‎- Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Los juegos van a comenzar. Los tributos deben salir a la Arena y luchar por sobrevivir. Ganar significa Fama y riqueza, perder significa la muerte segura...

¡Que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Fragmento de Sinsajo


Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuesta tu cabeza y cierra tus adormilados ojos
Y cuando los abras de nuevo, el sol estará en el cielo.
Aquí es seguro, aquí es cálido
Aquí las margaritas te protegen de cualquier daño
Aquí tus sueños son dulces y mañana se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

Seguidores

jueves, 18 de agosto de 2011

Sinsajo/Capitulo 8


CAPITULO 8


Boggs aparece y consigue sujetarme firmemente por el brazo, pero no estoy planeando correr ahora. Miro hacia el hospital, justo a tiempo para ver el resto de la estructura desaparecer, y la lucha sale de mí. Todas esas personas, los cientos de heridos, los parientes, los médicos del 13, ya no están. Me giro hacia a Boggs, veo la hinchazón en su rostro dejada por la bota de Gale. No soy una experta, pero estoy bastante segura de que su nariz está rota. Sin embargo, su voz suena más resignada que enojada.

—Vuelve a la pista de aterrizaje.

Obedientemente, doy un paso hacia delante y hago una mueca cuando me vuelvo consciente del dolor detrás de mi rodilla izquierda. La ráfaga de adrenalina que invalidó la sensación ha pasado y las partes de mi cuerpo se unen en un coro de quejas. Estoy machacada y sangrienta y alguien parece estar martillando en mi sien izquierda dentro de mi cráneo. Boggs rápidamente examina mi rostro, entonces me recoge y trota por la pista. A medio camino de allí, vomito sobre su chaleco antibalas. Es difícil de notar porque él está corto de aliento, pero creo que suspira.

Un pequeño aerodeslizador, uno diferente al que nos transportó aquí, espera en la pista. En el segundo en que mi equipo está a bordo, despegamos. No hay cómodos asientos ni ventanas esta vez. Parecemos estar en alguna especie de nave de carga. Boggs aplica primeros auxilios en las personas para sostenerlas hasta que volvamos al 13. Quiero quitarme el chaleco, ya que conseguí una justa cantidad de vómito en él también, pero hace demasiado frío para pensar el respecto. Me acuesto sobre el piso con mi cabeza sobre el regazo de Gale. Lo último que recuerdo es a Boggs extendiendo un par de sacos de artillería sobre mí.

Cuando despierto, estoy cálida y suturada en mi vieja cama en el hospital. Mi madre está allí, revisando mis signos vitales.

—¿Cómo te sientes?

—Un poquito golpeada, pero bien —digo.

—Nadie ni siquiera nos dijo que ibas a ir hasta que te habías ido —dice.

Siento una punzada de culpa. Cuando tu familia ha tenido que enviarte dos veces a los Juegos del Hambre, esto no es el tipo de detalles que deberías pasar por alto.

—Lo siento. Ellos no estaban esperando el ataque. Sólo se suponía que iría a visitar a los pacientes —explico—. La próxima vez, haré que te lo aclaren.

—Katniss, nadie me aclara nada —dice ella.

Es cierto. Ni siquiera yo. No desde que mi padre murió. ¿Qué pretendo?

—Bueno, haré que… te notifiquen de todos modos.

Sobre la mesa junto a la cama está un trozo de metralla que quitaron de mi pierna. Los doctores están más preocupados por el daño que mi cerebro podría haber sufrido por las explosiones, ya que mi concusión no se ha curado completamente para empezar con eso. Pero no tengo doble visión ni nada y puedo pensar lo suficientemente claro. He dormido bien por la tarde y en la noche, y me estoy muriendo de hambre. Mi desayuno es decepcionantemente pequeño. Sólo unos pocos cubitos de pan remojado en leche tibia. He sido llamada para que baje a una reunión matutina en el Comando. Empiezo a incorporarme y entonces me doy cuenta de que ellos planean hacer rodar mi cama de hospital directamente allí. Quiero caminar, pero eso está descartado, así que hago negociaciones para ir en una silla de ruedas. Me siento bien, de verdad. Excepto por mi cabeza, y mis piernas, y el dolor de los moretones, y la nausea que me golpea un par de minutos después de que como. Quizá la silla de ruedas es una buena idea.

