‎- Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Los juegos van a comenzar. Los tributos deben salir a la Arena y luchar por sobrevivir. Ganar significa Fama y riqueza, perder significa la muerte segura...

¡Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Fragmento de Sinsajo


Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuesta tu cabeza y cierra tus adormilados ojos
Y cuando los abras de nuevo, el sol estará en el cielo.
Aquí es seguro, aquí es cálido
Aquí las margaritas te protegen de cualquier daño
Aquí tus sueños son dulces y mañana se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

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sábado, 20 de agosto de 2011

Sinsajo/Capitulo 10


PARTE II

“EL ASALTO”



CAPITULO 10


El grito se inicia en la parte baja de mi espalda y se abre camino a través de mi cuerpo sólo para atascarse en mi garganta. Soy tan silenciosa como un Avox, ahogada en mi dolor. Aunque si pudiera liberar los músculos de mi cuello, dejando que el sonido desgarrara el espacio, ¿alguien lo notaría? La habitación es un alboroto. Las preguntas y solicitudes resuenan, mientras tratan de descifrar las palabras de Peeta.

—¡Y... el Trece... será destruido por la mañana! —Sin embargo, nadie está preguntando sobre el mensajero cuya sangre ha sido sustituida por estática.

Una voz llama la atención de los otros. —¡Callen! —Cada par de ojos cae en Haymitch—. ¡No es que eso sea un gran misterio! El chico sólo dijo que estamos a punto de ser atacados. Aquí. En el Trece.

—¿Cómo puede tener esa información?

—¿Por qué deberíamos confiar en él?

—¿Cómo lo sabes?

Haymitch da un gruñido de frustración. —Ellos estarán dándole una sangrienta paliza, mientras hablamos. ¿Qué más necesitan? ¡Katniss, ayúdame con esto!

Tengo que darme una sacudida para hacer salir mis palabras. —Correcto, Haymitch. No sé de dónde obtuvo la información Peeta. O si es verdad. Pero él cree que lo es. Y ellos están… —No puedo decir en voz alta lo que Snow le estará haciendo a él.

—No lo conoces —dice Haymitch a Coin—. Nosotros sí. Prepare a su gente ya.

La presidenta no parece alarmada, sólo un poco perpleja, por este giro en los acontecimientos. Ella reflexiona sobre las palabras, pasando un dedo ligeramente sobre el borde del tablero de control frente a ella. Cuando habla, se dirige a Haymitch en una voz plana. —Por supuesto, nos hemos preparado para este escenario. A pesar de que contamos con décadas de apoyo a la hipótesis de que más ataques directos al trece serían contraproducentes para el Capitolio. Los misiles nucleares liberarían radiación a la atmósfera, con incalculables resultados ambientales. Incluso los bombardeos normales pueden provocar daños graves a nuestro complejo militar, el cual tenemos la esperanza de recuperar. Y, por supuesto, invitarían a un contraataque. Es concebible que, dada nuestra actual alianza con los rebeldes, esto sería visto como un riesgo aceptable.

—¿Crees eso? —dice Haymitch. Esto es un poco demasiado sincero, pero las sutilezas de la ironía son algo que frecuentemente desperdician en el 13.

—Sí. En cualquier caso, tenemos listo una instrucción de seguridad de Nivel Cinco —dice Coin—. Vamos a proceder al bloqueo. —Ella comienza a escribir con rapidez sobre su teclado, autorizando su decisión. En el momento en que levanta la cabeza, comienza.

Ha habido dos instrucciones de bajo nivel desde que llegué al 13. No recuerdo mucho de la primera. Estaba en cuidados intensivos en el hospital y creo que los pacientes estaban exentos, ya que las complicaciones de sacarnos para un simulacro de la práctica sobrepasaban los beneficios. Yo era vagamente consciente de una voz mecánica que instruía a la gente a congregarse en las zonas amarillas. Durante el segundo, una instrucción de Nivel Dos era para causas menores—como una cuarentena temporal, mientras los ciudadanos eran examinados para detectar el contagio durante un brote de gripe—se suponía que nosotros volvíamos a nuestra vivienda. Me quedé detrás de un tubo en el cuarto de lavado, ignorando los palpitantes pitidos que venían del sistema de audio, y viendo a una araña construir una red. Ninguna experiencia me había preparado para las mudas, penetrantes, sirenas inductoras de miedo que ahora impregnaban el 13. Nadie haría caso omiso a este sonido, el cual parecía diseñado para lanzar a toda la población a un frenesí. Pero esto es el 13 y eso aquí no sucede.

