‎- Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Los juegos van a comenzar. Los tributos deben salir a la Arena y luchar por sobrevivir. Ganar significa Fama y riqueza, perder significa la muerte segura...

¡Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Fragmento de Sinsajo


Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuesta tu cabeza y cierra tus adormilados ojos
Y cuando los abras de nuevo, el sol estará en el cielo.
Aquí es seguro, aquí es cálido
Aquí las margaritas te protegen de cualquier daño
Aquí tus sueños son dulces y mañana se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

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sábado, 20 de agosto de 2011

Sinsajo/Capitulo 12


CAPITULO 12


Hoy, tal vez los pierda a ambos.

Intento imaginar un mundo donde las voces de Gale y de Peeta ya no existan. Mis manos están quietas. Mis ojos están fijos. Estoy de pie delante de sus cuerpos, dándoles un último vistazo, dejando el cuarto donde están. Pero cuando abro la puerta para dar un paso fuera hacia el mundo, sólo encuentro un vacío tremendo. Una inmensa y pálida nada, que es todo lo que mi futuro promete.

—¿Quieres que ordene que te mantengan sedada hasta que termine? —Pregunta Haymitch. Y no está bromeando. Este es un hombre que pasó su vida adulta en el fondo de una botella, intentando anestesiarse contra los crímenes del Capitolio. El chico de dieciséis años que ganó el segundo Quarter Quell debe de haber tenido personas que amaba —familia, amigos, una novia quizá—, personas por las cuales luchó para volver a ver. ¿Dónde están ellos ahora? ¿Cómo es que hasta que Peeta y yo nos convertimos en su responsabilidad, no había absolutamente nadie en su vida? ¿Qué hizo Snow con ellos?

—No —digo—. Quiero ir al Capitolio. Quiero formar parte de la misión de rescate.

—Ya se fueron —dice Haymitch.

—¿Hace cuánto tiempo se fueron? Podría alcanzarlos. Podría... —¿Qué? ¿Qué podría hacer yo?

Haymitch sacude la cabeza. —Nunca sucederá. Eres demasiado valiosa y demasiado vulnerable. Se hablaba acerca de enviarte a otro distrito para desviar la atención del Capitolio mientras se produce el rescate. Pero nadie pensó que podrías manejarlo.

—¡Por favor, Haymitch! —Estoy rogando ahora—. Tengo que hacer algo. No puedo sólo sentarme aquí y esperar a oír si murieron. ¡Debe haber algo que pueda hacer!

—De acuerdo. Déjame hablar con Plutarch. Tú quédate aquí.

Pero no puedo. Los pasos de Haymitch aún resuenan en el vestíbulo cuando paso a través de la abertura en la cortina divisoria para encontrar a Finnick extendido sobre su estómago, sus manos sujetas a su almohada. Aunque es cobarde —incluso cruel— despertarlo de la tierra débil y oscura de las drogas y traerlo a la dura realidad, lo hago, porque no puedo soportar enfrentarme a esto sola.

Mientras le explico nuestra situación, su agitación inicial baja misteriosamente. —¿No lo ves, Katniss? Esto decidirá las cosas. De una manera o de otra. Para cuando termine el día, ellos estarán muertos o con nosotros. Es... ¡es más de lo que podríamos soñar!

Bien, esa es una visión alegre de nuestra situación. Y, aún así, hay algo tranquilizador en la idea de que este tormento podría terminar.

La cortina se abre y aparece Haymitch. Tiene un trabajo para nosotros, si podemos manejarlo. Aún necesitan imágenes post-bombardeo del Distrito 13. —Si podemos conseguirlo en las próximas horas, Beetee puede transmitirlo en el momento del rescate, y quizá mantener la atención del Capitolio en otra parte.

—Sí, una distracción —dice Finnick—. Una clase de señuelo.

—Lo que realmente necesitamos es algo tan fuerte que ni el Presidente Snow podrá romper. ¿Tienes algo como eso? —me pregunta Haymitch.