Mientras me llevan abajo, empiezo a inquietarme sobre lo que me enfrentaré. Gale y yo desobedecimos directamente órdenes ayer, y Boggs tiene la lesión para probarlo. Seguramente, habrá repercusiones, pero ¿llegarán tan lejos como a que Coin anule nuestro acuerdo por la inmunidad de los victoriosos? ¿He despojado a Peeta de la poca protección que podía proporcionarle?

Cuando llego al Comando, los únicos que han llegado son Cresida, Messalla, y los insectos. Mesalla sonríe y dice:

—¡Ahí está nuestra pequeña estrella!

Y los otros están sonriendo tan genuinamente que no puedo evitar sonreír en respuesta. Ellas me impresionaron en el 8, siguiéndome en el tejado durante el bombardeo, haciendo que Plutarch desistiera de manera que ellas pudieran conseguir las secuencias que querían. Más que hacer su trabajo, se enorgullecían de él. Como Cinna.

Tengo un extraño pensamiento de que si estuviéramos en la arena juntos, las elegiría como aliadas. Cressida, Mesalla, y… y…

—Tengo que dejar de llamarlos insectos —suelto al hombre de la cámara. Explico cómo no sabía sus nombres, pero sus trajes sugerían criaturas con caparazones. La comparación no parece molestarles. Incluso sin las armaduras de las cámaras, se parecen mucho unos a otros. El mismo cabello arenoso, barbas rojas, y ojos azules. El que tiene las uñas mordidas se presenta como Castor y el otro, que es su hermano, como Polux. Espero que Polux diga hola, pero sólo asiente. Al principio pienso que él es tímido o un hombre de pocas palabras. Pero algo tira de mí (la posición de sus labios, el extra esfuerzo que él hace para tragar) y sé antes de que Castor me lo diga. Polux es un Avox. Han cortado su lengua y él nunca más hablará. Y ya no quiero preguntarme lo que lo hizo arriesgar todo para ayudar a derrocar al Capitolio.

Mientras la habitación se llena, me preparo para una recepción menos agradable. Pero la única persona que registra alguna especie de negatividad es Haymitch, quien siempre está alicaído, y Fulvia Cardew con la cara amargada. Boggs trae puesta una máscara de plástico de color carne desde su labio superior hasta la frente (tenía razón sobre la nariz rota) así que su expresión es difícil de leer. Coin y Gale están en medio de alguna clase de intercambio que parece positivamente amistoso.

Cuando Gale se desliza en su asiento junto a mi silla de ruedas, digo:

—¿Haciendo nuevos amigos?

Sus ojos parpadean hacia la presidenta y responde:

—Bueno, uno de nosotros tiene que ser accesible. —Él toca mi sien gentilmente—. ¿Cómo te sientes?

Ellos deben haber servido estofado de ajo y jugo vegetal para el desayuno. Mientras más personas se reúnen, más fuerte son los gases. Mi estómago da un vuelco y las luces repentinamente parecen demasiado brillantes.

—Un poco tambaleante —digo—. ¿Cómo estás tú?

—Bien. Sacaron un par de trozos de metralla. No es gran cosa —dice él.

Coin pide orden a la reunión.

—Nuestro Asalto al Tiempo de Emisión oficialmente ha sido emprendido. Para algunos de ustedes que se perdieron ayer nuestros doscientos programas de nuestro primer propo, o los diecisiete reestrenos que Beetee se las ha arreglado para poner al aire desde entonces, empezaremos a repetirlo.

¿Repetirlo? Así que no sólo consiguieron secuencias útiles, sino que además ya han conformado un propo y lo han transmitido repetidamente. Mis palmas se humedecen con la anticipación de verme en televisión. ¿Qué tal si aún estoy horrible? ¿Qué tal si estoy tan tiesa e inútil como lo estuve en el estudio y ellos sólo se han dado por vencidos en el hecho de conseguir algo mejor? Pantallas individuales se deslizan hacia arriba de la mesa, las luces se oscurecen ligeramente, y un silencio cae sobre la habitación.

Al principio, mi pantalla está negra. Luego una diminuta chispa parpadea en el centro. Florece, se expande, silenciosamente devorando la oscuridad hasta que el marco entero arde con un fuego tan real e intenso, que imagino que siento el calor emanando de ella. La imagen de mi broche de sinsajo emerge, brillando con rojo y dorado. La profunda y resonante voz que ronda en mis sueños comienza a hablar. Claudius Templesmith, el anunciador oficial de los Juegos del Hambre, dice: “Katniss Everdeen, la chica que estaba en llamas, arde”.