Boggs nos guía a Finnick y a mí fuera del Comando, a lo largo del pasillo hasta una puerta, y por una amplia escalinata. Flujos de personas convergen para formar un río que fluye sólo hacia abajo. Nadie grita o trata de empujarse. Incluso los niños no se resisten. Descendemos, tramo tras tramo, sin hablar, porque ninguna palabra se oiría por encima de este sonido. Busco a mi madre y a Prim, pero es imposible ver a nadie que no sean las personas inmediatamente a mí alrededor. Sin embargo, las dos están trabajando en el hospital esta noche, por lo que no hay forma en que puedan perderse la instrucción.

Mis oídos retumban y mis ojos se sienten pesados. Estamos en una profunda mina de carbón. Lo único positivo es que cuanto más nos adentramos en la tierra, menos estridente es el sonido de las sirenas. Es como si ellos quisieran alejarnos físicamente de la superficie, lo que supongo que hacen. Los grupos de personas comienzan a desviarse en los portales marcados y Boggs aún me dirige hacia abajo, hasta llegar finalmente al final de las escaleras a la orilla de una enorme caverna. Comienzo a caminar directa allí y Boggs me detiene, me enseña que debo marcar mi horario frente a un escáner de modo que me tome en cuenta. Sin duda, la información va a algún equipo en alguna parte para asegurarse de que nadie ha ido por mal camino.

El lugar parece incapaz de decidir si es natural o artificial. Algunas zonas de las paredes son de piedra, mientras que las vigas son de acero y hormigón fuertemente reforzadas. Las literas para dormir han sido labradas directamente en las paredes de roca. Hay una cocina, baños, una sala de primeros auxilios. Este lugar fue diseñado para una estancia prolongada.

Signos blancos con letras y números están situados en intervalos en torno a la caverna. Boggs nos dice a Finnick y a mí que informan de la zona que coincide con nuestro alojamiento asignado (en mi caso E para el Compartimento E). Plutarch camina dentro.

—Ah, aquí estás —dice. Los acontecimientos recientes han tenido poco efecto en el estado de ánimo de Plutarch. Él todavía tiene un brillo alegre por el éxito de Beetee en el Asalto En Antena. Con los ojos en el bosque, no en los árboles. No sobre el castigo de Peeta o sobre el inminente bombardeo del 13—. Katniss, obviamente este es un mal momento para ti, por el revés de Peeta, pero necesitas ser consciente de que otros te están mirando.

—¿Qué? —digo yo. No puedo creer que realmente haya rebajado las circunstancias extremas de Peeta a un revés.

—Las otras personas en el bunker, ellos estarán siguiendo tu ejemplo sobre cómo reaccionas. Si eres tranquila y valiente, otros intentaran serlo también. Si entras en pánico, esto podría extenderse como un reguero de pólvora —explica Plutarch. Yo sólo me quedo mirándole.

—El fuego es contagioso, por así decirlo —continúa, como si yo estuviera siendo lenta en captarlo.

—¿Por qué no sólo pretender que estoy delante de una cámara, Plutarch? —digo yo.

—¡Sí! Perfecto. Uno es siempre mucho más valiente delante de una audiencia —dice—. ¡Mira el valor que mostró Peeta!

Hago todo lo que puedo para no abofetearle.

—Tengo que volver con Coin antes del bloqueo. ¡Sigue con el buen trabajo! —dice, y luego se aleja.

Cruzo la gran letra E colocada en la pared. Nuestro espacio se compone de un cuadrado de cuatro por cuatro metros con suelo de piedra marcado por líneas pintadas. Talladas en la pared hay dos literas—uno de nosotros duerme en el suelo—y un cubo al nivel del suelo para el almacenamiento. En un pedazo de papel blanco, recubierto de plástico transparente, se lee PROTOCOLO DEL BUNKER.

Miro fijamente a los puntitos negros en la hoja. Durante un tiempo, están oscurecidos por las gotas de sangre residual que parece que no puedo borrar de mi visión. Poco a poco, enfoco las palabras. La primera sección se titula "Al llegar".

