‎- Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Los juegos van a comenzar. Los tributos deben salir a la Arena y luchar por sobrevivir. Ganar significa Fama y riqueza, perder significa la muerte segura...

¡Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Fragmento de Sinsajo


Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuesta tu cabeza y cierra tus adormilados ojos
Y cuando los abras de nuevo, el sol estará en el cielo.
Aquí es seguro, aquí es cálido
Aquí las margaritas te protegen de cualquier daño
Aquí tus sueños son dulces y mañana se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

Seguidores

sábado, 20 de agosto de 2011

Sinsajo/Capitulo 20


CAPITULO 20


Es como si en un instante, una ventana pintada se rompiera, revelando el feo mundo detrás de ella. Risas cambiadas por gritos, la sangra mancha los adoquines color pastel y el humo real oscurece el efecto especial hecho para la televisión.



Una segunda explosión parece dividir el aire y deja mis oídos zumbando. Pero no puedo distinguir de dónde viene.


Llego a Boggs en primer lugar, tratando de dar sentido a la carne desgarrada, a los miembros amputados, tratando de encontrar algo para detener el flujo de color rojo de su cuerpo.


Homes me empuja a un lado y abre un botiquín de primeros auxilios desgarrándolo. Boggs agarra mi muñeca. Su rostro, gris muerte y ceniza, parece estar hundiéndose. Pero sus siguientes palabras son una orden:


—El Holo.


El Holo. Me giro alrededor, hurgando entre trozos de azulejos llenos de sangre, temblando cuando me encuentro con trozos de carne caliente. Lo encuentro clavado en unas escaleras, juntos con una de las botas de Boggs. Lo recuperé, limpiándolo con las manos desnudas se lo devuelvo a mi comandante.


Homes le ha puesto una venda comprimiendo el muñón del muslo izquierdo de Boggs, pero ya está empapada. Intenta hacer un torniquete en el otro, por encima de la rodilla. El resto del pelotón se ha cerrado en formación protectora a nuestro alrededor. Finnick intenta revivir a Messalla, que se golpeó contra un muro en la explosión. Jackson grita a un intercomunicador de campo e intenta, sin éxito, avisar al campamento para que manden médicos. Pero sé que es demasiado tarde. De pequeña, mientras veía a mi madre trabajar, aprendí que cuando el charco de sangre alcanza un tamaño, no hay vuelta atrás.


Me arrodillo al lado de Boggs, preparada para volver a hacer el papel que hice con Rue y con la adicta del 6, para que tenga a alguien a quien agarrarse mientras abandona esta vida. Sin embargo, Boggs tiene sus dos manos en el holo, escribe una orden, pone el pulgar en la pantalla para que reconozca su huella, y pronuncia una serie de letras y números cuando el dispositivo de los pide. Un rayo de luz verde sale del holo y le ilumina la cara.


—No apto para el mando —dice—. Transfiere autorización de seguridad principal al soldado Katniss Everdeen, pelotón 451. —Con mucho esfuerzo, consigue volver el holo hacia mi cara—. Di tu nombre.


—Karniss Everdeen —le digo al rayo verde.


De repente, veo que me atrapa en su luz. No puedo moverme, no puedo parpadear, mientras una serie de imágenes pasan muy rápido ante mí. ¿Me está escaneando? ¿Grabando? ¿Cegando? Desaparece y sacudo la cabeza para despejarla.


—¿Qué has hecho?


—¡Prepárense para la retirada! —aúlla Jackson.


Finnick está gritando algo y señala al otro extremo de la manzana, por donde hemos entrado. Una sustancia negra y aceitosa sale como un géiser a la calle, entre los edificios, y crea un impenetrable muro de oscuridad. No parece líquido ni gas, ni mecánico ni natural. Seguro que es mortífera. No podemos volver por donde hemos venido.


Unos disparos ensordecedores suenan cuando Gale y Leeg 1 empiezan a abrir un camino a tiros por las piedras, hacia otro extremo de la manzana. No entiendo qué hacen hasta que otra bomba, a nueve metros, estalla y abre un agujero en la calle. Entonces me doy cuenta de que es un intento rudimentario de disparar a las posibles trampas. Homes y yo agarramos a Boggs arrastrándolo detrás de Gale. El dolor lo domina y empieza a gritar y yo quiero parar, encontrar otra manera de hacerlo, pero la oscuridad está subiendo por los edificios, hinchándose, deslizándose hacia nosotros como una ola.


