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El hombre acaba de caerse al suelo cuando un muro de uniformes blancos de agentes de la paz bloquea nuestro campo de visión. Varios de los soldados tienen armas automáticas sujetas de lado mientras nos empujan de vuelta a la puerta. ¡Ya nos vamos! Dice Peeta, empujando al agente de la paz que está haciendo presión sobre mí. Lo pillamos, ¿vale? Vamos, Katniss. Su brazo me rodea y me guía de vuelta al Edificio de Justicia. Los agentes de la paz nos siguen a uno o dos pasos de distancia. En cuanto estamos dentro, las puertas se cierran y oímos las botas de los agentes de la paz moverse otra vez hacia la muchedumbre.
Haymitch, Effie, Portia y Cinna esperan bajo una pantalla llena de estática que está montada sobre la pared, sus rostros crispados por la ansiedad. ¿Qué ha pasado? Se acerca corriendo Effie. Perdimos la señal justo después del precioso discurso de Katniss, y después Haymitch dijo que le pareció oír un disparo, y yo dije que eso era ridículo, pero ¿quién sabe? ¡En todas partes hay lunáticos!
No ha pasado nada, Effie. Sólo petardeó una camioneta vieja, eso es todo. Dice Peeta con tranquilidad.
Dos disparos más. La puerta no ahoga mucho su sonido. ¿Quién era ese? ¿La abuela de Thresh? ¿Una de las hermanas pequeñas de Rue?
Vosotros dos. Conmigo. Dice Haymitch. Peeta y yo lo seguimos, dejando atrás a los demás. Los agentes de la paz que están estacionados fuera del Edificio de Justicia se interesan poco por nuestros movimientos ahora que estamos a salvo en el interior. Ascendemos por una magnífica escalera de caracol de mármol. En la parte alta hay un largo pasillo con una alfombra raída en el suelo. Unas puertas dobles están abiertas, dándonos la bienvenida a la primera sala que encontramos. El techo debe de tener seis metros de altura. Hay diseños de fruta y flores grabados en las molduras y niños pequeños, regordetes y con alas nos miran desde arriba, desde cada ángulo. Jarrones de flores desprenden un olor empalagoso que hace que me piquen los ojos. Nuestra ropa de noche cuelga de perchas contra la pared. Este cuarto ha sido arreglado para uso nuestro, pero apenas estamos aquí lo bastante como para recoger nuestros regalos. Después Haymitch nos arranca los micrófonos del pecho, los entierra debajo del cojín de un sofá, y nos indica que le sigamos.
Por lo que yo sé, Haymitch sólo ha estado aquí una vez, cuando estaba en su Tour de la Vic toria hace décadas. Pero debe de tener una memoria impresionante o instintos muy fiables porque nos guía a través de un laberinto de escaleras torcidas y pasillos cada vez más estrechos. A veces tiene que parar y forzar una puerta. Por el chirrido de protesta de los
goznes puedes saber que hace mucho tiempo desde la última vez que fue abierta. Después de un tiempo subimos por una escalera de mano hasta una trampilla. Cuando Haymitch la empuja a un lado, nos encontramos en la cúpula del Edificio de Justicia. Es un lugar inmenso lleno de muebles rotos, pilas de libros y cuadernos de contabilidad, y armas oxidadas. La capa de polvo que lo cubre todo es tan gruesa que se ve claramente que no ha sido molestada en años. La luz lucha por filtrarse a través de cuatro tristes ventanas cuadradas situadas a los lados de la cúpula. Haymitch le da una patada a la trampilla para que se cierre y se vuelve hacia nosotros. ¿Qué ha pasado? Pregunta.
Peeta relata todo lo sucedido en la plaza. El silbido, el saludo, cómo vacilamos en la galería, el asesinato del anciano. ¿Qué está pasando, Haymitch?
Será mejor si viene de ti. Me dice Haymitch.
No estoy de acuerdo. Creo que será cien veces peor si viene de mí. Pero se lo cuento todo a Peeta con tanta calma como puedo. Sobre el Presidente Snow, el nerviosismo en los distritos.
