‎- Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Los juegos van a comenzar. Los tributos deben salir a la Arena y luchar por sobrevivir. Ganar significa Fama y riqueza, perder significa la muerte segura...

¡Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Fragmento de Sinsajo


Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuesta tu cabeza y cierra tus adormilados ojos
Y cuando los abras de nuevo, el sol estará en el cielo.
Aquí es seguro, aquí es cálido
Aquí las margaritas te protegen de cualquier daño
Aquí tus sueños son dulces y mañana se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

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jueves, 18 de agosto de 2011

Sinsajo/Capitulo 4


CAPITULO 4


El hedor de cuerpos sucios, orina rancia, e infección sale a través de la nube de antiséptico. Las tres figuras son solo reconocibles por sus demasiado llamativas elecciones de moda: los tatuajes dorados en la cara de Venia. Los anaranjados tirabuzones de Flavius. La suave piel de hoja perenne de Octavia, que ahora cuelga demasiado floja, como si su cuerpo fuera un globo que se había desinflado poco a poco.

Al verme, Flavius y Octavia retroceden contra las paredes de azulejos como si estuvieran anticipando un ataque, a pesar de que nunca los había lastimado. Desagradables pensamientos fueron mi peor ofensa contra ellos, y los guardaba para mí, así que ¿por qué retroceden?

El guardia me ordena alejarme, pero por el arrastramiento de pies que lo sigue, sé de alguna manera que Gale lo ha detenido. Para obtener respuestas, voy hasta Venia, que siempre fue la más fuerte. Me agacho y cojo sus manos heladas, las cuales agarro firmemente entre las mías como una presa.

—¿Que pasó, Venia? —Pregunto—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Nos trajeron. Desde el Capitolio —dice con voz ronca.

Plutarch entra detrás de mí. —¿Qué diablos está pasando?

—¿Quién te trajo? —Presiono.

—Gente —dice vagamente—. La noche que tú escapaste.

—Pensamos que podía ser reconfortante para ti el tener a tu equipo normal —dice Plutarch detrás de mí—. Cinna lo solicitó.

—¿Cinna solicitó esto? —Le gruño. Porque si hay una cosa que sé, es que Cinna no hubiera aprobado que abusaran de ellos tres, a los que trataba con dulzura y paciencia—. ¿Por qué están siendo tratados como delincuentes?

—Honestamente no lo sé. —Hay algo en su voz que hace que lo crea, y la palidez en el rostro de Fulvia lo confirma. Plutarch se vuelve hacia el guardia, el cual aparece por la puerta con Gale directamente detrás de él—. Yo sólo dije que tenían que ser confinados. ¿Por qué están siendo castigados?

—Por robar alimentos. Tuvimos que contenerlos después de un altercado por un poco de pan —dice el guardia.

Las cejas de Venia se juntan como si ella todavía estuviera tratando de encontrar un sentido a esto. —Nadie nos decía nada. Estábamos tan hambrientos. Ella sólo cogió una rebanada.

Octavia comienza a llorar, camuflando el sonido en su andrajosa túnica. Pienso en cómo, la primera vez que sobreviví a la arena, Octavia me pasó a escondidas un panecillo por debajo de la mesa porque no podía soportar mi hambre. Me acerco a su agitada forma. —¿Octavia? —La toco y ella se estremece—. ¿Octavia? Vas a estar bien. Te voy a sacar de aquí, ¿vale?

—Esto parece extremo —dice Plutarch.

—¿Esto es porque tomó una rebanada de pan? —Pregunta Gale.

—Hablamos de repetidas infracciones anteriores a eso. Se les advirtió. Aun así se llevaron más pan. —El guardia se detiene un momento, como si estuviera desconcertado por nuestra densidad—. No se puede coger pan.

No puedo conseguir que Octavia descubra su rostro, pero ella lo levanta ligeramente. Los grilletes en las muñecas se desplazarán hacia abajo unos centímetros, revelando llagas abiertas por debajo de ellos. —Os llevaré con mi madre. —Me dirijo al guardia—. Libéralos.

El guardia sacude la cabeza. —No estoy autorizado.

—¡Libéralos! ¡Ya! —Le grito.

