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¡No! Grito, y me arrojo hacia delante. Es demasiado tarde para detener el descenso del brazo, e instintivamente sé que no tendré poder para bloquearlo. En vez de eso me lanzo directamente entre el látigo y Gale. He levantado los brazos para proteger tanto de su cuerpo roto como sea posible, así que no hay nada para desviar el látigo. Recibo toda su fuerza a través del lado izquierdo de mi cara.
El dolor es cegador y espontáneo. Fogonazos irregulares de luz cruzan mi campo de visión y caigo de rodillas. Una mano sobre la mejilla mientras la otra impide que me caiga. Ya puedo sentir el verdugón formándose, la hinchazón cerrando mi ojo. Las piedras debajo de mí están húmedas con la sangre de Gale, el aire pesado con su olor. ¡Páralo! ¡Lo vas a matar! Chillo.
Veo fugazmente el rostro de mi asaltante. Duro, con líneas profundas, una boca cruel. Pelo gris afeitado casi hasta la no existencia, ojos tan negros que parecen ser todo pupilas, una nariz larga y recta enrojecida por el aire helado. El poderoso brazo se eleva de nuevo, con la mirada puesta en mí. Mi mano vuela a mi hombro, con hambre de una flecha, pero, por supuesto, mis armas están escondidas en el bosque. Aprieto con fuerza los dientes en anticipación al siguiente latigazo. ¡Espera! Ladra una voz. Haymitch aparece y tropieza sobre un agente de la paz que yace en el suelo. Es Darius. Un inmenso chichón morado empuja a través del pelo rojo en su frente. Está noqueado pero aún respira. ¿Qué pasó? ¿Intentó él venir en auxilio de Gale antes de que yo llegara?
Haymitch lo ignora y me levanta con brusquedad.
Oh, excelente. Su mano se cierra bajo mi barbilla, alzándola. Tiene una sesión de fotos la semana que viene posando con trajes de boda. ¿Qué se supone que debo decirle a su estilista?
Veo una chispa de reconocimiento en los ojos del hombre con el látigo. Abrigada contra el frío, mi cara libre de maquillaje, mi trenza metida sin cuidado debajo de mi abrigo, no sería fácil identificarme como la vencedora de los últimos Juegos del Hambre. Especialmente con la mitad de mi cara hinchándose. Pero Haymitch ha estado apareciendo en televisión durante años, y sería difícil de olvidar.
El hombre se apoya el látigo sobre la cadera.
Interrumpió el castigo de un criminal confeso.
Todo lo relacionado con este hombre, su voz autoritaria, su extraño acento, avisa de una amenaza peligrosa y desconocida. ¿De dónde ha venido? ¿Del Distrito 11? ¿Del mismo Capitolio? ¡No me importa si hizo explotar el maldito Edificio de Justicia! ¡Mira su mejilla! ¿Crees que eso estará listo para las cámaras en una semana? Ruge Haymitch.
La voz del hombre todavía es fría, pero puedo detectar algo de duda.
Eso no es problema mío. ¿No? Bueno, pues está a punto de serlo, amigo mío. La primera llamada que haré cuando llegue a casa será al Capitolio. Dice Haymitch. ¡Averiguaré quien te ha autorizado a estropear la cara bonita de mi vencedora!
Él estaba cazando furtivamente. ¿Qué tiene que ver con ella, en cualquier caso? Dice el hombre.
Es su primo. Ahora Peeta sostiene mi otro brazo, pero con suavidad. Y ella mi prometida. Así que si quieres llegar a él, tendrás que pasar sobre los dos.
Tal vez seamos nosotros. Las únicas tres personas en el distrito que podrían presentar una resistencia como esta. Aunque seguro que será temporal. Habrá repercusiones. Pero por el momento, todo lo que me importa es mantener a Gale con vida. El nuevo agente de la paz en jefe mira a su brigada de refuerzo. Con alivio, veo que son rostros familiares, viejos amigos del Quemador. Puedes ver en sus expresiones que no están disfrutando del espectáculo.