Repentinamente, allí estoy, reemplazando al sinsajo, parada delante de las llamas reales y humo del Distrito 8. “Quiero decirle a los rebeldes que estoy viva. Que estoy justo aquí en el Distrito 8, donde el Capitolio acaba de bombardear un hospital lleno de hombres, mujeres y niños indefensos. No habrá sobrevivientes”. Cortan al hospital colapsando en sí mismo, la desesperación de los espectadores mientras continúo en voz en off. “Quiero decirle a las personas que si piensan por un segundo que el Capitolio nos tratará justamente si hay un cese al fuego, están engañándose a sí mismos”. De vuelta a mí, con mis manos levantadas para indicar la atrocidad a mi alrededor. “¡Esto es lo que harán! ¡Y debemos contraatacar!”. Ahora viene un montaje verdaderamente fantástico de la batalla. Las bombas iniciales cayendo, nosotros corriendo, siendo lanzados al suelo (un acercamiento de mi herida, la cual luce bien y sangrienta), escalando el tejado, zambulléndonos en los nidos de armas, y luego algunas increíbles tomas de rebeldes, Gale, y principalmente yo, yo, yo derribando esos aviones del cielo. Corta de vuelta al movimiento en la cámara. “¿El Presidente Snow dice que está enviándonos un mensaje? Bueno, yo tengo uno para él. Puedes torturarnos y bombardear nuestro distrito, pero ¿ves eso?” Estamos con la cámara, siguiéndole la pista a los aviones ardiendo en el tejado del almacén. Se ajusta al sello del Capitolio puesto en un ala, la cual se desvanece de vuelta en la imagen de mi rostro, gritándole al presidente: “¡El fuego se está encendiendo! ¡Y si ardemos, tú arderás con nosotros!” las llamas envuelven la pantalla de nuevo. Superpuesta sobre ellas en negro, hay sólidas letras. Son las palabras:


SI ARDEMOS.

TÚ ARDERÁS CON NOSOTROS.


Las palabras se encienden en llamas y toda la pantalla arde a la negrura.

Hay un momento de silencio de deleite, entonces los aplausos son seguidos por peticiones para verlo de nuevo. Coin indulgentemente golpea el botón de repetición, y esta vez, ya que sé lo que sucederá, trato de fingir que estoy observando esto en mi televisión en mi casa en la Veta. Una declaración contra el Capitolio. Nunca ha habido nada como esto en televisión. No en lo que llevo de vida, de todos modos.

Para cuando la pantalla arde a la negrura por segunda vez, necesito saber más.

—¿Se transmitió por todo Panem? ¿Lo vieron en el Capitolio?

—No en el Capitolio —dice Plutarch—. No pudimos anular su sistema, aunque Beetee está trabajando en ello. Pero en todos los distritos. Incluso conseguimos hacerlo en el 2, lo cual quizá sea de mayor valor que en el Capitolio a este punto del juego.

—¿Claudius Templesmith está con nosotros? —pregunto.

Esto le provoca a Plutarch una buena risa.

—Sólo su voz. Pero esa es nuestra si la queremos tomar. Ni siquiera tuvimos que hacer alguna edición especial. Él dijo la línea real en tus primeros juegos. —Golpea su mano en la mesa—. ¡Lo que digo es que le demos otra ronda de aplausos al Cressida, su increíble equipo, y, por supuesto, nuestro talento en las cámaras!

Aplaudo también, hasta que me doy cuenta que yo soy parte del talento en las cámaras y que quizá es detestable que me esté aplaudiendo a mí misma, pero nadie está prestando atención. Sin embargo, no puedo evitar notar la tensión en la cara de Fulvia. Pienso en lo difícil que debe ser para ella observar la idea de Haymitch tener éxito bajo la dirección de Cressida, cuando la propuesta en el estudio de Fulvia fue semejante fracaso.

Coin parece haber alcanzado el fin de su tolerancia por las autofelicitaciones.

—Sí, bien merecido. El resultado es más de lo que esperamos. Pero sí tengo que cuestionar el gran margen de riesgo dentro del que estuvieron dispuestos a operar. Sé que el asalto fue imprevisto. Sin embargo, dadas las circunstancias, pienso que deberíamos discutir la decisión de enviar a Katniss al combate real.