Ni siquiera omito el beso con Gale. Expongo cómo todos estamos en peligro, cómo todo el país está en peligro por mi truco con las bayas.
Se suponía que debía arreglar las cosas en este tour. Hacer creer a todo aquel que tuviera dudas que había actuado por amor. Calmar las cosas. Pero obviamente, todo lo que he hecho hoy es conseguir que mataran a tres personas, y ahora todos los de la plaza serán castigados. Me encuentro tan mal que tengo que sentarme en un sofá, a pesar de los muelles y el relleno expuestos.
Entonces yo también empeoré las cosas. Dando el dinero. Dice Peeta. De repente golpea una lámpara que estaba precariamente situada sobre un cajón y la lanza al otro lado de la sala, donde se hace añicos contra el suelo. Esto tiene que parar. Ya. Este… este… juego que jugáis vosotros dos, donde os contáis secretitos el uno al otro pero me dejáis fuera a mí como si fuera demasiado intranscendente o estúpido o débil para soportarlos.
No es así, Peeta… Empiezo. ¡Es exactamente así! Me grita. ¡Yo también tengo gente que me importa, Katniss!
Familia y amigos en el Distrito Doce que estarán tan muertos como los tuyos si no hacemos bien esto. Así que, después de todo por lo que pasamos en la arena, ¿ni siquiera soy digno de que me digáis la verdad?
Siempre eres tan fiable y tan bueno, Peeta. Dice Haymitch. Tan listo sobre cómo te presentas a ti mismo ante las cámaras. No quería estropear eso.
Bueno, me has sobreestimado. Porque hoy la fastidié de veras. ¿Qué crees tú que va a pasarles a las familias de Thresh y de Rue? ¿Crees que conseguirán sus partes de nuestras ganancias? ¿Crees que les he dado un brillante futuro? ¡Porque yo creo que tendrán suerte si sobreviven a este día! Peeta lanza otra cosa por los aires, una estatua. Nunca lo he visto así.
Tiene razón, Haymitch. Digo. Fue un error no contárselo. Incluso allá en el Capitolio.
Incluso en la arena, vosotros dos teníais trabajado algún tipo de sistema, ¿verdad?
Pregunta Peeta. Ahora su voz está más calmada. Algo de lo que yo no formaba parte.
No. No oficialmente. Sólo que yo podía deducir qué es lo que Haymitch quería que hiciera según lo que enviaba, o no enviaba. Digo.
Bueno, yo nunca tuve esa oportunidad. Porque nunca me envió nada hasta que apareciste tú. Dice Peeta.
No he pensado mucho sobre esto. Cómo debe de haber parecido desde la perspectiva de Peeta cuando aparecí en la arena habiendo recibido medicina para las quemaduras y pan mientras que él, que estaba a las puertas de la muerte, no había conseguido nada. Como si Haymitch me hubiera estado manteniendo con vida a sus expensas.
Mira, chico… Empieza Haymitch.
No te molestes, Haymitch. Sé que tenías que elegir a uno de los dos. Y yo habría querido que fuera ella. Pero esto es algo distinto. Hay gente muerta ahí fuera. Más les seguirán a no ser que seamos muy buenos. Todos sabemos que yo soy mejor que Katniss delante de las cámaras. Nadie tiene que guiarme para saber qué decir. Pero tengo que saber en qué me estoy metiendo. Dice Peeta.
De ahora en adelante, estarás plenamente informado. Promete Haymitch.
Más te vale. Dice Peeta. Ni siquiera se molesta en mirarme antes de salir.
El polvo que ha levantado flota y busca nuevos lugares sobre los que posarse. Mi pelo, mis ojos, mi brillante insignia dorada. ¿Me elegiste, Haymitch? Pregunto.
Sí. ¿Por qué? Te gusta más él.
Eso es verdad. Pero recuerda, hasta que cambiaron las reglas, yo sólo podía aspirar a sacar a uno de allí con vida. Pensé que ya que él estaba decidido a protegerte, bueno, entre los tres, tal vez fuéramos capaces de traerte a casa.
Oh. Es todo lo que se me ocurre decir.