Tener un trabajo que quizás ayude a la misión me permite enfocarme. Mientras devoro el desayuno y me preparo, intento pensar en lo que diré. El Presidente Snow debe estar preguntándose cómo ese piso ensangrentado y sus rosas me afectan. Si desea verme destruida, entonces tendré que estar entera. Pero creo que no lo convenceré de nada gritando un par de líneas desafiantes a la cámara. Además, eso no le ganará tiempo al equipo de rescate. Los arrebatos son cortos. Son las historias las que toman tiempo.

No sé si funcionará, pero cuando el equipo de televisión estuvo todo reunido en la superficie, le pregunté a Cressida si podría empezar preguntándome acerca de Peeta. Tomo asiento en el pilar de mármol caído donde tuve ataque de histeria, y espero por la luz roja y la pregunta de Cressida.

—¿Cómo conociste a Peeta? —pregunta.

Y entonces hago lo que Haymitch ha deseado que hiciera desde mi primera entrevista. Dejo caer todas mis defensas. —Cuando conocí a Peeta, yo tenía once años, y estaba casi muerta. —Hablo acerca de ese día atroz cuando traté de vender la ropa de bebé bajo la lluvia, acerca de cómo la madre de Peeta me echó de la puerta de la panadería, y cómo él recibió una paliza para traerme los panes que salvaron nuestras vidas—. Nosotros ni siquiera habíamos hablado. La primera vez que jamás hablé con Peeta fue en el tren, en camino a los Juegos.

—Pero él ya estaba enamorado de ti —dice Cressida.

—Supongo que sí. —Me permito dar una pequeña sonrisa.

—¿Cómo estás lidiando con la separación? —Pregunta.

—Mal. Sé que en cualquier momento Snow podría matarlo. Especialmente desde que él advirtió al Distrito 13 acerca del bombardeo. Es algo terrible con lo que vivir —digo—. Pero a causa de lo que le están haciendo, ya no tengo reservas. Acerca de hacer lo que sea necesario para destruir al Capitolio. Finalmente soy libre. —Giro mi mirada hacia el cielo y miro el vuelo de un halcón sobre mí—. El Presidente Snow una vez me confesó que el Capitolio era frágil. En aquel momento, no supe lo que significaba. Era difícil para mí ver claramente porque estaba tan atemorizada. Ahora ya no lo estoy. El Capitolio es frágil porque depende de los Distritos para todo. Alimento, energía, incluso los Pacificadores que nos custodian. Si declaramos nuestra libertad, el Capitolio se caerá a pedazos. Presidente Snow, gracias a usted, hoy declaro oficialmente la mía.

Fui suficiente, sino deslumbrante. Todos aman la historia del pan. Pero es mi mensaje al Presidente Snow el que consigue que las ruedas en el cerebro de Plutarch comiencen a girar. Llama apresuradamente a Finnick y a Haymitch, y mantienen una breve pero intensa conversación, con la que veo que Haymitch no está feliz. Plutarch parece ganar... Finnick luce pálido pero asiente con la cabeza cuando terminan.

Mientras Finnick se mueve para tomar mi asiento ante la cámara, Haymitch le dice: —No tienes que hacer esto.

—Sí, tengo que hacerlo. Si eso va a ayudarla. —Finnick ovilla la cuerda en su mano—. Estoy listo.

No sé qué esperar. ¿Una historia de amor acerca de Annie? ¿Un reporte de los abusos en el Distrito 4? Pero Finnick Odair toma una perspectiva completamente diferente.

—El Presidente Snow solía... venderme... mi cuerpo —Finnick empieza en un tono plano y distante—. Yo no fui el único. Si un vencedor es considerado deseable, el presidente lo ofrece como una recompensa o permite que las personas puedan comprarlos por una cantidad exorbitante de dinero. Si te niegas, mata a alguien a quien amas. Entonces lo haces...

Eso lo explica, entonces. El desfile de amantes en el Capitolio de Finnick. Nunca fueron verdaderos amantes. Sólo personas como nuestro viejo Pacificador en jefe, Cray, quien compraba chicas desesperadas para devorar y desechar sólo porque podía hacerlo. Quiero interrumpir la grabación y pedirle perdón a Finnick por cada pensamiento falso que jamás tuve acerca de él. Pero tenemos un trabajo que hacer, y presiento que el papel de Finnick será mucho más efectivo que el mío.