1. Asegúrese de que todos los miembros de su compartimiento se tienen en cuenta.

Mi madre y Prim no han llegado, pero yo fui una de las primeras personas en llegar al búnker. Ambas están probablemente ayudando a reubicar a los pacientes hospitalizados.

2. Vaya a la Estación de Suministro y asegure un paquete para cada miembro de su compartimiento. Prepare su sala de estar. Devuelva su paquete(s).

Exploro la caverna hasta que localizo la Estación de Suministro, una profunda sala situada fuera con un contador. La gente espera detrás de ella, pero no hay mucha actividad allí. Me acerco, doy nuestra letra de compartimiento, y solicito tres paquetes. Un hombre mira una hoja de control, toma los paquetes determinados de una estantería, y los sostiene sobre el mostrador. Después de deslizar uno sobre mi espalda y conseguir un control sobre los otros dos con las manos, me vuelvo para ver que rápidamente se ha formado un grupo detrás de mí.

—Disculpe —digo mientras llevo mis suministros a través de los demás. ¿Es una cuestión de tiempo? ¿O Plutarch tiene razón? ¿Las personas tratan de imitar mi comportamiento?

De vuelta a nuestro espacio, abro uno de los paquetes para encontrar un delgado colchón, ropa de cama, dos mudas de ropa gris, un cepillo de dientes, un peine y una linterna. Al examinar el contenido de los otros paquetes, creo que la única diferencia perceptible es que ambos contienen un traje blanco y gris. Estos serán para mi madre y Prim, en caso de que tengan una misión médica. Después de hacer las camas, guardar la ropa, las mochilas y devolver los paquetes, no tengo nada que hacer más que observar la última regla.

3. Espere más instrucciones.

Me siento en el suelo con las piernas cruzadas a esperar. Un flujo constante de gente comienza a llenar la sala, reclamando espacios, recolectando suministros. No pasará mucho tiempo hasta que el lugar está lleno. Me pregunto si mi madre y Prim van a pasar la noche en donde hayan llevado a los pacientes del hospital. Pero, no, no lo creo. Ellas estaban en esta lista. Estoy empezando a sentirme ansiosa, cuando mi madre aparece. Miro detrás de ella a un mar de extraños.

—¿Dónde está Prim? —le pregunto.

—¿No está aquí? —responde ella—. Se suponía que venía directamente aquí desde el hospital. Ella se fue diez minutos antes que yo. ¿Dónde está? ¿Dónde ha ido?

Aprieto mis párpados cerrados por un momento, siguiendo su pista como con las presas de caza. Veo su reacción ante las sirenas, se apresura a ayudar a los pacientes, asiente mientras ellos descienden hacia el bunker, y luego ella vacila en la escalera. Llorando por un momento. Pero ¿por qué?

Mis ojos se abren de repente. —¡El gato! ¡Se fue a por él!

—Oh, no —dice mi madre. Las dos sabemos que tengo razón. Nos empujamos contra la marea creciente, tratando de salir del bunker. Más adelante, puedo ver que se preparan para cerrar las espesas puertas de metal. Lentamente giran las ruedas de metal a ambos lados hacia adentro. De alguna manera sé que una vez que hayan sido cerradas, no hay nada en el mundo que pueda convencer a los soldados para abrirlas. Tal vez incluso eso esté fuera de su control. Empujo a la gente de manera indiscriminada a un lado mientras grito para que esperen. El espacio entre las puertas se reduce a una yarda, un pie, sólo quedan unos pocos centímetros cuando meto la mano por la abertura.

—¡Ábranla! ¡Déjenme salir! —lloro.

La consternación se muestra en los rostros de los soldados, ya que invierten las ruedas un poco. No lo suficiente para dejarme pasar, pero lo suficiente para evitar el aplastamiento de mis dedos. Aprovecho la oportunidad para meter el hombro en la abertura.

—¡Prim! —grito hacia las escaleras. Mi madre suplica a los guardias mientras trato de salir de ahí—. ¡Prim!

Luego lo oigo. El tenue sonido de pasos en la escalera. —¡Estamos llegando! —Oigo el grito de mi hermana.

—¡Sostengan la puerta! —Ese fue Gale.