Ya verás, las elecciones que deberás tomar. Si sobrevivimos a esto. Dice Haymitch.
Aprenderás.
Bueno, hoy he aprendido una cosa. Este lugar no es una versión más grande del Distrito 12.
Nuestra valla no está vigilada y rara vez está cargada. Nuestros agentes de la paz no son bien recibidos pero son menos brutales. Nuestros apuros suscitan más cansancio que furia. Aquí en el 11, sufren con más agudeza y sienten más desesperación. El Presidente Snow tiene razón.
Una chispa podría ser suficiente para incendiarlos.
Todo está pasando demasiado rápido para que pueda procesarlo. El aviso, los disparos, el reconocimiento de que quizás haya puesto en movimiento algo de grandes consecuencias.
Todo el asunto es tan improbable. Y sería una cosa si hubiera planeado remover las cosas, pero dadas las circunstancias… ¿cómo demonios causé tantos problemas?
Vamos. Tenemos una cena a la que asistir. Dice Haymitch.
Me quedo en la ducha tanto como me lo permiten antes de tener que salir para que me arreglen. El equipo de preparación parece ignorante de los eventos del día. Todos están excitados por la cena. En los distritos son lo bastante importantes como para asistir, mientras que en el Capitolio casi nunca consiguen invitaciones para fiestas de prestigio. Mientras tratan de predecir qué platos se servirán, no dejo de ver cómo le destrozan la cabeza al anciano. Ni siquiera presto atención a lo que nadie me está haciendo hasta que estoy a punto de salir y me veo en el espejo. Un vestido sin tiras rosa pálido me roza los zapatos. Mi pelo está apartado del rostro y cayendo por mi espalda en una cascada de tirabuzones.
Cinna llega desde atrás y me coloca un reluciente chal plateado alrededor de los hombros.
Se encuentra con mi mirada en el espejo. ¿Te gusta?
Es precioso. Como siempre.
Veamos qué tal queda con una sonrisa. Dice amablemente. Es su recordatorio de que en un minuto habrá otra vez cámaras. Consigo alzar las comisuras de los labios. Allá vamos.
Cuando nos juntamos todos para bajar a cenar, me doy cuenta de que Effie no sabe nada.
Está claro que Haymitch no le ha dicho lo que pasó en la plaza. No me sorprendería que Cinna y Portia lo supieran, pero parece haber un acuerdo no hablado de dejar a Effie fuera de las malas noticias. Aunque no se tarda mucho en oír acerca del problema.
Effie repasa el horario de la noche, luego lo lanza a un lado.
Y después, menos mal, podemos subir a ese tren y salir de aquí. Dice. ¿Pasa algo malo, Effie? Pregunta Cinna.
No me gusta la forma en que hemos sido tratados. Metidos en camionetas y apartados de la plataforma. Y después, hace cosa de una hora, decidí salir a mirar alrededor del Edificio de Justicia. Soy algo así como una experta en diseño arquitectónico, sabes. Dice ella.
Oh, sí, lo he oído. Dice Portia antes de que la pausa se haga demasiado larga.
Así que, sólo estaba echando un vistazo por ahí porque las ruinas de distritos van a ser el último grito este año, cuando aparecieron dos agentes de la paz y me ordenaron volver a nuestros aposentos. ¡Uno de ellos incluso me empujó con su pistola! Dice Effie.
No puedo evitar pensar que este es el resultado directo de la desaparición de Haymitch, Peeta y mía antes durante el día. Es algo reconfortante, sin embargo, pensar que Haymitch tal vez haya tenido razón. Que nadie estaría monitorizando la cúpula polvorienta donde hablamos. Aunque me apuesto a que ahora sí lo hacen.
Effie parece tan disgustada que la abrazo espontáneamente.
Eso es horrible, Effie. Tal vez no debiéramos ir a la cena después de todo. Por lo menos hasta que se disculparan. Sé que nunca estará de acuerdo con esto, pero se anima considerablemente ante la sugerencia, ante la validación de su queja.
No, lo soportaré. Es parte de mi trabajo lidiar con los puntos altos y los bajos. Y no podemos dejar que vosotros dos os perdáis la cena. Pero gracias por el ofrecimiento, Katniss.