Una de ellos, una mujer llamada Purnia que come con regularidad en el puesto de Sae la Gra sienta, avanza un paso muy tensa.
Creo que, para una primera ofensa, el número requerido de latigazos ha sido dispensado, señor. A no ser que su sentencia sea la muerte, que sería ejecutada por el pelotón de fusilamiento. ¿Es ese el protocolo estándar aquí? Pregunta el agente de la paz en jefe.
Sí, señor. Dice Purnia, y varios otros asienten. Estoy segura de que ninguno lo sabe de verdad porque, en el Quemador, el protocolo estándar para alguien que aparece con un pavo salvaje es pujar por los muslos.
Muy bien. Entonces saca a tu primo de aquí, niña. Y si despierta, recuérdale que la próxima vez que cace furtivamente en la propiedad del Capitolio, prepararé en persona ese pelotón de fusilamiento. El agente de la paz en jefe pasa la mano a lo largo de toda la longitud del látigo, salpicándonos de sangre. Después lo enrolla en círculos rápidos y ordenados y se va.
La mayoría de los otros agentes de la paz lo siguen en incómoda formación. Un pequeño grupo se queda atrás y levanta el cuerpo de Darius por brazos y piernas. Capto la mirada de Purnia y articulo la palabra "Gracias" antes de que se vaya. No responde, pero estoy segura de que entendió.
Gale. Me vuelvo, mis manos hurgando torpemente en los nudos que unen sus muñecas. Alguien pasa un cuchillo y Peeta corta las cuerdas. Gale se derrumba en el suelo.
Mejor llevarlo a tu madre. Dice Haymitch.
No hay camilla, pero la anciana del puesto de ropa nos vende el tablero que le hace de mostrador.
Simplemente no digáis dónde lo conseguisteis. Dice, empaquetando rápidamente el resto de su mercancía. La mayor parte de la plaza se ha vaciado, el miedo ganándole a la compasión. Pero después de lo que acaba de pasar, no puedo culpar a nadie.
Para cuando hemos colocado a Gale boca abajo sobre el tablero, sólo queda un puñado de personas para llevarlo. Haymitch, Peeta y un par de mineros que trabajan en el mismo grupo que Gale lo levantan.
Leevy, una chica que vive a unas pocas casas de distancia de la mía en la Ve ta, me agarra el brazo. Mi madre mantuvo a su hermano pequeño con vida el año pasado cuando contrajo el sarampión. ¿Necesitas ayuda para volver? Sus ojos grises están asustados pero decididos.
No, pero ¿puedes traer a Hazelle? ¿Enviarla aquí? Pregunto.
Sí. Dice Leevy, volviéndose sobre los talones. ¡Leevy! Digo. No le dejes traer a los niños.
No. Me quedaré con ellos yo misma.
Gracias. Cojo la chaqueta de Gale y me apresuro detrás de los demás.
Pon algo de nieve sobre eso. Ordena Haymitch por encima del hombro. Cojo un puñado de nieve y lo presiono contra mi mejilla, calmando algo el dolor. Ahora mi ojo izquierdo está llorando con ganas, y en la luz en disminución todo lo que puedo hacer es seguir las botas delante de mí.
Mientras andamos oigo a Bristel y Thom, los compañeros de grupo de Gale, unir las piezas de la historia de lo que ha pasado. Gale debió de haber ido a la casa de Cray, como ha hecho cien veces, sabiendo que Cray siempre paga bien por un pavo salvaje. En vez de eso encontró al nuevo agente de la paz en jefe, un hombre al que oyeron a alguien llamar Romulus Thread.
Nadie sabe qué le pasó a Cray. Estaba comprando licor blanco en el Quemador esta misma mañana, aparentemente aún al mando del distrito, pero ahora no aparece por ninguna parte.