—¡Ya vienen! —les digo a los guardias, y abren las puertas un pie. Pero no me atrevo a moverme, por miedo a que ellos las bloqueen, hasta que aparece Prim, con las mejillas encendidas por la carrera, arrastrando a Buttercup. La arrastro dentro y Gale la sigue, torciendo a un lado los brazos cargados para que entren en el bunker. Las puertas se cierran con un fuerte y final ruido metálico.

—¿En qué estabas pensando? —Le doy una enfadada sacudida a Prim y luego la abrazo, aplastando a Buttercup entre nosotras.

La explicación de Prim ya está en sus labios. —No podía dejarlo atrás, Katniss. No dos veces. Deberías haberlo visto paseando por la habitación y maullando. Volvía para protegernos.

—Está bien. Está bien. —Tomo algunas respiraciones para calmarme, doy un paso atrás y levanto a Buttercup por la piel del cuello—. Tenía que haberte ahogado cuando tuve la oportunidad. —Sus orejas se aplanan y levanta una pata. Bufo antes de que él tenga la oportunidad, esto parece molestarle un poco, ya que considera el bufido su propio sonido personal de desprecio. En represalia, da un indefenso maullido de gatito que trae a mi hermana de inmediato a su defensa.

—Oh, Katniss, no te burles de él —dice ella, poniéndolo de vuelta en sus brazos—. Él ya está tan alterado.

La idea de que he herido los sentimientos de la pequeña bestia-gato sólo me invita a seguir provocándolo. Pero Prim realmente está afligida por él. Así que en lugar de eso, visualizo la piel de Buttercup como el forro de un par de guantes, una imagen que me ha ayudado a tratar con él durante años.

—Está bien, lo siento. Estamos bajo la gran E en la pared. Será mejor que lo metas ahí antes de que se pierda. —Prim se apresura, y me encuentro a mí misma cara a cara con Gale. Él sostiene la caja de suministros médicos de nuestra cocina en el 12. El sitio de nuestra última conversación, el beso, la lluvia, lo que sea. Mi bolsa de los juego está colgada de su hombro.

—Si Peeta estaba en lo cierto, esto no aguantaría —dice.

Peeta. Sangre como gotas de lluvia en la ventana. Como húmedo barro en las botas.

—Gracias por… todo. —Tomo nuestras cosas—. ¿Qué estabas haciendo en nuestras habitaciones?

—Sólo un doble control —dice—. Estamos en el cuarenta y siete, si me necesitas.

Prácticamente todos se han retirado a sus espacios cerrando las puertas, por lo que sólo me cruzo de vuelta a nuestro nuevo hogar con al menos quinientas personas mirándome. Trato de aparentar serenidad para compensar por mi accidente a través de la frenética multitud. Como si eso engañara a alguien. Tanto como para establecer un ejemplo. Oh, ¿a quién le importa? Todos piensan que estoy loca de todos modos. Un hombre, que creo que había tirado al suelo, capta mi mirada y se frota el codo con resentimiento. Casi le bufo a él también.

Prim ha puesto a Buttercup en la litera de abajo, envuelto en una manta para que sólo asome su rostro. Así es como le gusta estar cuando hay truenos, lo único que realmente le da miedo. Mi madre pone su caja con cuidado en el cubo. Me agacho, con mi espalda apoyada en la pared, para comprobar qué ha logrado rescatar Gale en mi bolsa de caza.

El libro de plantas, la chaqueta de caza, la foto de la boda de mis padres, y el contenido personal de mi cajón. Mi insignia de Sinsajo ahora está con el traje de Cinna, pero está el medallón de oro y el paracaídas de plata con el spile y la perla de Peeta. Anudo la perla en la esquina del paracaídas, enterrándola hondo en el fondo de la bolsa, como si fuera la vida de Peeta y nadie me la pudiera quitar mientras yo la guardara.

El leve sonido de las sirenas corta abruptamente. La voz de Coin viene desde la zona del sistema de audio, agradeciéndoles a todos por una evacuación ejemplar de los niveles superiores. Ella insiste en que este no es un simulacro, ya que Peeta Mellark, el vencedor del Distrito 12, ha hecho posiblemente una referencia televisada sobre un ataque al 13 esta noche.