¿La decisión? ¿Enviarme al combate? Entonces ella no sabe que ignoré órdenes fragantemente, me arranqué mi audífono, y me logré zafar de mi guardaespaldas. ¿Qué más le han ocultado?

—Fue una difícil decisión —dice Plutarch, frunciendo el ceño—. Pero el consenso general fue que no vamos a conseguir nada de valor si la encerramos en un bunker en algún sitio cada vez que un arma suene.

—¿Y tú estás bien con eso? —pregunta la presidenta.

Gale tiene que golpearme bajo la mesa antes de que me de cuenta que ella me está hablando.

—¡Oh! Sí, estoy completamente de acuerdo con eso. Se siente bien. Hacer algo para variar.

—Bueno, seamos sólo un poco más acertados con su exposición. Especialmente ahora que el Capitolio sabe que ella puede hacerlo —dice Coin. Hay un estruendo de asentimientos alrededor de la mesa.

Nadie nos ha delatado a Gale y a mí. Ni Plutarch, cuya autoridad ignoramos. Ni Boggs con su nariz rota. Ni los insectos, a quienes guiamos al fuego. Ni Haymitch, no, espera un minuto. Haymitch está dedicándome una sonrisa mortal y diciendo dulcemente:

—Sí, no querríamos perder a nuestro pequeño Sinsajo cuando ella finalmente comienza a cantar.

Me hago una nota para mí misma de no terminar sola en una habitación con él, porque claramente está teniendo pensamientos vengativos sobre ese estúpido audífono.

—Así que, ¿qué más tenemos planeado? —pregunto a la presidenta.

Plutarch asiente hacia Cressida, quien consulta una tablilla con sujetapapeles.

—Tenemos alguna grandiosa secuencia de Katniss en el hospital del 8. Debería haber otro propo de eso con el tema: “Porque sabes quiénes son y lo que hacen”. Nos enfocaremos en Katniss interactuando con los pacientes, particularmente con los niños, el bombardeo del hospital y los restos. Messalla está montando eso. Además, estamos pensando en la pieza del Sinsajo. Realzar algunos de los mejores momentos de Katniss intercalados con escenas del levantamiento de los rebeldes y secuencias de la guerra. A ese lo podemos llamar “El fuego se está encendiendo”. Y luego Fulvia salió con una muy brillante idea.

La expresión de Fulvia con la boca llena de uvas ácidas sobresalta enseguida su rostro, pero se recupera.

—Bueno, no sé qué tan brillante es, pero estaba pensando que podíamos hacer una serie de propos llamados “Recordamos”. En cada uno, presentaríamos a uno de los tributos muertos. La pequeña Rue del 11 o la vieja Mags del 4. La idea es que podríamos dirigir cada distrito con una pieza muy personal.

—Un tributo para tu tributo, por así decirlo —dice Plutarch.

—Eso es brillante, Fulvia —digo sinceramente—. Es la manera perfecta de recordarles a las personas por qué están luchando.

—Creo que podría funcionar —dice ella—. Pensé que podríamos usar a Finnick para presentar y narrar los spots. Si había interés en ellos.

—Francamente, no veo cómo podríamos tener tantos promos “Recordamos” —dice Coin—. ¿Puedes empezar a producirlos hoy?

—Por supuesto —dice Fulvia, obviamente tranquila por la respuesta ante su idea.

Cressida le ha restado importancia a todo en el departamento creativo con su gesto. Elogió a Fulvia por lo que es, de hecho, una idea realmente buena, y se abrió camino para continuar con su propia presentación al aire del Sinsajo. Lo que es interesante es que Plutarch parece no tener necesidad de compartir el crédito. Todo lo que quiere es que el Asalto al Tiempo de Emisión funcione. Recuerdo que Plutarch es un líder organizador de los juegos, no un miembro de la multitud. Ni una pieza en los juegos. Por lo tanto, su valor no está definido por un simple elemento, sino por el éxito global de la producción. Si ganamos la guerra, allí será cuando Plutarch tomará su reverencia. Y esperará su recompensa.