Esto rompe la calma. Los ciudadanos normales no se dirigen a él de esta manera. —No tengo órdenes de liberarlos. Y usted no tiene ninguna autoridad para…

—Hazlo por mí autoridad —dice Plutarch—. Vinimos a recoger a estos tres de todos modos. Son necesarios para la Defensa Especial. Asumo toda la responsabilidad.

El guardia nos deja para hacer una llamada. Regresa con un juego de llaves. El equipo de preparación ha sido forzado a las posiciones apretadas del cuerpo durante tanto tiempo que una vez que le quitan los grilletes, tienen problemas para caminar. Gale, Plutarch, y yo tenemos que ayudarles. El pie de Flavius alcanza una rejilla de metal sobre una abertura circular en el piso, y mi estómago se contrae cuando pienso en por qué una habitación necesitaría un desagüe. Las manchas de miseria humana deberían haber sido eliminadas de estos azulejos blancos...

En el hospital, busco a mi madre, la única a la que le confiaría su cuidado. Le toma un minuto identificar a los tres, dada su condición actual, pero ya tiene una mirada de consternación. Y sé que no es un resultado de ver los cuerpos maltratados, porque eran su boleto diario en el Distrito 12, sino la conciencia de que este tipo de cosas ocurren también en el 13.

Mi madre fue bienvenida en el hospital, pero es vista más como una enfermera que como un médico, a pesar de toda su vida dedicada a la curación. Sin embargo, nadie interfiere cuando ella guía al trío a una sala de examen para evaluar sus lesiones. Me planto en un banco en el pasillo fuera de la entrada del hospital, a la espera de escuchar su veredicto. Ella será capaz de leer en sus cuerpos el dolor infligido sobre ellos.

Gale se sienta junto a mí, y pone un brazo alrededor de mi hombro. —Ella va a arreglarlo. —Le doy una inclinación de cabeza, preguntándome si está pensando en su propia flagelación de la espalda en el 12.

Plutarch y Fulvia cogen el banco enfrente de nosotros, pero no hacen ningún comentario sobre el estado de mi equipo de preparación. Si no tenían conocimiento de los malos tratos, entonces ¿qué es lo que hacen ellos en este movimiento por parte de la Presidenta Coin? Decido ayudarlos.

—Supongo que todos hemos sido puestos sobre aviso —le digo.

—¿Qué? No. ¿Qué quieres decir? —pregunta Fulvia.

—Castigar a mi equipo de preparación era una advertencia —le digo—. No sólo para mí. Sino para ti, también. Acerca de quién tiene realmente el control y lo que sucede si no es obedecido. Si tenías alguna falsa ilusión sobre quien tenía el poder, las dejaría ir ahora. Al parecer, un pura sangre del Capitolio no tiene protección aquí. Tal vez sea incluso un verdadero lastre.

—No hay comparación entre Plutarch, el cual planeó la fuga rebelde, y esos tres esteticistas —dice fríamente Fulvia.

Me encojo de hombros. —Si tú lo dices, Fulvia. ¿Pero qué pasaría si pasas al lado malo de Coin? Mi equipo de preparación fue secuestrado. Ellos pueden por lo menos tener la esperanza de que algún día volverán al Capitolio. Gale y yo podemos vivir en el bosque. ¿Pero tú? ¿Dónde iréis los dos?

—Tal vez nosotros seamos un poco más necesarios en esta guerra de lo que tú crees —dice Plutarch, despreocupado.

—Por supuesto que sí. Los tributos eran necesarios para los Juegos, también. Hasta que no lo fueron —digo yo—. Y luego nos convertimos en desechables… ¿verdad, Plutarch?

Esto termina la conversación. Esperamos en silencio hasta que mi madre nos encuentra. —Van a estar bien —informa—. No hay lesiones físicas permanentes.

—Bien. Espléndido —dice Plutarch—. ¿Qué tan pronto se les puede poner a trabajar?

—Probablemente mañana —responde ella—. Debes esperar un poco de inestabilidad emocional, después de lo que han pasado. Ellos están particularmente mal preparados, procedentes de su vida en el Capitolio.

—¿No lo estamos todos? —dice Plutarch.