Fue entonces cuando golpea la primera bomba. Hay una sensación inicial del impacto seguida de una explosión que resuena en mis entrañas, en el revestimiento de mis intestinos, en la médula de mis huesos, en las raíces de mis dientes. Todos vamos a morir, pienso. Mis ojos se vuelven hacia arriba, esperando ver una grieta gigante rajando el techo, trozos enormes de piedra cayendo sobre nosotros, pero el propio bunker da sólo un leve estremecimiento. Las luces se apagan y experimento la desorientación de la oscuridad total. Sin nada que decir—gritos espontáneos, respiraciones irregulares, gemidos de bebés, una pequeña risa enloquecida—danzan en el cargado aire. Luego hay un zumbido de un generador, y un tenue resplandor vacilante reemplaza la dura iluminación que es normal en el 13. Esto está más cerca de lo que teníamos en nuestras casas en el 12, cuando las velas y el fuego ardían suaves en una noche de invierno.

Busco a Prim en el crepúsculo, mi mano abraza su pierna, y me pongo sobre ella. Su voz se mantiene constante mientras tranquiliza a Buttercup. —Está bien, pequeño, está bien. Vamos a estar bien aquí.

Mi madre nos abraza rodeándonos. Me permito sentirme joven por un momento y descansar mi cabeza en su hombro. —Eso no era nada parecido a las bombas en el Ocho —le digo.

—Es probable que sea una bomba antibunker —dice Prim, manteniendo su voz tranquila por el bien del gato—. Hemos aprendido acerca de ellas durante la orientación para los nuevos ciudadanos. Están diseñadas para penetrar profundamente en la tierra antes de desaparecer. Porque no tiene sentido bombardear el Trece en la superficie.

—¿Nucleares? —le pregunto, sintiendo cómo un escalofrío me recorre.

—No necesariamente —dice Prim—. Algunos sólo tienen un montón de explosivos en ellos. Pero… podría ser de cualquier tipo, supongo.

La oscuridad hace que sea difícil ver las pesadas puertas de metal al final del bunker. ¿Servirían de protección contra un ataque nuclear? ¿Y aunque fueran cien por ciento efectivas contra la radiación, lo cual es realmente poco probable, llegaríamos a ser capaces de salir de este lugar? La idea de pasar lo que me queda de vida en esta bóveda de piedra, me horroriza. Quiero correr locamente hacia la puerta y demandar que me dejen salir a lo que se encuentra arriba. No sirve de nada. Nunca me dejarán salir, y yo podría empezar una especie de estampida.

—Estamos muy abajo, estoy segura que estamos a salvo —dice mi madre débilmente. ¿Está pensando en mi padre, estallando hacia la nada en las minas?—. Fue un milagro, sin embargo. Gracias a Dios que Peeta tenía los medios necesarios para avisarnos.

Los medios necesarios. Un término general que de alguna manera incluye todo lo necesario para dar la voz de alarma. El conocimiento, la oportunidad, el coraje. Y otra cosa que no puedo definir. Peeta parecía haber estado haciendo una especie de batalla en su mente, luchando por hacer llegar el mensaje. ¿Por qué? La facilidad con la que manipula las palabras es su mayor talento. ¿Era su dificultad una causa de sus torturas? ¿O de algo más? ¿Como locura?

La voz de Coin, tal vez una desalentadora sombra, llena el bunker, el nivel del volumen parpadea con las luces.

—Al parecer, la información de Peeta Mellark era buena y estamos en deuda con él. Los sensores indican que el primer misil no era nuclear, pero muy poderoso. Esperamos que haya más. Durante la duración del ataque, que los ciudadanos permanezcan en sus áreas asignadas a menos que se notifique lo contrario.

Un soldado alerta a mi madre que es necesaria en la estación de primeros auxilios. Ella es reacia a dejarnos, a pesar de que sólo hay treinta metros de distancia.

—Vamos a estar bien, de verdad —le digo—. ¿Piensas que podría pasarle algo a él? —Señalo a Buttercup, que me da un medio bufido, todos nos reímos un poco. Incluso siento pena por él. Después de que mi madre se va, sugiero—: ¿Por qué no subes con él, Prim?

—Sé que es una tontería... pero me da miedo que la litera pudiera colapsar con nosotros encima durante el ataque —dice.

Si las literas colapsaran, el bunker entero se vendría abajo y nos enterraría, pero decido que este tipo de lógica no va a ayudar realmente. En su lugar, limpio el cubo de almacenamiento y le hago a Buttercup una cama dentro. Luego extiendo un colchón en frente para que mi hermana y yo lo compartamos.