Effie nos ordena en formación para nuestra entrada. Primero los equipos de preparación, después ella, los estilistas, Haymitch. Peeta y yo, por supuesto, ocupamos la retaguardia.
En algún punto por debajo de nosotros, músicos empiezan a tocar. Cuando la primera onda de nuestra pequeña procesión empieza a bajar los escalones, Peeta y yo nos damos la mano.
Haymitch dice que hice mal en gritarte. Que tú sólo operabas bajo sus instrucciones.
Dice Peeta. Y no es como si yo no te hubiera ocultado cosas en el pasado.
Recuerdo el shock que había supuesto oír a Peeta confesar su amor por mí delante de todo Panem. Haymitch había sabido acerca de eso y no me lo había dicho.
Creo que yo también rompí unas cuantas cosas después de esa entrevista.
Sólo una urna. Dice él.
Y tus manos. Aunque ya no tiene sentido, ¿verdad? ¿No ser sinceros el uno con el otro?
No tiene sentido. Dice Peeta. Estamos de pie en la parte alta de las escaleras, dándole a Haymitch una ventaja de quince pasos tal y como indicó Effie. ¿De verdad fue esa la única vez que besaste a Gale?
Estoy tan sorprendida que respondo.
Sí. Con todo lo que ha pasado hoy, ¿de verdad lo estaba reconcomiendo esa pregunta?
Esos son quince. Hagámoslo. Dice.
Una luz nos golpea, y pongo la sonrisa más brillante que puedo.
Bajamos los escalones y somos absorbidos por lo que se convierte en una ronda indistinguible de cenas, ceremonias, y viajes en tren. Cada día es lo mismo. Despertarse.
Vestirse. Conducir entre muchedumbres que nos aclaman. Escuchar el discurso en nuestro honor. Dar un discurso de agradecimiento en respuesta, pero sólo el que nos dio el Capitolio, ahora nunca añadidos personales. A veces un breve tour: un vistazo al mar en un distrito, altos bosques en otro, feas fábricas, campos de trigo, refinerías malolientes. Vestirse con ropa de noche. Acudir a la cena. Tren.
Durante las ceremonias, somos solemnes y respetuosos pero siempre unidos, por nuestras manos, nuestros brazos. En las cenas, estamos al borde del delirio por nuestro mutuo amor.
Nos besamos, bailamos, nos pillan intentando escaparnos para estar a solas. En el tren, nos sentimos silenciosamente miserables mientras intentamos evaluar el efecto que estamos teniendo.
Incluso con nuestros discursos personales para aplacar el descontentoes innecesario decir que los que pronunciamos en el Distrito 11 fueron editados antes de que el evento fuera emitido en televisiónpuedes sentir algo en el aire, el murmullo de la ebullición en una pota a punto de desbordarse. No en todas partes. Algunas multitudes tienen ese aire de ganado fatigado que sé que el Distrito 12 suele proyectar en las ceremonias de los vencedores. Pero en otrosparticularmente el 8, el 4 y el 3hay una genuina euforia en los rostros de la gente cuando nos ve y, bajo la euforia, furia. Cuando gritan mi nombre, es más un grito de venganza que una aclamación. Cuando los agentes de la paz se acercan para calmar a una muchedumbre indisciplinada, esta les devuelve el empujón en vez de retraerse. Y entonces sé que no hay nada que yo hubiera podido hacer jamás para cambiar esto. Ninguna muestra de amor, aunque creíble, cambiaría esta marea. Si el que alzara esas bayas fue un acto de locura pasajera, entonces esta gente también abrazará la locura.
Cinna empieza a recoger mi ropa alrededor de la cintura. El equipo de preparación se vuelve loco por los círculos debajo de mis ojos. Effie empieza a darme pastillas para dormir, pero no funcionan. No lo bastante bien. Sólo me duermo para despertarme a pesadillas que han incrementado en número e intensidad. Peeta, que se pasa una gran parte de la noche vagando por el tren, me oye gritar mientras lucho por salir del aturdimiento de la droga que sólo prolonga los horribles sueños. Él consigue despertarme y tranquilizarme. Después se sube a la cama para sostenerme hasta que vuelvo a dormirme. Después de eso, rechazo las pastillas.