Ya sea porque mi equipo de preparación está incapacitado o yo estoy demasiado en el borde, Plutarch me libera de mis deberes como Sinsajo por el resto del día. Gale y yo nos dirigimos a almorzar, donde nos sirven judías y guiso de cebolla, una rodaja gruesa de pan y una taza de agua. Después de la historia de Venia, el pan araña mi garganta, así que deslizo el resto de él en la bandeja de Gale. Ninguno de los dos habla mucho durante el almuerzo, pero cuando nuestros platos están limpios, Gale tira de su manga, revelando su horario. —Tengo entrenamiento ahora.

Subo mi manga y mantengo el brazo a su lado. —Yo también. —Recuerdo que el entrenamiento es igual a la caza ahora.

Mi afán de huir a los bosques, aunque sólo sea durante dos horas, anula mis preocupaciones actuales. Una inmersión en la vegetación y la luz solar sin duda me ayudará a ordenar mis pensamientos. Una vez fuera de los corredores principales, Gale y yo corremos como escolares hacia la armería, y para cuando llegamos, estoy sin aliento y mareada. Un recordatorio de que no estoy totalmente recuperada. Los guardias nos proporcionan nuestras antiguas armas, así como cuchillos y un saco de arpillera que viene seguido de un morral. Aguanto sujetando el rastreador a mi tobillo, tratando de simular como si estuviera escuchando cuando explican cómo utilizar el comunicador de mano. La única cosa que retengo en la cabeza es que tiene un reloj, y tenemos que estar de vuelta en el 13 dentro de la hora designada o nuestros privilegios de caza serán revocados. Esta es una regla que creo que voy a hacer un esfuerzo por cumplir.

Vamos fuera, a la gran área cercada de entrenamiento cerca de los bosques. Los guardias abren las puertas bien engrasadas sin comentarios. Tendríamos problemas para superar esta barrera por nosotros mismos—diez metros de alto y siempre zumbando con electricidad, coronada con afilados rizos de acero. Nos movemos por el bosque hasta que el punto de vista de la valla se ha oscurecido. En un pequeño claro, hacemos una pausa y ponemos hacia atrás la cabeza para disfrutar del sol. Doy vueltas en un círculo, con los brazos extendidos a los lados, girando lentamente para no hacer que el mundo gire.

La falta de lluvia que he visto en el 12 ha dañado las plantas aquí también, dejando a algunos con hojas secas, construyendo una alfombra crujiente bajo nuestros pies. Nos quitamos los zapatos. Los míos no se ajustan correctamente de todos modos, ya que por el espíritu del no-desperdicio de las poco queridas reglas del 13, me dieron un par que alguien había dejado atrás. Al parecer, uno de nosotros camina gracioso, porque entran del todo mal.

Cazamos, como en los viejos tiempos. Silenciosos, sin necesidad de palabras para comunicarse, porque aquí en el bosque nos movemos como dos partes de un solo ser. Anticipando los movimientos de cada uno, vigilando nuestras espaldas. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Ocho meses? ¿Nueve? ¿Cuándo había tenido esta libertad? No es exactamente la misma, dado todo lo que ha pasado y los rastreadores de los tobillos y el hecho de que tengo que descansar a menudo. Pero es lo más cercano a la felicidad como creo que actualmente puedo conseguir.

Aquí los animales no son tan suficientemente desconfiados. Ese momento extra que tienen para identificar nuestro desconocido olor significa su muerte. En una hora y media, tenemos un surtido de doce—conejos, ardillas y pavos—y decidimos pasar el tiempo que queda cerca de una laguna que debe de ser alimentada por un manantial subterráneo, ya que el agua es fresca y dulce.

Cuando Gale se ofrece para limpiar las presas, no me opongo. Pego una hoja de menta en mi lengua, cierro los ojos, y me recuesto contra una roca, empapándome en los sonidos, dejando que el ardiente sol de la tarde tueste mi piel, casi en paz hasta que la voz de Gale me interrumpe. —Katniss, ¿por qué te preocupas tanto de tu equipo de preparación?

Abro los ojos para ver si él está bromeando, pero está con el ceño fruncido por el conejo que está desollando. —¿Por qué no habría de estarlo?

—Hm. Vamos a ver. ¿Porque han pasado el último año embelleciéndote para la masacre? —sugiere.

—Es más complicado que eso. Yo los conozco. No son malos o crueles. No son siquiera inteligentes. Hacerles daño, es como lastimar a niños. Ellos no ven... quiero decir, no saben... —Me trabo con mis palabras.