Thread arrestó a Gale de inmediato y, por supuesto, ya que estaba allí de pie sosteniendo un pavo muerto, había poco que Gale pudiera decir en defensa propia. El rumor de su apuro se extendió con rapidez. Fue llevado a la plaza, obligado a declararse culpable de su crimen, y sentenciado a un azotamiento que se llevaría a cabo de inmediato. Para cuando yo aparecí, había sido azotado por lo menos cuarenta veces. Se desmayó alrededor de la número treinta.
Menos mal que sólo tenía el pavo encima. Dice Bristel. Si hubiera llevado su caza habitual, habría sido mucho peor.
Le dijo a Thread que se lo encontró vagando por la Ve ta. Dijo que había subido por la valla y que lo apuñaló con un palo. Todavía un crimen. Pero si hubieran sabido que había estado en el bosque con armas, lo habrían matado seguro. Dice Thom. ¿Qué pasa con Darius? Pregunta Peeta.
Después de unos veinte latigazos intervino, diciendo que ya era suficiente. Sólo que no lo hizo elegante y oficial, como Purnia. Agarró el brazo de Thread y Thread lo golpeó en la cabeza con la culata del látigo. Nada bueno le espera. Dice Bristel.
No suena muy bien para ninguno de nosotros. Dice Haymitch.
Empieza a caer la nieve, espesa y húmeda, haciendo que la visibilidad sea aún más difícil.
Tropiezo en la subida a mi casa detrás de los otros, usando mis oídos más que mis ojos para guiarme. Una luz dorada colorea la nieve cuando se abre la puerta. Mi madre, que sin duda me estaba esperando después de un largo día de ausencia inexplicada, asimila la escena.
Nuevo Jefe. Dice Haymitch, y ella asiente secamente como si no hiciera falta otra explicación.
Me llena de admiración, como siempre, el verla pasar de una mujer que me llama para matar una araña a una mujer inmune al miedo. Cuando le traen a un enfermo o moribundo… este es el único momento en que creo que mi madre sabe quién es. En instantes, la larga mesa de la cocina ha sido vaciada, una tela blanca y estéril extendida sobre ella, y Gale subido encima. Mi madre vierte agua de una cafetera en un cuenco mientras le ordena a Prim que traiga una serie de sus remedios del botiquín de medicinas. Hierbas secas y tinturas y botellas compradas en tiendas. Miro sus manos, los dedos largos y finos desmenuzando esto, añadiendo gotas de aquello, dentro del cuenco. Empapando una tela en el líquido caliente mientras le da a Prim instrucciones para preparar una segunda poción.
Mi madre me mira. ¿Te cortó el ojo?
No, sólo está cerrado por la hinchazón.
Ponte más nieve en él. Instruye. Pero claramente no soy una prioridad. ¿Puedes salvarlo? Le pregunto a mi madre. No dice nada mientras escurre la tela y la sostiene en el aire para que se enfríe algo.
No te preocupes. Dice Haymitch. Solía haber muchos azotamientos antes de Cray.
Es a ella a quien se los llevábamos.
No puedo recordar un tiempo antes de Cray, un tiempo donde había un agente de la paz en jefe que usaba libremente el látigo. Pero mi madre debía de tener mi edad más o menos y debía de trabajar todavía en la botica con sus padres. Incluso entonces, debía de tener manos de curandera.
Siempre con mucho cuidado, empieza a limpiar la carne mutilada de la espalda de Gale. Me siento mareada, inútil, la nieve restante goteando desde mi guante a un charco en el suelo.
Peeta me pone en una silla y sostiene contra mi mejilla un trapo lleno con nieve fresca.
Haymitch les dice a Bristel y Thom que se vayan a casa, y lo veo apretar monedas contra sus palmas mientras se van.
No se sabe lo que pasará con vuestro grupo. Dice. Ellos asienten y aceptan el dinero.