Nos dan autorización para ir en pequeños grupos al baño y cepillarnos los dientes, aunque las duchas han sido canceladas durante ese día. Me hundo con Prim en el colchón, con dos capas de mantas porque la caverna emite un frío húmedo. Buttercup, miserable incluso con la atención constante de Prim, se acurruca en el cubo y exhala su aliento de gato en mi cara.

A pesar de las desagradables condiciones, me alegro de pasar tiempo con mi hermana. Mi preocupación extrema desde que llegué aquí—no, desde los primeros Juegos, en realidad—ha dejado poca atención para ella. No he estado vigilándola de la forma en que debería, de la forma en que solía hacerlo. Después de todo, fue Gale el que comprobó nuestro compartimento, no yo. Busco algo para compensarla. Me doy cuenta de que nunca me he tomado la molestia de preguntarle sobre cómo está manejando el choque de venir aquí.

—¿Así que, te gusta el Trece, Prim? —pregunto.

—¿Ahora mismo? —pregunta. Las dos nos reímos—. Echo de menos nuestra miserable casa a veces. Pero entonces recuerdo que no hay nada para echar de menos. Me siento más segura aquí. No tenemos que preocuparnos acerca de ti. Bueno, no del mismo modo. —Hace una pausa, y luego una tímida sonrisa cruza sus labios—. Creo que me están entrenando para ser médico.

Es la primera vez que la he oído hablar de esto. —Bueno, por supuesto que lo hacen. Serían estúpidos sino lo hicieran.

—Ellos me han estado vigilando cuando ayudo en el hospital. Ya estoy tomando los cursos de médico. Son sólo cosas de principiantes. Ya aprendí muchas de ellas en casa. Sin embargo, tengo mucho que aprender —me dice.

—Eso está muy bien —le digo. Prim un médico. Ella ni siquiera podía soñar con eso en el 12. Algo pequeño y tranquilo, como un fósforo siendo encendido, ilumina la oscuridad dentro de mí. Esta es la clase de futuro que una rebelión podría traer.

—¿Y tú, Katniss? ¿Cómo lo estás manejando? —Su dedo se mueve en movimientos cortos y suaves entre los ojos de Buttercup—. Y no me digas que estás bien.

Es verdad. Cualquiera que sea lo opuesto a bien, es como estoy. Por lo tanto, sigo adelante y le cuento sobre Peeta, su deterioro en la pantalla, y cómo creo que deben de estar matándolo en este mismo momento. Buttercup tiene que depender de sí mismo por un rato, porque ahora Prim vuelve su atención hacia mí. Se pone más cerca de mí cepillando el pelo detrás de mis orejas con sus dedos. He dejado de hablar porque no hay realmente nada que decir y tengo este tipo de dolor perforador donde está mi corazón. Tal vez estoy teniendo un ataque al corazón, pero no parece digno de mención.

—Katniss, no creo que el presidente Snow vaya a matar a Peeta —dice. Por supuesto, ella dice esto; ya que piensa que es lo que puede calmarme. Pero sus siguientes palabras vienen como una sorpresa—. Si lo hace, no tendrá a nadie al que tú quieras. Él no tiene ninguna otra forma de hacerte daño.

De repente, recuerdo a la otra chica, una que había visto todo lo malo que el Capitolio ofrecía. Johanna Mason, el tributo del Distrito 7, la última vez en la arena. Yo estaba tratando de evitar que ella fuera a la selva donde los charlajos imitaban las voces de tus seres queridos siendo torturados, pero ella me sacudió, diciendo: “No pueden hacerme daño. Yo no soy como el resto de ustedes. No queda nadie a quien ame.”

Entonces, sé que Prim está en lo cierto, que Snow no puede permitirse perder la vida de Peeta, sobre todo ahora, mientras que el Sinsajo causa tantos estragos. Ha matado a Cinna ya. Ha destruido mi casa. Mi familia, Gale, e incluso Haymitch están fuera de su alcance. Peeta es todo lo que tiene.

—Entonces, ¿qué piensas que va a hacer con él? —pregunto.

Prim suena como una anciana de mil años cuando habla.

—Lo que sea necesario para destrozarte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

esto no se ve todos los dias...;)

Anónimo dijo...

esto es lo mejor k he visto en mi vida