—Yo no fui el único, pero fui el más popular —dice—. Y quizás el más indefenso, porque las personas que amaba eran tan indefensas. Para hacerse a sí mismos sentir mejor, mis patrocinadores me daban regalos de dinero o joyas, pero yo encontré un modo de pago mucho más valioso.

Secretos, pienso. Eso es con lo que Finnick me dijo que sus amantes le pagaban, sólo que yo pensé que todo el arreglo era por elección propia.

—Secretos —dice, haciendo eco de mis pensamientos—. Y aquí es donde querrá permanecer sintonizado, Presidente Snow, porque muchos de ellos eran acerca de usted. Pero comencemos con algunos de los otros.

Finnick comienza a tejer un tapiz tan rico de detalles, que no puedes dudar de su autenticidad. Relatos de extraños apetitos sexuales, traiciones, avaricia insondable, y sangrientos juegos de poder. Secretos borrachos susurrados sobre una almohada húmeda a altas horas de la noche. Finnick fue alguien comprado y vendido. Un esclavo de distrito. Uno muy guapo, ciertamente, pero, en la realidad, inocuo. ¿A quién podía contárselo? ¿Y quién le creería si lo hiciera? Pero algunos secretos son demasiado deliciosos como para no compartirlos. Yo no conozco a las personas que Finnick nombra —todos parecen ser ciudadanos prominentes del Capitolio—, pero sé, a partir de escuchar la cháchara de mi equipo preparatorio, la atención que el tropiezo de juicio más pequeño puede atraer. Si un mal corte de cabello puede llevar a horas de chisme, ¿qué conseguirán las acusaciones de incesto, puñales en la espalda, chantaje, y demás delitos? Pero, aún mientras las ondas de shock y recriminación caen sobre el Capitolio, las personas allí esperarán, como yo lo hago ahora, por saber el secreto del Presidente.

—Y ahora, es el turno de nuestro buen Presidente Coriolanus Snow —dice Finnick—. Un hombre tan joven cuando subió al poder. Y tan listo como para mantenerlo. ¿Cómo —uno podría llegar a preguntarse—, lo hizo? Una palabra. Eso es todo lo que realmente necesitas saber: Veneno. —Finnick se remonta a la ascensión política de Snow, de la cual yo no sé nada, y recorre su camino hasta el presente, indicando caso tras caso de muertes misteriosas de los adversarios de Snow o, aún peor, de aquellos aliados que tenían el potencial para convertirse en amenazas. Personas cayendo muertas en un banquete o muy lentamente, decayendo inexplicablemente durante un período de meses. Culpando al marisco en mal estado, a un virus evasivo, o a una debilidad pasada por alto en la aorta. Snow bebiendo de la copa envenenada él mismo para desviar las sospechas. Pero los antídotos no siempre funcionan. Dicen que es por eso que lleva las rosas que apestan a perfume. Dicen que es para cubrir el olor de la sangre de las llagas en su boca que nunca curarán. Dicen, dicen, dicen... Snow tiene una lista, y nadie sabe quién será el siguiente.

Veneno. El arma perfecta para una serpiente.

Considerando que mi opinión del Capitolio y su noble presidente es ya tan baja, no puedo decir que las acusaciones de Finnick me sorprendan. Parecen tener mucho más efecto en los rebeldes desplazados del Capitolio, como mi equipo de preparación, y Fulvia... incluso Plutarch reacciona ocasionalmente en sorpresa, quizá preguntándose cómo una golosina específica lo pasó por alto. Cuando Finnick termina, simplemente mantienen las cámaras rodando, hasta que finalmente tiene que ser él quien dice “corte”.

El equipo se apresura dentro para editar el material, y Plutarch lleva a Finnick a un lado para hablar, probablemente para saber si tiene más historias. Me quedo junto a Haymitch en los escombros, preguntándome si el destino de Finnick habría llegado a ser el mío algún día. ¿Por qué no? Snow podría haber conseguido un precio realmente bueno por la chica en llamas.

—¿Es eso lo que te sucedió a ti? —Le pregunto a Haymitch.