Alguien tira de mí hacia atrás, pierdo el agarre de Boggs y caigo contra las piedras. Peeta me mira desde arriba, ido, loco, de vuelta a la tierra de los secuestrados, con el arma en alto, dispuesto a aplastarme el cráneo con ella. Ruedo, oígo como la culata se estrella contra el suelo y, de reojo, veo el lío de cuerpos: Mitchell se lanza sobre Peeta y lo sujeta sobre las piedras. Pero Peeta, con su fuerza unida siempre a la locura de las rastrevísculas, golpea el estómago de Mitchell con los pies lanzándolo lejos.


Se oye el fuerte chasquido de una trampa cuando la vaina se dispara. Cuatro cables unidos a unas guías en los edificios salen de entre las piedras levantando una red que encierra a Michell. Está ensangrentado, no tiene sentido… hasta que veo las púas que recorren el alambre que lo rodea. Lo reconozco rápidamente, es el mismo alambre que decoraba la parte superior de la valla del 12. Le grito que no se mueva y me ahogo con el olor de la oscuridad, espeso y alquitranado. La ola ha llegado a su cresta y empieza a caer.


Gale y Leeg 1 disparan sobre el cierre de la puerta del edificio de la esquina y después a los cables que sujetan la red de Michell. Otros sujetan a Peeta. Me lanzo sobre Boggs, y Homes y yo lo arrastramos hasta el interior del piso, a través del salón rosa y blanco, por un pasillo lleno de fotos familiares, hasta el suelo de mármol de la cocina, donde nos derrumbamos. Castor y Pollux traen a Peeta, que no cesa de forcejear. De algún modo, Jackson consigue esposarlo, pero eso solo sirve para enfurecerlo más y son forzados a meterlo en el armario.


En el salón, la puerta se cierra, la gente grita. Las pisadas se oyen en el pasillo y la ola negra pasa rugiendo junto al edificio. Desde la cocina podemos oír el ruido de ventanas que gruñen y se hacen añicos. El nocivo olor a alquitrán impregna el aire. Finnick lleva a Massella. Leeg 1 y Cressida entras detrás de él tosiendo.


—¡Gale! —chillo.


Él llega, cierra la puerta de la cocina de un portazo y grita una palabra:—¡Gases!


Castor y Pollux recogen toallas y adelantares para taponar las rendijas, mientras Gale da arcadas dentro de un fregadero amarillo limón.


—¿Michell? —pregunta Homes. Leeg 1 sacude la cabeza.


Boggs pone el holo en mi mano. Sus labios se están moviendo, pero no puedo entender lo que dice. Acerco mi oreja a su boca para captar que esta susurrando:


—No confíes en ellos, no vuelvas. Mata a Peeta. Haz lo que has venido a hacer.


Me aparto para ver su cara.


—¿Qué? ¿Boggs? ¿Boggs?


Sus ojos están abiertos, pero está muerto. Presionando mi mano, pegado con sangre, tengo el holo.


Los pies de Peeta golpeando dentro del armario se escuchan sobre la respiración agitada de los demás. Pero, mientras escuchamos, su energía parece decaer. Las patadas disminuyen a un tamborileo irregular. Después, nada. Me pregunto si el también estará muerto.


—¿Se ha ido? —pregunta Finnick, mirando a Boggs. Yo asiento—. Tenemos que salir de aquí. Ahora. Acabamos de activar una calle entera llena de vainas. Seguro que nos tienen en las cintas de seguridad.


—Cuenta con ello —dice Castor—. Todas las calles están cubiertas de cámaras de seguridad. Estoy seguro de que activaron manualmente la ola negra cuando ellos nos vieron grabar la propo.


—Nuestros intercomunicadores por radio se desactivaron casi de inmediato. Probablemente debido a un pulso electromagnético. Pero los llevaré de vuelta al campamento. Dame el holo —me dice Jackson, pero yo lo llevo a mi pecho.


—No, Boggs me lo ha dado a mí.


—No seas ridícula —me dice, por supuesto, ella piensa que es suyo. Es la segunda comandante.


—Es verdad —dice Homes—. Le trasfirió la autorización de seguridad principal mientras agonizaba. Yo lo vi.


—¿Por qué iba a hacer eso? —demanda Jackson.