Hazelle llega, sin aliento y sonrojada, nieve fresca en su pelo. Sin decir nada, se sienta en un taburete junto a la mesa, toma la mano de Gale, y la sostiene contra sus labios. Mi madre ni siquiera la saluda. Está ida, en esa zona especial que sólo la incluye a ella y al paciente y ocasionalmente a Prim. Los demás podemos esperar.
Incluso en sus manos expertas, lleva mucho tiempo limpiar las heridas, reparar lo que sea de la piel destrozada que pueda ser salvado, aplicar un bálsamo y un vendaje ligero. A medida que la sangre se aclara, puedo ver dónde aterrizó cada golpe del látigo y sentirlo resonar en el corte único de mi cara. Multiplico mi propio dolor una, dos, cuarenta veces y sólo tengo la esperanza de que Gale siga inconsciente. Por supuesto, eso es demasiado que pedir. Mientras se colocan las últimas vendas, un gemido se escapa de sus labios. Hazelle le acaricia el pelo y susurra algo mientras mi madre y Prim escanean su escaso almacén de analgésicos, del tipo generalmente accesible tan sólo a los médicos. Son difíciles de encontrar, caros, y siempre en demanda. Mi madre tiene que reservar los más fuertes para el peor dolor, pero ¿cuál es el peor dolor? Para mí, siempre es el dolor que está presente. Si yo estuviera al mando, esos analgésicos desaparecerían en un día porque tengo muy poca capacidad para ver sufrir. Mi madre intenta reservarlos para aquellos que están de verdad a punto de morir, para facilitarles la salida del mundo.
Ya que Gale está recuperando la consciencia, se deciden por una poción de hierbas que puede tomar por la boca.
Eso no será suficiente. Digo. Me miran. Eso no será suficiente, sé cómo se siente.
Eso apenas si acabaría con un dolor de cabeza.
Lo combinaremos con jarabe para dormir, Katniss, y se las arreglará. Las hierbas son más para la inflamación… Mi madre empieza con calma. ¡Sólo dale ya la medicina! Le grito. ¡Dásela! ¡Quién eres tú, además, para decidir cuánto dolor puede soportar!
Gale empieza a retorcerse al oír mi voz, intentando llegar a mí. El movimiento hace que sangre fresca empape sus vendajes y que un sonido agonizante salga de su boca.
Lleváosla fuera. Dice mi madre. Haymitch y Peeta literalmente me sacan a rastras de la habitación mientras le grito obscenidades. Me sujetan sobre una cama en una habitación extra hasta que dejo de luchar.
Mientras estoy allí tumbada, con lágrimas intentando salir por la ranura de mi ojo, oigo a Peeta susurrarle a Haymitch acerca del Presidente Snow, acerca del levantamiento en el Distrito 8.
Quiere que huyamos. Dice, pero si Haymitch tiene una opinión acerca de esto, no la ofrece.
Después de un rato, mi madre viene y trata mi cara. Después me sostiene la mano, acariciándome el brazo, mientras Haymitch le cuenta lo que pasó con Gale. ¿Así que está volviendo a empezar? Dice. ¿Como antes?
Por lo que parece. Responde él. ¿Quién habría dicho que íbamos sentir que se fuera el viejo Cray?
Cray no habría sido querido, en cualquier caso, por el uniforme que llevaba, pero era su hábito de atraer a jóvenes hambrientas a su cama por dinero lo que lo convertía en un objeto de odio en el distrito. En tiempos muy malos, las más hambrientas se congregarían en su puerta al caer la noche, compitiendo por ganar un puñado de monedas con las que alimentar a su familia a base de vender sus cuerpos. De haber sido yo mayor cuando murió mi padre, tal vez habría estado entre ellas. En vez de eso aprendí a cazar.
No sé exactamente qué es lo que quiere decir mi madre con lo de que las cosas están volviendo a empezar, pero estoy demasiado enfadada y dolorida para preguntar. Sin embargo, queda registrada la idea de que regresan tiempos peores, porque cuando suena el timbre, salgo disparada de la cama. ¿Quién podría ser a estas horas de la noche? Sólo hay una respuesta. Agentes de la paz.