—No. Mi madre y mi hermano menor. Mi chica. Todos estaban muertos dos semanas después de que fui coronado vencedor. Por el truco que hice con el campo de fuerza —contesta—. Snow no tenía a nadie para utilizar en mi contra después de eso.

—Me sorprende que simplemente no te hubiera matado —digo.

—Oh, no. Yo fui el ejemplo. El ejemplo a tener en cuenta por los pequeños Finnicks y Johannas y Cashmeres. De lo que podría sucederle a un vencedor que causaba problemas —dice Haymitch—. Pero él sabía que no tenía nada con qué amenazarme.

—Hasta que llegamos Peeta y yo —digo suavemente. Ni siquiera consigo un encogimiento de hombros en respuesta.


Con nuestro trabajo terminado, no nos queda nada por hacer a Finnick y a mí más que esperar. Tratamos de llenar los eternos minutos en Defensa Especial. Atando nudos. Empujando nuestro almuerzo alrededor en nuestros platos. Volando cosas en el campo de tiro. Ante el peligro de descubrimiento, ninguna comunicación viene del equipo de salvamento. A las 15:00, la hora designada, nos paramos tensos y silenciosos en el fondo de un cuarto lleno de pantallas y computadoras, y observamos a Beetee y a su equipo intentando dominar las transmisiones. Su usual distracción nerviosa es reemplazada por una determinación que jamás he visto. La mayor parte de mi entrevista no sobrevive al corte, sólo lo suficiente para mostrar que estoy viva y aún desafiante. Es la historia sagaz y ensangrentada de Finnick acerca del Capitolio lo que se roba el día. ¿Acaso las habilidades de Beetee están mejorando? ¿O están sus adversarios en el Capitolio un poco demasiado fascinados como para querer cortar a Finnick? Durante los próximos sesenta minutos, la transmisión del Capitolio se alterna entre el noticiario estándar de la tarde, Finnick, y las tentativas por cortarlo todo. Pero el equipo tecno-rebelde logra opacar a sus oponentes, y, en un verdadero golpe, mantiene el control durante casi todo el ataque a Snow.

—¡Déjenlo ir! —Dice Beetee, levantando las manos, dejando nuevamente la transmisión en manos del Capitolio. Se refriega la cara con una tela—. Si no salieron de allí todavía, entonces están todos muertos. —Gira su silla para ver a Finnick y a mí reaccionando ante sus palabras—. Aunque fue un buen plan. ¿Plutarch se los enseñó?

Claro que no. Beetee nos lleva a otro cuarto y nos muestra cómo el equipo, con la ayuda de infiltrados rebeldes, intentarían —intentaron— libertar a los vencedores de una prisión subterránea. Parece haber implicado gas paralizante por el sistema de ventilación, un fallo del suministro eléctrico, la detonación de una bomba en un edificio del gobierno ubicado a varias millas de la prisión, y ahora la interrupción de la transmisión televisiva. Beetee estaba feliz de que encontráramos al plan algo difícil de seguir, porque entonces nuestros enemigos lo harían también.

—¿Como tu trampa de electricidad en la arena? —Pregunto.

—Exactamente. ¿Y ves cómo de bien funcionó eso? —Dice Beetee.

Bien... no realmente, pienso.

Finnick y yo intentamos ubicarnos en el Centro de Mando, donde sin duda llegarán primero las noticias del rescate, pero se nos impide entrar porque serios asuntos de guerra se están llevando a cabo. Nos negamos a abandonar Defensa Especial, y terminamos en el cuarto de los colibríes, esperando por noticias.

Hacer nudos. Hacer nudos. Ninguna palabra. Hacer nudos. Tic-tac. Esto es un reloj. No pienses en Gale. No pienses en Peeta. Hacer nudos. No queremos la cena. Dedos sangrientos y al rojo vivo. Finnick finalmente se da por vencido y asume la posición encorvada que hizo en la arena cuando los charlajos nos atacaron. Perfecciono mi soga miniatura.

La letra de “El Árbol de la Ejecución” vuelve a reproducirse en mi cabeza. Gale y Peeta. Peeta y Gale.

—¿Amaste a Annie en seguida, Finnick? —Pregunto.