¿Por qué? Mi cabeza está dándole vueltas a los horribles acontecimientos de los últimos cinco minutos: Boggs mutilado, muriendo, muerto. La rabia homicida de Petta, Michell sangrando, atrapado y tragado por esa asquerosa ola negra. Me giro hacia Boggs deseando con toda mi alma que siguiera vivo. De pronto estoy convencida que él, y probablemente solo él, está completamente de mi parte. Pienso en sus últimas ordenes:


«No confíes en ellos, no vuelvas. Mata a Peeta. Haz lo que has venido a hacer»


¿Qué quería decir? ¿Qué no confiara en quien? ¿En los rebeldes? ¿En Coin? ¿En la gente que veo delante de mi ahora? No volveré, pero él debería saber que no puedo disparar a Peeta en la cabeza. ¿Puedo? ¿Debería? ¿Boggs averiguó que yo realmente he venido aquí para desertar y matar a Snow yo sola?


No puedo trabajar en ellos por ahora, así que decido hacerme cargo de las dos primeras órdenes: no confiar en nadie y meterme en el capitolio. Pero ¿Cómo voy a justificarlo? ¿Cómo consigo que me dejen el holo?


—Porque estoy en una misión especial para la presidenta Coin. Creo que Boggs era el único que lo sabía.


Esto no convencía a Jackson.


—¿A hacer qué? —pregunta.


¿Por qué no contarles la verdad? Es tan plausible como cualquier otra cosa. Pero tiene que parecer una misión real, no una venganza.


—Para asesinar al presidente Snow antes de que la pérdida de vidas humanas en esta guerra deje a nuestra población insostenible.


—No te creo —responde Jackson—. Como tu actual comandante, te ordeno que transfieras la autorización de seguridad principal a mí.


—No. Eso sería una violación directa de las órdenes del presidente Coin.


Apuntan con las armas. La mitad apunta a Jackson y la otra mitad a mí. Alguien está a punto de morir cuando Cressida habla:


—Es cierto, por eso estamos aquí. Plutarch quiere televisarlo, cree que si grabamos al Sinsajo asesinando a Snow, la guerra terminará.


Esto hace que Jackson pare. Después gesticulo con su arma hacia el almario.


—¿Y por qué está él aquí?


Ahí ella me tiene. No se me ocurre ningún motivo razonable por la que Coin enviaría a un chico inestable, programado para matarme, a una misión tan importante. Eso realmente debilitaba mi historia. Cressida vuelve a ayudarme:


—Porque las dos entrevistas grabadas después de los juegos con Caesar Flickerman se hicieron en los alojamientos del presidente Snow. Plutarch cree que podríamos usar a Peeta de guía en un lugar que conocemos muy poco.


Quiero preguntar a Cressida por qué miente por mí, por qué lucha para que yo pueda seguir con mi propia misión. Pero no es el momento.


—¡Tenemos que irnos! —dice Gale—. Yo sigo a Katniss. Si ustedes no quieren, vuelvan al campamento. ¡Pero tenemos que movernos!


Homes abre el armario y se esfuerza para poner a Peeta inconsciente sobre su hombro.


—Listo —anuncia.


—¿Boggs? —pregunta Leeg 1.


—No nos lo podemos llevar. Él lo entendería. —responde Finnick. Después coge el arma de Boggs y la pone en su hombro—. Tú diriges, soldado Everdeen.


No sé cómo dirigir. Miro el holo en busca de ayuda. Sigue activado, pero bien podría estar muerto por todo el bien que me hace. No tengo tiempo para perder con los botones, tratando de averiguar cómo funciona.


—No sé usar esto. Boggs dijo que tú me ayudarías —le digo a Jackson—. Me dijo que podía contar contigo.


Jackson frunce el ceño, me quita el holo e introduce una orden. Aparece un cruce.


—Si salimos por la puerta de la cocina, hay un pequeño patio y después la parte de atrás de otro grupo de apartamentos. Nos encontramos ante una perspectiva general de las cuatro calles que se encuentran en la intersección.


Intento concentrarme y observar el cruce del mapa que está lleno de lucecitas indicando vainas por todas partes. Y esas son solo las vainas que Plutarch conocía. El holo no indicaba que la manzana de la que hemos salido estaba minada, ni que tenía el geiser negro, ni que la red estuviera hecha de alambre de espino. Además de eso, puede que haya agentes de la paz para hacer frente, ahora que saben nuestra posición. Me muerdo el interior del labio y siento los ojos de todos en mí.


—Pónganse las máscaras. Vamos a salir por donde hemos entrado.


Objeciones al instante, por lo que levanto la voz:


—Si la ola era tan fuerte, debe de haber disparado y absorbido otras vainas que pudieran haber en nuestro camino.


Se paran a considerarlo. Pollux le hace unos cuantos signos rápidos a su hermano.


—También pude que haya desactivado las cámaras —traduce Castor—. Al tapar las lentes.