La presidenta envía a todos al trabajo, así que Gale me lleva de vuelta al hospital. Reímos un poco sobre el encubrimiento. Gale dice que nadie quiere verse mal por admitir que no pudieron controlarnos. Yo soy más gentil, diciendo que probablemente no querían poner en peligro la oportunidad de sacarnos de nuevo ahora que han conseguido algunas secuencias decentes. Ambas cosas son probablemente ciertas. Gale tiene que ir abajo a reunirse con Beetee en Armamento Especial, así que me quedo dormida.

Parece como si sólo hubiera cerrado mis ojos por unos minutos, pero cuando los abro, me estremezco ante la vista de Haymitch sentado a unos pies de distancia de mi cama. Esperando. Posiblemente por varias horas si el reloj está en lo correcto. Pienso en gritar para llamar a algunos testigos, pero voy a tener que enfrentarlo tarde o temprano.

Haymitch se inclina y hace oscilar algo en un delgado cable blanco delante de mi nariz. Es difícil enfocarlo, pero estoy bastante segura de lo que es. Él lo deja caer sobre las sábanas.

—Ese es tu auricular. Te daré exactamente una oportunidad más para usarlo. Si te lo quitas del oído de nuevo, te instalaré esto. —Él sostiene alguna especie de artefacto para la cabeza al que instantáneamente llamo “el grillete para cabeza”—. Es una unidad alternativa de audio que se asegura alrededor de tu cráneo y bajo tu barbilla hasta que se abra con una llave. Y yo tendré la única llave. Si por alguna razón eres lo suficientemente inteligente para inutilizarlo —Haymitch tira el grillete en la cama y saca de repente un diminuto chip plateado—, autorizaré que quirúrgicamente implanten este transmisor en tu oído de manera que pueda hablarte las veinticuatro horas del día.

Haymitch en mi cabeza todo el tiempo.

—Mantendré el auricular puesto —murmuro.

—¿Disculpa? —dice él.

—¡Mantendré el auricular puesto! —digo, lo suficientemente alto para despertar a la mitad del hospital.

—¿Estás segura? Porque estoy igualmente feliz con cualquiera de las otras tres opciones —me dice.

—Estoy segura —respondo. Arrugo el auricular protectoramente en mi puño y aviento de vuelta el grillete para cabeza con mi mano libre, pero él lo atrapa fácilmente. Probablemente estaba esperando que se lo arrojara—. ¿Algo más?

Haymitch se levanta para irse.

—Mientras estaba esperando… me comí tu almuerzo.

Mis ojos asimilan el tazón de guiso vacío y la bandeja sobre la mesa junto a la cama.

—Voy a reportarte —mascullo en mi almohada.

—Tú haces eso, dulzura. —Él sale, seguro en el conocimiento de que yo no soy del tipo de gente que reporta.

Quiero volver a dormir, pero estoy inquieta. Imágenes de ayer comienzan a inundar el presente. El bombardeo, los abrasadores choques de aviones, las caras de los heridos que ya no existen. Imagino muerte por todos lados. El último momento antes de ver un proyectil golpear la tierra, sintiendo el ala de mi avión quemarse y la mareante caída vertical en la inconsciencia, el tejado del almacén derrumbándose sobre mí mientras estoy inmovilizada inútilmente a mi cama. Las cosas que veo, en persona o en video. Cosas que causé con un jalón de la cuerda de mi arco. Cosas que jamás sería capaz de borrar de mi memoria.

En la cena, Finnick trae su bandeja a mi cama para que podamos observar juntos los propos más recientes en televisión. Él fue asignado a los cuartos en mi antiguo piso, pero tiene tantas recaídas mentales que todavía vive básicamente en el hospital. Los rebeldes emiten el propo “Porque tú sabes quiénes son y lo que hacen” que Messalla editó. La secuencia es intercalada con cortos fragmentos en el estudio que muestran a Gale, Boggs y Cressida describiendo el incidente. Es difícil observar mi recepción en el hospital del 8 porque sé lo que sigue a continuación. Cuando las bombas llueven sobre el tejado, entierro mi cara en la almohada, levantando la mirada de nuevo a un breve extracto de mí al final, después de que todas las víctimas están muertas.

Al menos, Finnick no aplaude ni actúa todo feliz cuando ha terminado. Él sólo dice:

—Las personas deberían saber lo que sucedió. Y ahora lo saben.

—Apaguémoslo, Finnick, antes de que lo pasen de nuevo —le pido con insistencia. Pero mientras la mano de Finnick se mueve hacia el control remoto, chillo—: ¡Espera!