No pueden llevárselo. Digo.
Tal vez sea a ti a quien buscan. Me recuerda Haymitch.
O a ti.
No es mi casa. Apunta Haymitch. Pero abriré la puerta.
No, yo la abriré. Dice mi madre en voz baja.
Vamos todos, sin embargo, siguiéndola por el pasillo hacia el insistente sonido del timbre.
Cuando abre la puerta, no hay una cuadrilla de agentes de la paz sino una única figura cubierta de nieve. Madge. Sostiene una cajita húmeda de cartón para que yo la coja.
Usa esto con tu amigo. Dice. Levanto la tapa de la caja, revelando media docena de viales de líquido claro. Son de mi madre. Dijo que podía llevármelos. Úsalos, por favor.
Corre de nuevo hacia la tormenta antes de que podamos detenerla.
Niña loca. Musita Haymitch mientras seguimos a mi madre a la cocina.
Lo que sea que mi madre le haya dado a Gale, yo tenía razón, no es suficiente. Sus dientes están apretados con fuerza y su piel brilla por el sudor. Mi madre llena una jeringa con el líquido claro de uno de los viales y se lo inyecta en el brazo. Casi de inmediato, su rostro empieza a relajarse. ¿Qué es esa cosa? Pregunta Peeta.
Es del Capitolio. Se llama morphling. Responde mi madre.
Ni siquiera sabía que Madge conociera a Gale. Dice Peeta.
Solíamos venderle fresas. Digo casi con enfado. Aunque, ¿por qué estoy enfadada? No porque ella haya traído la medicina, eso seguro.
Deben de gustarle mucho. Dice Haymitch.
Eso es lo que me irrita. La implicación de que hay algo entre Gale y Madge. Y no me gusta.
Es mi amiga. Es todo lo que digo.
Ahora que Gale está en manos del analgésico, todo el mundo parece desinflarse. Prim nos hace comer a todos algo de estofado y de pan. A Hazelle se le ofrece una habitación, pero tiene que ir a casa junto a los otros niños. Haymitch y Peeta están los dos dispuestos a quedarse, pero mi madre los envía también a acostarse a casa. Sabe que no tiene sentido intentarlo conmigo y me deja atendiendo a Gale mientras ella y Prim descansan.
A solas en la cocina con Gale, me siento en el taburete de Hazelle, sosteniendo su mano.
Después de un rato, mis manos encuentran su rostro. Toco partes de él que nunca antes había tenido razón de tocar. Sus pesadas cejas oscuras, la curva de su mejilla, la línea de su nariz, la depresión en la base de su cuello. Trazo el contorno de la barba en su mandíbula y finalmente llego hasta sus labios. Suaves y amplios, algo agrietados, su aliento calienta mi piel fría. ¿Todo el mundo parece más joven mientras duerme? Porque ahora mismo podría ser el niño al que me encontré en el bosque hace años, el que me acusó de robar de sus trampas.
Qué par éramossin padre, asustados, pero también ferozmente comprometidos a mantener a nuestras familias con vida. Desesperados, aunque a partir de ese día ya no solos, porque nos habíamos encontrado el uno al otro. Pienso en cien momentos en el bosque, tardes perezosas de pesca, el día en que le enseñé a nadar, aquella vez que me torcí la rodilla y él me llevó a casa. Confiando en el otro, vigilándonos mutuamente las espaldas, obligándonos mutuamente a ser valientes.
Por primera vez, invierto nuestras posiciones en mi cabeza. Imagino a Gale presentándose voluntario para salvar a Rory en la cosecha, viendo cómo lo arrancan de mi vida, convirtiéndose en el amante de una chica extraña para permanecer con vida, y después volviendo a casa con ella. Viviendo junto a ella. Prometiendo casarse con ella.