Gale apoya una de las botas en el mostrador de la cocina y examina la salpicadura de negro en la punta. La rasca con un cuchillo de cocina.


—No es corrosivo. Creo que está diseñado para ahogar o envenenar.


—Seguramente es nuestra mejor oportunidad —dice Leeg 1.


Nos ponemos las máscaras. Finnick ajusta la de Peeta. Cressida y Leeg 1 llevan entre las dos a Messalla, que está mareado.


Espero que alguien inicie la marcha, hasta que me doy cuenta de que ahora ese es mi trabajo. De un empujón abro la puerta de la cocina, pero no encuentro resistencia. Una capa de un centímetro de grosor de porquería negra se ha extendido por el salón y ha cubierto los tres cuartos del pasillo. Cuando le doy con precaución con la punta de mi bota, descubro que tiene consistencia de gel. Levanto el pie y después de estirarla un poco, vuelve a su lugar. Doy tres pasos por el gel y miro atrás. No dejo huellas. Es la primera cosa positiva que sucede en todo el día. El gel se va haciendo más denso mientras cruzo el salón. Abro la puerta principal esperando litros de materia, pero esta mantiene su forma.


Es como si hubiera metido en pintura negra la manzana rosa y naranja para después sacarla a secar. Las rocas del suelo, los edificios e incluso los tejados están cubiertos de gel. Una gran lágrima cuelga sobre la calle y de ella salen dos formas: el cañón de un arma y una mano humana. Michell. Me quedo en la acera, mirándolo, hasta que el resto del grupo se une a mí.


—Si alguien quiere volver, por cualquier razón, ahora es el momento —digo—. Sin preguntas ni rencor.


No veo a nadie retirarse, así que empiezo a avanzar hacia el Capitolio sabiendo que no tenemos mucho tiempo. Aquí el gel es más profundo, de diez a quince centímetros, y hace un ruido de succión cada vez que levantas el pie, aunque sirve para ocultar nuestro rastro.


La ola debe de haber sido enorme, con tremendo poder, ya que ha afectado a varias manzanas de las que tenemos por delante. Y, a pesar de que piso con cuidado, creo que mi instinto era acertado al decirme que había activado otras vainas. A una manzana, la calle, está llena de cadáveres dorados de rastrevíspulas. Deben de hacer sido puestas en libertad y sucumbido ante los gases. Un poco más adelante se ha derrumbado un edificio bajo el gel. Corro por los cruces y levanto una mano para que los demás esperen mientras busco si hay problemas, pero la ola parece haber desmantelado las vainas mucho mejor que cualquier equipo de rebeldes.


En la quinta manzana noto que hemos llegado al punto en el que empezó la ola. El gel sólo tiene un par de centímetros de grosor y veo unos tejados celestes asomando por el siguiente cruce. La luz de la tarde se ha apagado un poco y necesitamos ocultarnos con urgencia y formar un plan. Elijo un apartamento a dos tercios del final de la manzana, Homes fuerza la cerradura y ordeno a los demás que entren. Me quedo en la calle un minuto, observando la última de nuestras huellas desvanecerse, a continuación, cierro la puerta detrás de mí. Las linternas incorporadas en nuestras armas iluminan el gran salón con paredes de espejos que nos devuelven la mirada cada vez que nos giramos. Gale comprueba las ventanas, que no tienen ningún fallo, y se quita la máscara.


—Está bien. Se huele un poco, pero no es muy fuerte.


El apartamento parece diseñado exactamente igual que el primero en el que nos refugiamos. El gel bloquea cualquier luz natural de la parte delantera, pero un poco de luz entra aun por las persianas de la ventana de la cocina. En el pasillo hay dos dormitorios con baños. La escalera de caracol del salón conduce al espacio abierto de la segunda planta. Arriba no hay ventanas, pero las luces están encendidas, seguramente porque alguien evacuó el lugar a toda prisa. En una pared hay una enorme pantalla televisión apagada que emite un suave brillo. Por todo el cuarto hay sillones y lujosos sofás. Nos reunimos allí, nos dejamos caer en los asientos e intentamos recuperar la respiración.