El Capitolio está presentando un segmento especial y algo al respecto me parece familiar. Sí, es Caesar Flickerman. Y puedo suponer quién será el invitado.

La transformación física de Peeta me da una sacudida. El saludable chico de ojos claros que vi hace unos pocos días ha perdido al menos quince libras y ha desarrollado un nervioso temblor en sus manos. Ellos aún lo tienen arreglado, pero debajo de la pintura que no cubre las bolsas bajo sus ojos, y la fina ropa que no disimula el dolor que siente cuando se mueve, es una persona gravemente dañada.

Mi mente se tambalea, tratando de encontrarle sentido a esto. ¡Acabo de verlo! Cuatro, no, cinco días, creo que fue hace cinco días. ¿Cómo se ha deteriorado tan rápidamente? ¿Qué podrían haberle hecho en tan corto tiempo? Entonces, me golpea. Repito en mi mente tanto como puedo su primera entrevista con Caesar, buscando algo que la coloque en el momento actual. No hay nada. Ellos pudieron haber grabado esa entrevista uno dos días después de que yo hice volar la arena, entonces hicieron lo que ellos quisieron hacerle desde entonces.

—Oh, Peeta… —susurro.

Caesar y Peeta tienen un par de vacíos intercambios antes de que Caesar le pregunte sobre los rumores de que estoy grabando propos para los distritos.

—Están usándola, obviamente —dice Peeta—. Para avivar a los rebeldes. Dudo que ella realmente sepa siquiera qué está sucediendo en la guerra. Lo que está en juego.

—¿Hay algo que te gustaría decirle? —pregunta Caesar.

—Lo hay —dice Peeta. Mira directamente hacia la cámara, justo a mis ojos—. No seas tonta, Katniss. Piensa por ti misma. Te han convertido en un arma que podría contribuir en la destrucción de la humanidad. Si has adquirido alguna influencia real, úsala para ponerle freno a esto. Úsala para detener la guerra antes de que sea demasiado tarde. Pregúntate a ti misma, ¿realmente confías en las personas con las que estás trabajando? ¿Realmente sabes lo que está sucediendo? Y si no es así… averígualo.

La pantalla se pone negra. El sello de Panem. El show ha terminado.

Finnick presiona el botón en el control remoto que apaga la televisión. En un minuto, personas estarán aquí para hacer control de daños sobre la condición de Peeta y las palabras que salieron de su boca. Necesitaré negar esas palabras. Pero la verdad es que no confío en los rebeldes ni en Plutarch ni en Coin. No confío en que ellos me digan la verdad. No seré capaz de disimular esto. Pasos se están acercando.

Finnick me agarra con fuerza por los brazos.

—Nosotros no lo vimos.

—¿Qué? —pregunto.

—No vimos a Peeta. Sólo el propo del 8. Entonces, la apagamos porque las imágenes te alteraron. ¿Entendido? —Asiento con la cabeza—. Termínate tu cena.

Me calmo lo suficiente para que cuando Plutarch y Fulvia entran, tengo un bocado de pan y repollo. Finnick está hablando sobre lo bien que se veía Gale en cámara. Los felicitamos por el propo. Dejamos claro que fue tan poderoso, que la apagamos justo después.

Ellos parecen aliviados. Nos creen.

Nadie menciona a Peeta.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Es tan difícil saber en quién confiar.

Anónimo dijo...

hay algl que estoy segura le han echo algo muy malo a panen...

Anónimo dijo...

tienes toda la razon...

Anónimo dijo...

Lo estan manipulando a Peeta?

Anónimo dijo...

oo dios esto se esta poniendo bueno no kier q termine pero a la vez si XD

Daniela dijo...

si, y Peeta... no vivirá mucho asi

Anónimo dijo...

pobre peeta lo están torturando D,:

Anónimo dijo...

pobre peetaaaa!!!! resiste y no digas más tonterías, recuerda que te amo y Katniss y los distritos también.

Anónimo dijo...

Cada capítulo se vuelve más emocionante, pero me tiene intrigada lo que le han hecho a peeta

Anónimo dijo...

Si, manipulan a oeeta para que diga que manipulan a katniss xD

Anónimo dijo...

Osea, los del capitolio manipulan a peeta y hacen que diga que la están manipulando a katniss y que ella no sabe nada de la guerra; katniss sabe mas que peeta de la guerra y además ella si contribuye...