—No. —Pasa mucho tiempo antes de que agregue—: Ella creció de a poco dentro de mí.

Busco en mi corazón, pero en este momento, la única persona que puedo sentir trepando dentro de mí es Snow.


Debe ser medianoche, debe ser mañana cuando Haymitch abre la puerta. —Regresaron. Nos necesitan en el hospital. —Mi boca se abre con una inundación de preguntas, que él corta cuando dice—: Eso es todo lo que sé.

Quiero correr, pero Finnick actúa tan extraño, como si hubiera perdido la capacidad de moverse, así que lo tomo de la mano y lo dirijo como a un niño pequeño. A través de Defensa Especial, dentro del elevador, y hacia el ala del hospital. El lugar está hecho un alboroto, con médicos que gritan órdenes y heridos siendo empujados a través de los vestíbulos en sus camas.

Somos golpeados de refilón por una camilla transportando a una joven mujer demacrada inconsciente con la cabeza rasurada. Su piel muestra magulladuras y costras. Johanna Mason. Quien realmente sabía secretos de los rebeldes. O, por lo menos, el que me involucraba a mí. Y así es como ha pagado por ello.

A través de una puerta, veo a Gale, desnudo hasta la cintura, con sudor corriendo por su cara mientras un médico le quita algo de debajo del omóplato con un gran par de pinzas. Herido, pero vivo. Llamo su nombre y comienzo a ir hacia él, hasta que una enfermera me empuja.

—¡Finnick! —Algo entre un chillido y un grito de alegría. Una hermosa aunque algo despeinada joven mujer —de enredados cabellos oscuros, ojos verde mar— corre hacia nosotros envuelta en nada más que una sábana—. ¡Finnick! —Y, de repente, es como si no existiera nadie más en el mundo que ellos dos, chocando con todo en su camino hasta alcanzarse el uno al otro. Chocan, se abrazan, pierden el equilibrio, y se azotan contra una pared, donde permanecen. Convirtiéndose en un solo ser. Indivisible.

Una punzada de celos me golpea. No por Finnick ni Annie, sino por su certeza. Nadie que los viera ahora podría dudar de su amor.

Boggs, luciendo un poco peor que de costumbre pero ileso, se encuentra con Haymitch y conmigo. —Los recuperamos a todos. Excepto a Enobaria. Pero como ella es del Distrito 2, dudamos que hubiese sido mantenida como rehén de todos modos. Peeta está al final del pasillo. Los efectos del gas están diluyéndose. Deberías estar allí cuando despierte.

Peeta.

Sano y salvo —bueno, quizá no sano, pero vivo y aquí. Lejos de Snow. A salvo. Aquí. Conmigo. En un minuto, podré tocarlo. Ver su sonrisa. Oír su risa.

Haymitch me sonríe. —Anda, entonces —dice.

Me siento mareada mientras camino. ¿Qué le diré? Ah, ¿qué importa lo que le diga? Peeta estará extático, no importa lo que haga. Él probablemente me besará de todos modos. Me pregunto si se sentirá como esos últimos besos en la playa de la arena, esos besos en los que no me he permitido pensar hasta este momento.

Peeta ya está despierto, sentándose en el lado de la cama, luciendo desorientado mientras un trío de médicos lo inspecciona, alumbrando sus ojos, verificando su pulso. Me siento decepcionada por no haber sido la primera cara que vio cuando despertó, pero él me ve ahora. Su rostro registra incredulidad y algo más intenso que no puedo identificar exactamente. ¿Deseo? ¿Desesperación? Seguramente ambos, ya que aleja a los médicos, se pone de pie, y camina hacia mí. Corro para encontrarlo, mis brazos extendidos para abrazarlo. Sus manos se alzan hacia mí, también, para acariciar mi rostro, pienso.

Mis labios están formando su nombre cuando sus dedos se cierran fuertemente alrededor de mi garganta.

4 comentarios:

solsitoooo dijo...

wtf?? que iso que???!!! que pasa con el podre peeta!!!???

Anónimo dijo...

Nooooo.... ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Anónimo dijo...

OMG O.O

Anónimo dijo...

Que? Peeta la quiere ASFIXIAR???