—¿No saben qué, Katniss? —dice—. ¿Qué esos tributos, los cuales son los niños que están envueltos en esto, no tu trío de monstruos, se ven obligados a luchar hasta la muerte? ¿Qué fuiste a ese escenario para divertir a la gente? ¿Era eso un gran secreto en el Capitolio?

—No, pero ellos no lo ven de la forma en que nosotros lo hacemos —le digo—. Ellos se han criado en eso y…

—¿Verdaderamente los estas defendiendo? —Él desliza la piel del conejo en un movimiento rápido.

Eso escuece, porque, de hecho, lo estoy haciendo, y es ridículo. Me esfuerzo por encontrar una posición lógica. —Creo que estoy defendiendo a alguien que es tratado así por coger una rebanada de pan. ¡Tal vez me recuerda mucho de lo que te ha pasado con más de un pavo!

Aún así, tiene razón. Parece extraño, mi nivel de preocupación por el equipo de preparación. Los odio y quiero verlos colgados. Pero están tan desorientados, y pertenecían a Cinna, y él estaba de mi lado, ¿no?

—No estoy buscando pelea —dice Gale—. Pero no creo que Coin estuviera enviándote un gran mensaje al castigarles por haber infringido las normas aquí. Probablemente pensó que lo verías como un favor. —Pone el conejo en el saco y se levanta—. Deberíamos irnos, si queremos llegar a tiempo.

Ignoro la oferta de su mano y me pongo de pie tambaleándome.

—Bien. —Ninguno de los dos hablamos en el camino de vuelta, pero una vez que estamos dentro de la puerta, pienso en otra cosa—. Durante el Quarter Quell, Octavia y Flavius tuvieron que renunciar porque no podían dejar de llorar debido a mi vuelta. Y Venia apenas pudo decirme adiós.

—Voy a tratar de mantener eso en mente, mientras ellos... realizan tu nueva versión —dice Gale.

—Hazlo —le digo.

Le damos la carne a Sae la Grasienta en la cocina. A ella le gusta el Distrito 13 lo suficientemente, aunque piensa que los cocineros son algo carentes de imaginación. Pero una mujer que vino con un perro salvaje y un sabroso guiso de ruibarbo está obligada a sentir como si sus manos estuvieran atadas aquí.

Agotada por la caza y mi falta de sueño, me vuelvo a mi compartimiento para encontrarlo desnudo, sólo para recordar que hemos sido trasladados a causa de Buttercup. Me abro paso hasta el último piso y encuentro el Compartimento E.

Se ve exactamente como el Compartimiento 307, con excepción de la ventana—dos pies de ancho, ocho pulgadas de alto—centrada en la parte superior de la pared exterior. Hay una pesada placa de metal sujeta sobre él, pero ahora está abierta, y ciertamente no hay un gato por ningún lado. Me tiendo en mi cama, y un rayo de sol de la tarde juega en mi cara. Lo siguiente que sé, es que mi hermana me despierta a las 18:00—Reflección.

Prim me dice que han estado anunciando la asamblea desde el almuerzo. Toda la población, salvo los necesarios para los trabajos esenciales, está obligada a asistir. Seguimos las indicaciones hacia el Colectivo, una sala enorme que acoge fácilmente a los miles que se presentan. Podrías decir que fue construido para una reunión más grande, y tal vez acogía a una antes de la epidemia de viruela. Prim señala en silencio las consecuencias de ese desastre generalizado—las cicatrices de la viruela en el cuerpo de las personas, los niños ligeramente desfigurados.

—Ellos han sufrido mucho aquí —dice ella.

Después de esta mañana, no estoy de humor para sentir pena por el 13.

—No más de lo que lo hicimos en el doce —le digo. Veo a mi madre llevar a un grupo de pacientes móviles, todavía con sus camisones y batas del hospital. Finnick se encuentra entre ellos, viéndose aturdido, pero magnífico. En sus manos sostiene un trozo de cuerda fina, con menos de un pie de largo, demasiado corta para que incluso él haga un nudo utilizable. Sus dedos se mueven rápidamente, uniéndolo de forma automática y desenredando los diferentes nudos mientras mira alrededor. Es probable que sea parte de su terapia. Me dirijo a él y digo:

—Hola, Finnick. —Él no parece darse cuenta, así que le empujo para llamar su atención—. ¡Finnick! ¿Cómo estás?