Pero cada noche lo dejo entrar en mi cama. Soportamos la oscuridad tal y como lo hacíamos en la arena, envueltos en los brazos del otro, protegiéndonos de peligros que pueden descender en cualquier momento. No pasa nada más, pero nuestro arreglo rápidamente se convierte en objeto de cotilleo en el tren.
Cuando Effie me lo menciona, pienso, Bien. Tal vez le llegue al Presidente Snow. Le digo que haremos un esfuerzo por ser más discretos, pero no lo hacemos.
Las consecutivas apariciones en el 2 y el 1 son su propia clase de horribles. Cato y Clove, los tributos del Distrito 2, tal vez hubieran llegado ambos a casa si Peeta y yo no lo hubiéramos hecho. Yo maté personalmente a la chica, Glimmer, y al chico del Distrito 1. Mientras intento evitar mirar a su familia, me entero de que su nombre era Marvel. ¿Cómo es que nunca lo supe? Supongo que antes de los Juegos no presté atención, y después no lo quise saber.
Para cuando llegamos al Capitolio, estamos desesperados. Hacemos apariciones interminables ante muchedumbres adoradoras. No hay peligro de un levantamiento aquí entre los privilegiados, entre aquellos cuyos nombres nunca se introducen en las bolas de la cosecha, aquellos cuyos hijos nunca mueren por supuestos crímenes cometidos hace generaciones. No necesitamos convencer a nadie en el Capitolio de nuestro amor, pero nos aferramos a la débil esperanza de que aún podemos llegarles a algunos de los que no pudimos convencer en los distritos. Lo que quiera que hagamos parece demasiado poco, demasiado tarde.
De vuelta en nuestras habitaciones en el Centro de Entrenamiento, yo soy la que sugiere la proposición pública de matrimonio. Peeta accede a hacerlo pero luego desaparece en su habitación durante mucho tiempo. Haymitch me dice que lo deje solo.
Creí que lo quería, de todas formas. Digo.
No así. Dice Haymitch. Él quería que fuera real.
Vuelvo a mi habitación y me acuesto debajo de las mantas, intentando no pensar en Gale y no pensando en otra cosa.
Esa noche, en el escenario delante del Centro de Entrenamiento, balbuceamos como podemos nuestras respuestas a una lista de preguntas. Caesar Flickerman, en su brillante traje azul medianoche, su pelo, párpados y labios aún teñidos de azul pastel, nos guía sin fallos en la entrevista. Cuando nos pregunta sobre el futuro, Peeta se coloca sobre una rodilla, abre su corazón, y me suplica que me case con él. Yo, por supuesto, acepto. Caesar está fuera de sí, la audiencia del Capitolio está histérica, planos de muchedumbres por todo Panem muestran un país loco de felicidad.
El Presidente Snow en persona nos hace una visita sorpresa para felicitarnos. Le da la mano a Peeta y le da una palmadita aprobadora en el hombro. A mí me abraza, envolviéndome en el olor a sangre y rosas, y planta un beso hinchado en mi mejilla. Cuando se aparta, sus dedos clavándose en mis brazos, su cara sonriendo a la mía, me atrevo a alzar las cejas. Ellas preguntan lo que mis labios no pueden. ¿Lo hice? ¿Fue suficiente? ¿Fue el renunciar a todo por ti, seguir el juego, prometer casarme con Peeta, suficiente?
Como respuesta, sacude la cabeza casi imperceptiblemente.
3 comentarios:
cada vez mas interesante :3
No lo puedo creer...... o por Dios..... que emocion!!!..... este es el momento que e estado esperando desde que empese el libro
Este es uno de mis preferidos me encanta la parte....
cada noche lo dejo entrar en mi cama. Soportamos la oscuridad tal y como lo hacíamos en la arena, envueltos en los brazos del otro, protegiéndonos de peligros que pueden descender en cualquier momento.
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