El odio que siento hacia él, hacia la chica fantasma, hacia todo, es tan real e inmediato que me ahoga. Gale es mío. Yo soy suya. Cualquier otra cosa es inconcebible. ¿Por qué hizo falta que fuera azotado hasta el límite de su vida para que me diera cuenta?
Porque soy egoísta. Soy una cobarde. Soy el tipo de chica que, cuando podría ser útil de verdad, huiría para seguir con vida y abandonaría a los que no la pudieran seguir para que sufrieran y murieran. Esta es la chica a la que Gale se encontró hoy en el bosque.
No me extraña que ganara los Juegos. Ninguna persona decente los gana jamás.
Salvaste a Peeta, pienso débilmente.
Pero ahora me cuestiono incluso eso. Sabía de sobra que mi vida de vuelta en el Distrito 12 sería imposible si dejara morir a ese chico.
Apoyo la cabeza sobre el borde de la mesa, superada por el odio hacia mí misma. Deseando haber muerto en la arena. Deseando que Seneca Crane me hubiera hecho explotar en pedacitos de la forma en que el Presidente Snow dijo que debería haber hecho cuando levanté las bayas.
Las bayas. Me doy cuenta de que la respuesta a la pregunta de quién soy depende de ese puñado de frutos venenosos. Si los levanté para salvar a Peeta porque sabía que sería marginada si volvía sin él, entonces soy despreciable. Si los levanté porque lo amaba, entonces todavía soy egocéntrica, aunque perdonable. Pero si los levanté para desafiar al Capitolio, soy alguien valioso. El problema es que no sé exactamente lo que pasaba dentro de mí en ese momento. ¿Podría tener razón la gente de los distritos? ¿Que era un acto de rebelión, si bien uno inconsciente? Porque, muy en el fondo, yo debía de saber que no era suficiente para mantenerme a mí, o a mi familia, o a mis amigos con vida el huir. Incluso si pudiera. No arreglaría nada. No impediría que hicieran daño a la gente como a Gale hoy.
En realidad la vida en el Distrito 12 no es tan diferente a la vida en la arena. Llegado un momento tienes que dejar de escapar y darte la vuelta y enfrentarte a quien sea que te quiera ver muerto. Lo difícil es encontrar el valor para hacerlo. Bueno, no es difícil para Gale. Él nació rebelde. Yo soy la que hace planes de huida.
Lo siento tanto. Susurro. Me inclino hacia delante y lo beso.
Sus párpados se levantan y me mira a través de una neblina de opiáceos.
Hola, Catnip.
Hola, Gale.
Pensé que a estas alturas ya te habrías ido.
Mis opciones son sencillas. Puedo morir como una presa en el bosque o puedo morir aquí junto a Gale.
No me voy a ninguna parte. Me voy a quedar justo aquí y causar todo tipo de problemas.
Yo también. Dice Gale. Sólo consigue esbozar una sonrisa antes de que las drogas vuelvan a llevárselo.
9 comentarios:
Opinión resumida: No sólo es una secuela satisfactoria, sino que, en muchos niveles, supera a su antecesor. Los personajes están más redondeados y al enfrentarse a nuevas situaciones podemos conocerlos más. Además la incorporación de nuevos personajes crea nuevas dinámicas que son muy interesantes de explorar. La trama es redonda y exquisita. Opinión extendida: http://juvenil-la.blogspot.com/2010/05/resena-24-en-llamas-suzanne-collins.html
Keane
Aquí se pone bueno >:D Rebelion
Re-be-lion......! Por favor, ese poder atrapante que tiene esta novela...! I <3 LOS JUEGOS DEL HAMBRE...
ahi, por favor, mi libro es mejor, esto es sola una tonta historia. :/
no.... no puede ser..... quiero que la katniss se quede con el Peeta.... no con Gale.....
Me encanta "gale es mío y yo soy suya" jajajaja fue lo mejor... estoy deseando ver hasta donde llega esta historia :)
una rebelion ahhh
eres libre de leer lo q quieras y si no te gusta no lo leas simple
Mejor como tu ortografía.
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