Jackcon apunta a Peeta, que sigue esposado e inconsciente, tirado sobre el sofá azul marino en el que lo ha depositado Homes. ¿Qué diablos voy a hacer con él? ¿Y con el equipo? ¿Y con todo el mundo, francamente, aparte de Gale y Finnick? Porque preferiría perseguir a Snow con ellos en vez de sola. Pero no puedo llevar a diez personas al Capitolio en una misión falsa, incluso aunque pudiera leer el holo. ¿Debería o podría haberlos enviado de vuelta cuando tuve la oportunidad? ¿O era demasiado peligroso tanto para ellos como para mi misión? Tal vez no debería haber escuchado a Boggs, porque puede que estuviera delirando. Tal vez tendría que confesarme, pero entonces Jackson se haría con el mando y acabaríamos en el campamento, donde yo tendría que responder ante Coin.


Justo cuando la complejidad del lío en el que he metido a todo el mundo empieza a sobrecargar mi cerebro, una lejana cadena de explosiones hace temblar el cuarto.


—No ha sido cerca —asegura Jackson—. A unas cuatro o cinco manzanas de distancia.


—Donde dejamos a Boggs —dice Leggs 1.


Aunque nadie se ha acercado a ella, la televisión se enciende de repente con un agudo pitido que nos pone en pie a casi todos.


—¡Todo está bien! —Nos tranquiliza Cressida—. Es sólo una emisión de emergencia. Cada televisor del Capitolio se activa automáticamente.


Ahí estamos nosotros, en la pantalla, justo después de la bomba que acabó con Boggs. Una voz en off explica a los espectadores que están viendo como intentamos reagruparnos, como reaccionamos con la llegada del gel negro que sale de la calle y perder el control de la situación. Vemos el caos que le sigue a la ola hasta que ésta bloquea las cámaras. Lo último que vemos es a Gale, solo en la calle, tratando de disparar a los cables que mantienen atrapado a Mitchell. El periodista nos identifica a Gale, Finnick, Boggs, Peeta, Crésida y a mí por mi nombre.


—No hay imágenes aéreas. Boggs debía estar en lo cierto sobre sus aerodeslizadores —dice Castor.


No me di cuenta de eso, pero supongo que es el tipo de cosas que una cámara nota.


La cobertura continúa desde el patio trasero de la vivienda donde nos refugiamos. Los agentes de la paz ocupan el tejado de nuestro anterior escondite, lanzan proyectiles contra los apartamentos y desencadenan la cadena de explosivos que hemos escuchado y el edificio se derrumba en una nube de polvo y escombros.


Ahora cortamos a una transmisión en vivo. Una periodista se encuentra en el tejado con los agentes de la paz. Detrás de ella, el edificio arde. Los bomberos tratan de controlar el incendio con mangueras de agua. Nos declaran muertos.


—Finalmente, un poco de suerte —comenta Homes.


Supongo que tiene razón. Ciertamente es mejor que tener al Capitolio buscándonos. Pero yo sigo pensando cómo se va a ver esto en el distrito 13, donde mi madre, Prim, Hazelle, sus hijos, Annie, Haymich y muchas otras personas creen que acaban de vernos morir.


—Mi padre. Acaba de perder a mi hermana y ahora… —dice Leeg 1.


Vemos como repiten las imágenes una y otra vez. Se regodean en su victoria, sobre todo por mí. La interrumpen para meter un montaje sobre como el Sinsajo se hizo con el poder rebelde. Creo que lo tienen preparado desde hace tiempo, porque parece bastante pulido. Después un par de periodistas hablan sobre mi merecido final violento. Más tarde, prometen, que Snow hará una declaración oficial. La pantalla se apaga de nuevo a su resplandor anterior.


Los rebeldes no intentan interrumpir la emisión, lo que me lleva a creer que piensan que es verdad. Si es así, realmente estamos solos.


—Entonces, ahora que estamos muertos ¿Cuál es nuestro próximo movimiento? —pregunta Gale.
—¿No es obvio? —pregunta Peeta.


Ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que había recuperado el conocimiento. No sé cuanto tiempo lleva despierto, pero, por su cara de tristeza, lo bastante para ver lo sucedido en la calle, cómo se volvió loco, intentó aplastarme la cabeza y lanzó a Michell hacia la vaina. Dolorosamente se sienta como puede y dirige sus palabras a Gale:
—Nuestro siguiente movimiento… es matarme.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

no peeta nooo ... no digas esooo TT.TT



itzi

Anónimo dijo...

ten esperanza petta la gente loca aveces es la mas querida..!!

Anónimo dijo...

Te amo Peeta

Anónimo dijo...

al fin un poco de cordura en esa mente tan retorcida de peta. c:

Anónimo dijo...

No peeta noo ....

Anónimo dijo...

querido Peeta no te preocupes todas las fans te amamos y sabemos que sin ti no hay emoción...

Anónimo dijo...

que lo maten!!!