espalda. Hay un tajo de unos quince centímetros de largo desde su omóplato hasta por debajo de las costillas. Afortunadamente no es muy profundo. Sin embargo, perdió un montón de sangrelo puedes ver por la palidez de su piely aún está manándole de la herida.
Me siento sobre los talones, intentando pensar. ¿Qué tengo para trabajar? ¿Agua salada?
Me siento como mi madre cuando su primera línea de defensa para tratarlo todo era nieve.
Miro hacia la selva. Me apuesto que habría toda una farmacia allí si sólo supiera cómo usarla.
Pero estas no son mis plantas. Después pienso en el musgo que Mags me dio para sonarme la nariz.
Ahora mismo vuelvo. Le digo a Peeta. Afortunadamente la cosa parece ser bastante común en la selva. Arranco un puñado de los árboles cercanos y lo llevo de nuevo a la selva.
Formo una almohadilla gruesa con el musgo, la coloco sobre el corte de Beetee, y lo aseguro atándole viñas alrededor del cuerpo. Hacemos que beba algo de agua y después lo llevamos hasta la sombra en el borde de la selva.
Creo que eso es todo lo que podemos hacer. Digo.
Está bien. Eres buena con esto de curar. Dice él. Lo llevas en la sangre.
No. Digo, sacudiendo la cabeza. Yo heredé la sangre de mi padre. La clase que se acelera durante una cacería, no una epidemia. Voy a ver a Wiress.
Tomo un puñado del musgo para usar como trapo y voy junto a Wiress en la orilla. No se resiste cuando le saco la ropa, cuando froto la sangre de su piel. Pero sus ojos están dilatados de miedo, y cuando hablo, no responde excepto para decir, con una urgencia en aumento:
"Tic, tac." Parece estar intentando decirme algo, pero sin Beetee para explicar sus pensamientos, no consigo entender.
Sí, tic, tac. Tic, tac. Digo. Esto parece calmarla un poco. Lavo su mono hasta que casi no queda rastro de sangre, y la ayudo a ponérselo de nuevo. No está dañado como estaban los nuestros. Su cinturón está bien, así que también se lo abrocho. Después coloco su ropa interior, junto a la de Beetee, bajo unas rocas, y dejo que se empape bien.
Para cuando he aclarado el mono de Beetee, una reluciente Johanna y un Finnick en proceso de descamación se nos han unido. Johanna bebe agua a grandes tragos y se atiborra de marisco mientras yo intento que Wiress coma algo. Finnick habla de la niebla y los monos con una voz distante, casi clínica, evitando el detalle más importante de la historia.
Todos se ofrecen a montar guardia mientras los demás descansan, pero al final, somos Johanna y yo quienes nos quedamos despiertas. Yo porque estoy muy descansada, ella porque simplemente se niega a acostarse. Las dos nos sentamos en silencio en la playa hasta que los demás se han dormido.
Johanna mira a Finnick, para asegurarse, después se vuelve hacia mí. ¿Cómo perdisteis a Mags?
En la niebla. Finnick tenía a Peeta. Yo tuve a Mags durante un tiempo. Después no podía levantarla. Finnick dijo que no podía con los dos. Ella lo besó y caminó derecha hacia el veneno.
Era la mentora de Finnick, ya lo sabes. Dice Johanna, acusadora.
No, no lo sabía. Digo yo.
Era la mitad de su familia. Dice un momento después, pero hay menos veneno en su voz.
Miramos el agua chocar contra la ropa interior.
Así que ¿qué estabas haciendo tú con Nuts y Volts? Pregunto.
Te lo he dicho, los cogí para ti. Haymitch dijo que si íbamos a ser aliadas tenía que traértelos Dice Johanna. Eso es lo que le dijiste, ¿verdad?
No, pienso. Pero asiento con la cabeza.
Gracias. Aprecio el gesto.
Eso espero. Me dedica una mirada llena de odio, como si yo fuera la carga más pesada posible en su vida. Me pregunto si es así cómo se siente el tener una hermana mayor que te odia de verdad.
Tic, tac. Oigo detrás de mí. Me giro y veo que Wiress ha gateado hasta aquí. Sus ojos están enfocados en la selva.
Oh, Señor, aquí vuelve. Vale, me voy a dormir. Tú y Nuts podéis montar guardia juntas.
Dice Johanna. Se marcha y se echa al lado de Finnick.
Tic, tac. Susurra Wiress. La guío delante de mí y hago que se tumbe, acariciándole el brazo para tranquilizarla. Se duerme, removiéndose con inquietud, de vez en cuando suspirando su frase. Tic, tac.
El sol se alza en el cielo hasta que está directamente sobre nosotros. Debe de ser mediodía, pienso sin prestarle mucha atención. No es que eso importe. Al otro lado del agua, hacia la derecha, veo el inmenso fogonazo cuando el rayo golpea el árbol y la tormenta eléctrica empieza de nuevo. Justo en la misma área que anoche. Alguien debe de haber entrado en su zona, apretando el gatillo de su ataque. Me siento durante un rato mirando los rayos, manteniendo a Wiress tranquila, acunada a algo parecido a la paz por el movimiento del agua.
Pienso en anoche, cómo los relámpagos empezaron justo después de las campanadas.
Tic, tac. Dice Wiress, resurgiendo a la consciencia durante un momento y después volviendo a sumergirse.
Doce campanadas anoche. Como si fuera medianoche. Después relámpagos. El sol arriba ahora. Como si fuera mediodía. Y relámpagos.
Lentamente me levanto y escaneo toda la arena. Los relámpagos allí. En la siguiente cuña vino la lluvia de sangre, donde quedaron atrapados Johanna, Wiress y Beetee. Nosotros habríamos estado en la tercera sección, justo al lado de esa, donde apareció la niebla. Y tan pronto como fue absorbida, los monos empezaron a reunirse en la cuarta. Tic, tac. Giro la cabeza al otro lado. Hace un par de horas, a eso de las diez, esa ola vino de la segunda sección a la izquierda de donde atacan ahora los relámpagos. A mediodía. A medianoche. A mediodía.
Tic, tac. Dice Wiress entre sueños. Mientras los rayos cesan y empieza la lluvia de sangre justo a su derecha, sus palabras cobran sentido de pronto.
Oh. Digo en voz baja. Tic, tac. Mis ojos barren el círculo completo de la arena y sé que tiene razón. Tic, tac. Esto es un reloj.
1 comentario:
Mi trilogía favorita!!♥ :')
Publicar un comentario