—Katniss —dice, sujetando mi mano. Aliviado al ver una cara familiar, me parece—. ¿Por qué estamos aquí reunidos?

—Le dije a Coin que sería su Sinsajo. Pero le hice prometer dar la inmunidad a otros tributos si los rebeldes ganaban —le digo—. En público, para que haya un montón de testigos.

—Oh. Bien. Porque me preocupa eso con Annie. Que ella fuera a decir algo que pudiera interpretarse como traidor sin saberlo —dice Finnick.

Annie. Uh-oh. La olvidé totalmente. —No te preocupes, me ocuparé de eso. —Le doy un apretón a la mano de Finnick y voy directa hacia el podio en la parte frontal de la habitación. Coin, que está mirando por encima su declaración, levanta las cejas hacia mí—. Necesito que usted agregue a Annie Cresta a la lista de inmunidad —le digo.

La presidenta frunce el ceño ligeramente. —¿Quién es esa?

—Finnick Odair es su… —¿Qué? No sé realmente como llamarlo—. Ella es amiga de Finnick. Del Distrito Cuatro. Otra vencedora. Fue detenida y llevada al Capitolio cuando la arena saltó por los aires.

—Oh, la chica loca. Eso no es realmente necesario —dice—. No tenemos por norma castigar a cualquiera que sea frágil.

Pienso en la escena por la que pasé esta mañana. De Octavia apiñada contra la pared. De cómo Coin y yo debemos de tener definiciones muy diferentes de la fragilidad. Pero sólo digo:

—¿No? Entonces no debería ser un problema agregar a Annie.

—Está bien —dice la presidenta, escribe el nombre de Annie—. ¿Quieres estar aquí conmigo para el anuncio? —Sacudo la cabeza—. No creía que lo hicieras. Mejor date prisa y piérdete entre la multitud. Estoy a punto de comenzar. —Hago mi camino de regreso a Finnick.

Las palabras son otra cosa que no se desperdicia en el 13. Coin pide la atención de la audiencia y les dice que he accedido a ser el Sinsajo, siempre que a los otros vencedores—Peeta, Johanna, Enobaria, y Annie—se les conceda el indulto total por hacer cualquier daño a la causa rebelde. En el estruendo de la multitud, oigo el desacuerdo. Supongo que nadie dudaba que yo quisiera ser el Sinsajo. Así que nombrar un precio—uno que perdona a sus posibles enemigos—los enfurece. Me quedo indiferente a las miradas hostiles dirigidas en mi dirección.


La presidenta permite unos momentos de inquietud, y luego continúa de manera enérgica. Sólo que ahora las palabras que salen de su boca son una novedad para mí.

—Pero a cambio de esta solicitud sin precedentes, el Soldado Everdeen ha prometido dedicarse a nuestra causa. De ello se deduce que cualquier desviación de su misión, ya sea motivada o no, será vista como una ruptura de este acuerdo. La inmunidad llegaría a su fin y el destino de los cuatro vencedores será determinado por la ley del Distrito Trece. Al igual que el de los suyos. Gracias.

En otras palabras, salgo de la línea y todos estamos muertos.


9 comentarios:

Anónimo dijo...

Como dicen por alli demasiado bueno para ser cierto!!

Espero que Katniss lo logre!!!!

A seguir leyendo!!!

Anónimo dijo...

no importa donde este... ella solo sigue debe obedecer y seguir el juego... que real¡¡¡ acaso no somos todos asi

Anónimo dijo...

!!!!!

Anónimo dijo...

katniss es un espiritu libre... Dudo que siga las reglas... Pero tiene razon en algo se sale del acuerdo y todos pierden...

Anónimo dijo...

Me encanta este libro
Es la segunda vez q lo leeo!!!

Anónimo dijo...

Maravilloso libro, mis felicitaciones a Suzanne Collins.

Unknown dijo...

ESPERO Q COIN MUERAAAAAAAAAAAAAAAAAA
SI, PERO Q TODOS LOS TRIBUTOS ESTEN BIEN Y MAS FINNICK

Anónimo dijo...

WIJUUUUUUU aguante Sinsajoooooooo

Juli.-

Anónimo dijo...

Yo creo que peeta es inocente al igual que los otros tributos , y ya quiero saber con quien eligira quedarse ella con Gale y peeta (: